La
nueva cruz, que ha surgido no lejos de la antiquísima reliquia de la Santa Cruz
en la abadía de los cistercienses, ha anunciado el nacimiento de la
nueva iglesia. Este nacimiento se ha grabado profundamente en mi corazón, y
yo, dejando la sede de San Estanislao por la de San Pedro, la he llevado
conmigo como una nueva reliquia, como una reliquia preciosa de nuestros días.
La nueva cruz ha aparecido, cuando sobre
el terreno de la antigua campiña de los alrededores de Kraków, que es ahora
terreno de Nowa Huta, han llegado hombres nuevos para comenzar un nuevo
trabajo. Antes se trabajaba aquí duramente, se trabajaba en los campos y la
tierra era fértil, se trabajaba pues con agrado. Desde hace unos decenios se ha
implantado la industria; la gran industria, la industria pesada. Han llegado
aquí hombres procedentes de diversas partes, han venido para gastar sus
energías como trabajadores siderúrgicos.
Precisamente ellos han traído consigo
esta nueva cruz. Han sido ellos mismos quienes la han levantado como signo de
la voluntad de construir una nueva iglesia. Precisamente esta cruz, ante la que
nos encontramos en estos momentos. He tenido la gran suerte, como arzobispo
vuestro y cardenal, de bendecir y consagrar, el año 1977, esta iglesia surgida
a la sombra de una nueva cruz.
Esta iglesia es fruto del trabajo
nuevo.
Osaría afirmar que ha nacido de Nowa Huta. Todos, en efecto, sabemos que en el
trabajo del hombre está profundamente grabado el misterio de la cruz, la ley de
la cruz. ¿No se verifican tal vez en ella las palabras del Creador pronunciadas
después de la caída del hombre: "Con el sudor de tu rostro comerás el
pan" (Gén 3, 19)? Tanto el antiguo trabajo en el campo que
hace nacer el trigo, pero también espinas y cardos, como el nuevo trabajo en
los altos hornos y en las nuevas fundiciones, siempre se efectúa
"con el sudor de la frente". La ley de la cruz está inscrita en
el trabajo humano. Con el sudor de la frente ha trabajado el labrador. Con el
sudor de la frente trabaja el obrero de la industria. Y con el sudor de la
frente (con el tremendo sudor de la muerte) agoniza Cristo en la cruz.
No se puede disociar la cruz del trabajo
humano. No se puede separar a Cristo del trabajo humano. Y esto se confirma
aquí en Nowa Huta. Este ha sido el principio de la nueva evangelización, en los
albores del nuevo milenio del cristianismo en Polonia. Este nuevo comienzo lo
hemos vivido juntos y lo he llevado conmigo, desde Kraków a Roma, como
una reliquia.
El cristianismo y la Iglesia no tienen
miedo del mundo del trabajo. No tienen miedo del sistema basado sobre el
trabajo. El Papa no tiene miedo a los hombres del trabajo. Los ha sentido
siempre muy cerca de él. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de
piedra de Zakrowek, de las calderas de Solvay en Borek Falecki, después de Nowa
Huta. A través de todos estos ambientes, a través de las experiencias
personales de trabajo —me permito decir—, el Papa ha aprendido
nuevamente el Evangelio. Se ha dado cuenta y se ha convencido de cuán
profundamente está grabada en el Evangelio la problemática contemporánea del
trabajo humano. De cómo sea imposible resolverla a fondo sin el Evangelio.
De hecho, la problemática contemporánea
del trabajo humano (¿sólo la contemporánea, realmente?), en última instancia,
no se reduce —me perdonen todos los especialista,— ni a la técnica ni tanto
menos a la economía, sino a una categoría fundamental, a saber, a la
categoría de la dignidad del trabajo, o sea, de la dignidad del
hombre. La economía, la técnica y tantas otras especialidades y
disciplinas, tienen su razón de ser en esa única categoría esencial. Si no se
inspiran en ella y se forman fuera de la dignidad del trabajo humano, están en
error, son nocivas y van contra el hombre.
Esta categoría fundamental es humanista.
Me permito decir que esta categoría fundamental: categoría del trabajo como
medida de la dignidad del hombre, es cristiana. La encontramos, en
su más alto grado de intensidad, en Cristo.
Baste esto, amadísimos hermanos. Más de
una vez me he encontrado aquí con vosotros, como obispo, y he tratado más
ampliamente todos estos temas. Hoy, como huésped vuestro, debo hablar de manera
más concisa. Pero recordad esta antigua cosa: Cristo no aprobará jamás que el
hombre sea considerado —o que se considere a sí mismo— únicamente como
instrumento de producción, que sea apreciado, estimado y valorado según
este principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por esto se dejó clavar en la
cruz, como sobre el gran umbral de la historia espiritual del hombre, para
oponerse a cualquier degradación del hombre, incluso la degradación mediante el
trabajo. Cristo permanece ante nuestros ojos en su cruz, para que todo hombre
sea consciente de la fuerza que él le ha dado: "Dioles poder
de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12).
De esto debe acordarse tanto el
trabajador como el patrón, el sistema del trabajo y el de la retribución; lo
deben recordar el Estado, la nación y la Iglesia.
(
de la homilía de Juan Pablo II en la Santa Misa en el Santuario de la Santa
Cruz, Mogila el 8 de junio de 1979 durante su primera peregrinación apostólica
a Polonia – leer completa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario