Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 15 de septiembre de 2020

La fuerza y el misterio de la Santa Cruz

 


La nueva cruz, que ha surgido no lejos de la antiquísima reliquia de la Santa Cruz en la abadía de los cistercienses, ha anunciado el nacimiento de la nueva iglesia. Este nacimiento se ha grabado profundamente en mi corazón, y yo, dejando la sede de San Estanislao por la de San Pedro, la he llevado conmigo como una nueva reliquia, como una reliquia preciosa de nuestros días.

 La nueva cruz ha aparecido, cuando sobre el terreno de la antigua campiña de los alrededores de Kraków, que es ahora terreno de Nowa Huta, han llegado hombres nuevos para comenzar un nuevo trabajo. Antes se trabajaba aquí duramente, se trabajaba en los campos y la tierra era fértil, se trabajaba pues con agrado. Desde hace unos decenios se ha implantado la industria; la gran industria, la industria pesada. Han llegado aquí hombres procedentes de diversas partes, han venido para gastar sus energías como trabajadores siderúrgicos.

 Precisamente ellos han traído consigo esta nueva cruz. Han sido ellos mismos quienes la han levantado como signo de la voluntad de construir una nueva iglesia. Precisamente esta cruz, ante la que nos encontramos en estos momentos. He tenido la gran suerte, como arzobispo vuestro y cardenal, de bendecir y consagrar, el año 1977, esta iglesia surgida a la sombra de una nueva cruz.

 Esta iglesia es fruto del trabajo nuevo. Osaría afirmar que ha nacido de Nowa Huta. Todos, en efecto, sabemos que en el trabajo del hombre está profundamente grabado el misterio de la cruz, la ley de la cruz. ¿No se verifican tal vez en ella las palabras del Creador pronunciadas después de la caída del hombre: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (Gén 3, 19)? Tanto el antiguo trabajo en el campo que hace nacer el trigo, pero también espinas y cardos, como el nuevo trabajo en los altos hornos y en las nuevas fundiciones, siempre se efectúa "con el sudor de la frente". La ley de la cruz está inscrita en el trabajo humano. Con el sudor de la frente ha trabajado el labrador. Con el sudor de la frente trabaja el obrero de la industria. Y con el sudor de la frente (con el tremendo sudor de la muerte) agoniza Cristo en la cruz.

 No se puede disociar la cruz del trabajo humano. No se puede separar a Cristo del trabajo humano. Y esto se confirma aquí en Nowa Huta. Este ha sido el principio de la nueva evangelización, en los albores del nuevo milenio del cristianismo en Polonia. Este nuevo comienzo lo hemos vivido juntos y lo he llevado conmigo, desde Kraków a Roma, como una reliquia.

 El cristianismo y la Iglesia no tienen miedo del mundo del trabajo. No tienen miedo del sistema basado sobre el trabajo. El Papa no tiene miedo a los hombres del trabajo. Los ha sentido siempre muy cerca de él. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de piedra de Zakrowek, de las calderas de Solvay en Borek Falecki, después de Nowa Huta. A través de todos estos ambientes, a través de las experiencias personales de trabajo —me permito decir—, el Papa ha aprendido nuevamente el Evangelio. Se ha dado cuenta y se ha convencido de cuán profundamente está grabada en el Evangelio la problemática contemporánea del trabajo humano. De cómo sea imposible resolverla a fondo sin el Evangelio.

 De hecho, la problemática contemporánea del trabajo humano (¿sólo la contemporánea, realmente?), en última instancia, no se reduce —me perdonen todos los especialista,— ni a la técnica ni tanto menos a la economía, sino a una categoría fundamental, a saber, a la categoría de la dignidad del trabajo, o sea, de la dignidad del hombre. La economía, la técnica y tantas otras especialidades y disciplinas, tienen su razón de ser en esa única categoría esencial. Si no se inspiran en ella y se forman fuera de la dignidad del trabajo humano, están en error, son nocivas y van contra el hombre.

 Esta categoría fundamental es humanista. Me permito decir que esta categoría fundamental: categoría del trabajo como medida de la dignidad del hombre, es cristiana. La encontramos, en su más alto grado de intensidad, en Cristo.

Baste esto, amadísimos hermanos. Más de una vez me he encontrado aquí con vosotros, como obispo, y he tratado más ampliamente todos estos temas. Hoy, como huésped vuestro, debo hablar de manera más concisa. Pero recordad esta antigua cosa: Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado —o que se considere a sí mismo— únicamente como instrumento de producción, que sea apreciado, estimado y valorado según este principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por esto se dejó clavar en la cruz, como sobre el gran umbral de la historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del hombre, incluso la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece ante nuestros ojos en su cruz, para que todo hombre sea consciente de la fuerza que él le ha dado: "Dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12).

De esto debe acordarse tanto el trabajador como el patrón, el sistema del trabajo y el de la retribución; lo deben recordar el Estado, la nación y la Iglesia.

 ( de la homilía de Juan Pablo II en  la Santa Misa en el Santuario de la Santa Cruz, Mogila el 8 de junio de 1979 durante su primera peregrinación apostólica a Polonialeer completa) 

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