Polonia es un axioma del cristianismo indisolublemente vinculado a la figura de María. En la historia de salvación de ese pueblo es innegable la presencia maternal de María. Lo cual ha dado por resultado la conjunción feliz de ser polaco, católico y mariano. De ello recibió el mundo preclaro testimonio en los campos de concentración nazi: "el patrimonio cristiano de nuestra cultura fue lo que nos permitió sobrevivir", escribió el cardenal Wojtyla. y el testimonio patriótico, cristiano y mariano de ese pueblo se prolonga hasta el día de hoy en medio de los signos de contradicción en los que vive su fe cristiana. El hogar formado por Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska trajo al mundo al pequeño Karol de quien pronosticaba su madre con alegría y orgullo: "ya verán ustedes que mi Lolus (Carlitos) será un hombre célebre". Su profunda piedad mariana la recibió de su madre, quien le hizo un altar en un rincón de su cuarto donde el niño rezaba con gusto. A los nueve años perdió a su madre, pero su alma estaba ya suficientemente fortalecida para afrontar una soledad que iría acentuándose en la vida. A los veintiún años perdió a su padre y a su hermano. La providencia lo llevaba por esta ruta para forjar la solidez de su piedad y de su profunda devoción a la Madre celestial.
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