Hoy,
solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone
de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén
a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de
todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de
Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt
2, 2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y
los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas
profecías mesiánicas: "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de
Israel..." (Nm 24, 17).
¡Cuán
sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la
iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos
sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el
riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin
embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto
original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer
milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él
la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo
absoluto. La etimología misma del verbo desear —en latín, desiderare—
evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche
observando los astros, que en latín se llaman sidera.
3.
¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo
largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como
las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor
se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes
de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación de su Hijo, Dios
extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y
cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos
en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino
del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a
todos" (Gaudium et spes, 1).
(dela Homilía de Juan Pablo II para la solemnidad de la Epifanía 6 de enero de2002)
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