Aquel
solemne 11 de octubre de 1962 tras la luz irreal que se filtra por los
ventanales de la Basílica de San Pedro, se lleva a cabo la ceremonia de
apertura del concilio. La liturgia es grandiosa. El acontecimiento se transmite
por la red internacional de la televisión italiana, alto totalmente
excepcional. Por primera vez los
prelados tienen la sensación de estar viviendo un momento histórico. Después de
haber entonado el Veni Creator y
participado en la Santa Misa celebrada por el cardenal Tisserant, decano del
Sacro Colegio, Karol Wojtyła, al igual que los demás padres conciliares,
escucha atentamente le discursos de Juan XXIII. Un discurso muy personal, en
contenido y forma, en el que el soberano pontífice enuncia con serenidad los
dos objetivos del concilio: proceder a un «aggionarmento» de la Iglesia – el
término quedará grabado en la Historia – y promover la unidad de los cristianos
[…]
Entre una sesión y otra se organizan la vida en el Colegio. Por la mañana Wojtyła. Se levanta muy temprano, como le es habitual y participa en la Santa Misa a las 6.45, antes del desayuno con los demás: té, café y pequeños panecillos […] A las 8 un autobús especial traslada a los participantes en el Concilio desde plaza Remuria hasta la plaza de San Pedro. […]
Como llega temprano, Karol Wojtyła va normalmente a arrodillarse ante uno de los altares laterales. Muy pronto adopta la costumbre de ir a rezar y leer el breviario en la quietud de la capilla del Santísimo Sacramento, frente al sagrario de bronce dorado diseñado por Bernini. Un simpático monje protestante también suele ir a rezar a aquel lugar, y asi Roger Schutz, prior del monasterio de Taizé, uno de los escasos huéspedes no católicos invitados al concilio, a título personal, traba amistad con el futuro papa. Cuando se coloca en su puesto Wojtyla saca pluma y papel yrapido se pone a escribir. Aquella costumbre, adoptada antes de convertirse en obispo y que no abandonaría más, llama la atención de sus colegas del concilio, sobre todo de los más desenvueltos. El polaco es un “laburador”, un intelectual que no descansa nunca, siempre listo a preparar cualquier cosa: la próxima intervención, un discurso para la radio Vaticana, lecciones para la KUL, el capítulo de un nuevo libro… Todas las mañanas, monseñor Felici, secretario del concilio, impone la orden Extra omnes, invitando a las personas no autorizadas a abandonar el “aula”, o sea el sector de la iglesia transformado en sala de congresos, para poder dar inicio a la “congregación” […]
A las 12.45 termina la sesión. Mientras los padres conciliares van saliendo lentamente de la Basílica Wojtyła se refugia en un lugar tranquilo – a menudo en la capilla del Santísimo Sacramento – para una última oración antes de dirigirse hacia el autobús que lo trasladará al Colegio. En aquella serena sede tendrá ocasión de encontrarse con personas interesantes durante el almuerzo: un obispo venido de un país lejano, un teólogo erudito, un prelado allegado al Santo Padre y otros […]
Si por las tardes Karol Wojtyła se dedica a tareas personales o participa en las muchas reuniones o conferencias organizadas en los cuatro puntos de la ciudad, la cena le brinda oportunidades de nuevos encuentros, ya sea allí mismo en el Colegio, con huéspedes ocasionales, u otros cuando es invitado. Después de la tercera sesión aquel obispo polaco interesante cuanto afable es buscado por todos. Monseñor Wojtyła, en efecto, dejará el recuerdo de una persona disponible, serena, sonriente y de constante buen humor. […]
El
concilio ofrece la ocasión para una increíble mezcla de culturas, caracteres y experiencias,
una dimensión de importancia fundamental para Karol, como lo señalara su amigo
Malinski: «Conversaciones, contactos, encuentros personales, intercambio
continuo de ideas, pensamientos, opiniones, convicciones…. El concilio fue una
especie de retiro espiritual o seminario del episcopado de todo el mundo».
«Como joven obispo», contará Wojtyła veinte años después del concilio, «mi puesto estaba cerca del ingreso a la basílica de San Pedro. Después de la tercera sesión, habiendo sido nombrado arzobispo, me acerqué más al altar» hasta ese momento, en realidad monseñor Wojtyła no había dicho nada de mucha importancia. Habia intervenido en cuestiones técnicas, o en sus detalles, tal como lo h abian hecho decenas de otros prelados. Durante la tercera sesión (14 de septiembre – 21 de noviembre 1964), sin embargo, comienza a hacerse notar. […]
Bernard Lecomte : “Giovanni Paolo II” , Editions Gallimard 2006
(
esta parte del texto republicado de Totus tuus Nr 6 2007 Boletin Mensual de la
Postulacion de la causa de Beatificación y Canonización) .
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