“Cuando “ vino la plenitud del tiempo ”, cuando el Mensajero
divino transmitió a la Virgen de Nazaret la voluntad del Padre Eterno, cuando
María respondió “hágase” (fíat); entonces comenzó aquella
particular peregrinación, que nace del corazón de la Mujer, bajo el soplo
esponsal del Espíritu Santo.
“María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá... a la casa de Zacarías” (Lc 1, 39). Fue allá para saludar a su prima Isabel, de más edad que Ella, que estaba esperando dar a luz a un hijo: Juan Bautista.
Por
su parte, Isabel, al responder al saludo de María con aquellas palabras
inspiradas, llenas de veneración hacia la Madre del Señor, alaba la
fe de la Virgen de Nazaret: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que le
ha dicho de parte del Señor” (Ibíd., 1, 45) .
De este modo, la visita de María en Ain-Karim asume un significado realmente profético. En efecto, vislumbramos en ella la primera etapa de esta peregrinación mediante la fe, que tiene su inicio en el momento mismo de la Anunciación.
Esta
peregrinación mediante la fe constituye la idea guía del Año Mariano, que
anuncié el día 1 de enero pasado, y que se inaugurará en la próxima solemnidad
de Pentecostés.
Desde
el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino sobre los
Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, María no sólo participa
en la peregrinación mediante la fe de toda la Iglesia, sino que Ella misma
“avanza” precediendo y guiando maternalmente a todo el Pueblo
de Dios, a lo largo y ancho de la tierra.
“La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta de consuelo” (Lumen gentium, 68), Son palabras del Concilio Vaticano II que, por aludir a esta verdad, he querido desarrollar en la Encíclica Redemptoris Mater, publicada, con ocasión del Año Mariano, en la reciente solemnidad de la Anunciación.
El punto de apoyo, en tierra argentina, de esta peregrinación mediante la fe, lo constituyen todas las generaciones que han fijado y fijan su mirada en la Madre de Dios, como “Madre del Señor” y “modelo de la Iglesia”.
La
peregrinación de la Iglesia y de cada cristiano hacia la casa del Padre, se
manifiesta y realiza, de modo agradable a Dios, en las peregrinaciones de los
cristianos a los santuarios marianos. Los santuarios son como hitos que
orientan ese caminar de los hijos de Dios sobre la tierra, precedidos y
acompañados por la mirada afectuosa y alentadora de la Madre del Redentor.
Durante mi primer viaje a la Argentina tuve la dicha de acudir al santuario nacional de Luján, para encomendaros a María en momentos especialmente difíciles para vuestra querida nación. E1 próximo Domingo de Ramos, en el marco de la Jornada mundial de la Juventud –con la que culminará esta segunda visita–, la misma imagen de la Madre de Dios vendrá, desde Luján, al encuentro de los jóvenes que peregrinan en la fe, en tantos otros lugares de la tierra.
Hoy está también entre nosotros la imagen de María, que ha llegado desde su santuario de Itatí, verdadero centro espiritual de todo el litoral. Mi ánimo se llena de gozo y de agradecimiento al Señor al considerar que, a lo largo de los siglos, los hijos de esta tierra han sabido hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús.”
(Juan
Pablo II Santa Misa en Corrientes, Argentina)
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