No se puede negar, además, que la práctica de los consejos evangélicos sea un modo particularmente íntimo y fecundo de participar también en la misión de Cristo, siguiendo el ejemplo de María de Nazaret, primera discípula, la cual aceptó ponerse al servicio del plan divino en la donación total de sí misma. Toda misión comienza con la misma actitud manifestada por María en la anunciación: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).
(…)
La Virgen María,
modelo de consagración y seguimiento
28. María es aquella que, desde su concepción
inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina. « Toda hermosa » es el
título con el que la Iglesia la invoca. «La relación que todo fiel, como
consecuencia de su unión con Cristo, mantiene con María Santísima queda aún más
acentuada en la vida de las personas consagradas [...] En todos (los Institutos
de vida consagrada) existe la convicción de que la presencia de María tiene una
importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada,
como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad»[48].
En efecto, María es ejemplo sublime de
perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios.
Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación,
recuerda a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios. Al
mismo tiempo, habiendo dado su consentimiento a la Palabra divina, que se hizo
carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por
parte de la criatura humana.
Cercana a Cristo, junto con José, en la vida
oculta de Nazaret, presente al lado del Hijo en los momentos cruciales de su
vida pública, la Virgen es maestra de seguimiento incondicional y de servicio
asiduo. En ella, «templo del Espíritu Santo»[49],
brilla de este modo todo el esplendor de la nueva criatura. La vida consagrada
la contempla como modelo sublime de consagración al Padre, de unión con el Hijo
y de docilidad al Espíritu, sabiendo bien que identificarse con «el tipo de
vida en pobreza y virginidad»[50] de
Cristo significa asumir también el tipo de vida de María.
La persona consagrada encuentra, además, en la
Virgen una Madre por título muy especial. En efecto, si la nueva
maternidad dada a María en el Calvario es un don a todos los cristianos,
adquiere un valor específico para quien ha consagrado plenamente la propia vida
a Cristo. « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27): las palabras de
Jesús al discípulo « a quien amaba » (Jn 19, 26), asumen una
profundidad particular en la vida de la persona consagrada. En efecto, está
llamada con Juan a acoger consigo a María Santísima (cf. Jn 19,
27), amándola e imitándola con la radicalidad propia de su vocación y
experimentando, a su vez, una especial ternura materna. La Virgen le comunica
aquel amor que permite ofrecer cada día la vida por Cristo, cooperando con Él
en la salvación del mundo. Por eso, la relación filial con María es el camino
privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima
para avanzar en ella y vivirla en plenitud[51].
Imagen viva de la
Iglesia-Esposa
34. Importancia particular tiene el significado
esponsal de la vida consagrada, que hace referencia a la exigencia de la
Iglesia de vivir en la entrega plena y exclusiva a su Esposo, del cual recibe
todo bien. En esta dimensión esponsal, propia de toda la vida consagrada, es
sobre todo la mujer la que se ve singularmente reflejada, como descubriendo la
índole especial de su relación con el Señor.
A este respecto, es sugestiva la página
neotestamentaria que presenta a María con los Apóstoles en el Cenáculo en
espera orante del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 13-14). Aquí se
puede ver una imagen viva de la Iglesia-Esposa, atenta a las señales del Esposo
y preparada para acoger su don. En Pedro y en los demás Apóstoles emerge sobre
todo la dimensión de la fecundidad, como se manifiesta en el ministerio
eclesial, que se hace instrumento del Espíritu para la generación de nuevos
hijos mediante el anuncio de la Palabra, la celebración de los Sacramentos y la
atención pastoral. En María está particularmente viva la dimensión de la
acogida esponsal, con la que la Iglesia hace fructificar en sí misma la vida
divina a través de su amor total de virgen.
La vida consagrada ha sido siempre vista
prevalentemente en María, la Virgen esposa. De ese amor virginal procede una
fecundidad particular, que contribuye al nacimiento y crecimiento de la vida
divina en los corazones[72].
La persona consagrada, siguiendo las huellas de María, nueva Eva, manifiesta su
fecundidad espiritual acogiendo la Palabra, para colaborar en la formación de
la nueva humanidad con su dedicación incondicional y su testimonio. Así la
Iglesia manifiesta plenamente su maternidad tanto por la comunicación de la
acción divina confiada a Pedro, como por la acogida responsable del don divino,
típica de María.
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