1. Miramos al
cielo. Contemplando el mismo cielo después de milenios, aparecen las
mismas estrellas. Estas iluminan las noches más oscuras porque brillan juntas.
El cielo nos da así un mensaje de unidad: el Altísimo que está por encima de
nosotros nos invita a no separarnos nunca del hermano que está junto a nosotros.
El más allá de Dios nos remite al más acá del
hermano. Pero si queremos mantener la fraternidad, no podemos perder de vista
el Cielo. Nosotros, descendencia de Abrahán y representantes de distintas
religiones, sentimos que tenemos sobre todo la función de ayudar a nuestros
hermanos y hermanas a elevar la mirada y la oración al Cielo. Todos lo
necesitamos, porque no nos bastamos a nosotros mismos. El hombre no es
omnipotente, por sí solo no puede hacer nada. Y si elimina a Dios, acaba
adorando a las cosas mundanas. Pero los bienes del mundo, que hacen que muchos
se olviden de Dios y de los demás, no son el motivo de nuestro viaje en la
tierra. Alzamos los ojos al Cielo para elevarnos de la bajeza de la vanidad;
servimos a Dios para salir de la esclavitud del yo, porque Dios nos impulsa a
amar. La verdadera religiosidad es adorar a Dios y amar al prójimo. En el mundo
de hoy, que a menudo olvida al Altísimo y propone una imagen suya
distorsionada, los creyentes están llamados a testimoniar su bondad, a mostrar
su paternidad mediante la fraternidad.
martes, 9 de marzo de 2021
Papa Francisco : Dios le pidió a Abraham que mirara el cielo
(Imagen de Wikipedia)
Este lugar bendito nos
remite a los orígenes, a las fuentes de la obra de Dios, al nacimiento de
nuestras religiones. Aquí, donde vivió nuestro padre Abrahán, nos parece que
volvemos a casa. Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un
viaje que iba a cambiar la historia. Nosotros somos el fruto de esa llamada y
de ese viaje. Dios le pidió a Abrahán que mirara el cielo y contara las
estrellas (cf. Gen 15,5). En esas estrellas vio la promesa de
su descendencia, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y
musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos
al padre Abrahán del mismo modo que él: miramos al cielo y caminamos
en la tierra.
Desde este lugar que es fuente de fe, desde la tierra de nuestro padre
Abrahán, afirmamos que Dios es misericordioso y que la ofensa
más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano. Hostilidad, extremismo y
violencia no nacen de un espíritu religioso; son traiciones a la religión. Y
nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión.
Es más, nos corresponde a nosotros resolver con claridad los malentendidos. No
permitamos que la luz del Cielo se ofusque con las nubes del odio.
Etiquetas:
Francisco
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