El
principal protagonista del Concilio es el Espíritu Santo.
El
Papa Juan XXIII, gran ideador y primer Padre del Concilio Vaticano II, tenía
profundamente arraigada en sí esta convicción, y la manifestó en muchas
circunstancias.
Fue
el pensamiento que le animó hasta los umbrales de la eternidad.
En su último mensaje, registrado al principio de su enfermedad y radiotransmitido en Alemania Occidental el día de su santa muerte, se encuentra esta extrema invocación: "El éxito de una obra tan grande exige la plena y concorde colaboración de todos los fieles: pero, por otra parte, no hay que olvidar que el Concilio Ecuménico es obra, sobre todo del Espíritu Santo, el cual es común el corazón de la Iglesia, y el perpetuo autor y dador de su floreciente primavera" (Discorsi di Giovanni XXIII, V, pág. 274).
Todos
los que tomamos parte en la Asamblea ecuménica, nos dimos cuenta de la mística
y eficaz presencia del Espíritu Santo, y sacamos de ello un impulso incoercible
para el compromiso de poner en práctica el Concilio.
Permitidme evocar algunas consideraciones que propuse a mi diócesis de Cracovia después de haber participado en las cuatro sesiones del Concilio:
"Un obispo que ha tomado parte en el Concilio Vaticano II se siente deudor a él. Efectivamente, el Concilio... tiene un valor y un significado único e irrepetible para todos los que en él tomaron parte y lo llevaron a feliz término... Hemos contraído una deuda con el Espíritu Santo, con el Espíritu de Cristo. En efecto, éste es el Espíritu que habla a las Iglesias (cf. Ap 2, 7): durante el Concilio y por medio de él, su palabra se ha hecho especialmente expresiva y decisiva para la Iglesia. Los obispos, miembros del Colegio, que heredaron de los Apóstoles la promesa hecha por Cristo en el Cenáculo, están obligados de modo particular a ser conscientes de la deuda contraída 'con la palabra del Espíritu Santo', porque ellos fueron quienes tradujeron al lenguaje humano la Palabra de Dios. Esta expresión, en cuanto humana, puede ser imperfecta y estar abierta a formulaciones cada vez más precisas, pero, al mismo tiempo, es auténtica, porque contiene precisamente lo que el Espiritu 'dijo a la Iglesia' en un determinado momento histórico. Así, pues, la conciencia de la deuda se deriva de la fe y del Evangelio, que nos permiten expresar la Palabra de Dios en el lenguaje humano de nuestros tiempos, uniéndolo a la autoridad del supremo Magisterio de la Iglesia... La conciencia de la deuda... está unida a la necesidad de dar una respuesta ulterior. La exige la fe. Efectivamente, ella, por su esencia, es una respuesta a la Palabra de Dios, a lo que el Espíritu dice a la Iglesia" (Karol Wojtyla, En las fuentes de la Renovación).
.(delÁngelus de Juan Pablo II 6 de octubre de 1985)
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