Siempre que nos dirigimos a María, la Madre de Dios, en la oración, recordamos que Ella es "llena de gracia". Así la saludó el Arcángel Gabriel en el momento de la Anunciación: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28). Y, en efecto, estas palabras del Ángel son verdaderas. De todas las personas que Dios ha creado, sólo Ella estuvo siempre sin pecado. Desde el primer momento de su vida Ella estuvo en comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. María respondió a este gran don de Dios con disponibilidad y generosidad: "Hágase en mí -dijo- según tu palabra" (Lc 1, 38).
Como María, también a nosotros se nos ha
concedido el don de la gracia de Dios, aunque no hayamos recibido su
plenitud. Como María, estamos llamados a responder, a estar abiertos a la
Palabra de Dios, a ser generosos en el decir sí a Dios. Para nosotros eso
significa hacer la voluntad de Dios, viviendo de acuerdo con sus mandamientos,
sirviendo a nuestro prójimo, rechazando el pecado. En otras palabras, con
María debemos responder con amor al amor de Dios.
(Juan Pablo II Ángelus, 13 de septiembre
de 1987)
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