Quien se acerque a éste como a tantos aspectos
del magisterio de Juan Pablo 11 advertirá en sus desarrollos y en sus ideas
fundamentales un fuerte sabor del Concilio Vaticano II. Y en esto no se ha de
ver sólo la voluntad, tantas veces expresada por el Pontífice -y demostrada con
los hechos-, de aplicarlo y desarrollarlo: es también el resultado de una honda
compenetración, de una connaturalidad con el espíritu conciliar, propia de
quien contribuyó en los trabajos sinodales.
De manera particular, se puede decir que su
labor en tomo al esquema XIII -después convertida en la Constitución Pastoral Gaudium
et spes-, deja en su espíritu una honda impronta, y consolida ideas
muy fundamentales que luego desarrollará en su magisterio pontificio. Se
cuestionaba allí la relación de la Iglesia con el mundo moderno. El tenor de
las numerosas intervenciones del entonces Arzobispo de Cracovia manifiesta la
profunda resonancia que aquella temática tenía en él y que, con el paso de los
años, no ha dejado de aumentar.
Acabado el Concilio, realiza un intento de
síntesis y asimilación que da como fruto el libro La renovación en sus
fuentes con una poderosa y significativa presencia de los textos y las
ideas de la Gaudium el spes. En ese libro, el entonces
cardenal Wojtyla recoge y explica las características del diálogo entre la fe y
el mundo: la fe es, por una parte «asentimiento», es decir convicción
acerca de la verdad alcanzada en la revelación; por otra, y en cuanto actitud
conscientemente religiosa que trata de enriquecerse, connota el diálogo ylo
acepta!. La fe es, por tanto, primero asentimiento a Dios que se revela,
y, en esa medida, en cuanto adhesión de convencimiento a laverdad, deja
de ser búsqueda de la verdad en el sentido estricto de lapalabra; pero
al mismo tiempo, incluye una búsqueda ulterior sobre la base y en el
marco de la verdad conocida. Y hay que precisar que esa
búsqueda -que es el fundamento del diálogo- no es sólo una tarea
especulativa: no se trata de un enriquecimiento meramente intelectual.
El diálogo no tiene, en este caso (el de la fe) un significado
puramente teológico y mucho menos apologético. No se trata simplemente
de crecer en comprensión o de defender los propios principios; el diálogo está
orientado por la misma dinámica de la fe que busca que todos los
hombres se salven.
Así el diálogo resulta algo connatural a
la Iglesia; por un lado, como medio de aumentar la propia comprensión de la fe
en el contraste con los conocimientos y preguntas ajenos; pero sobre todo, es una
necesidad derivada de su misión profética. La aportación específica de la
Iglesia a cualquiera de los aspectos de su diálogo con el mundo, se caracteriza
así, por el anuncio de su fe, a la que sabe están llamados todos los hombres.
(Si no funciona el enlace googlear el titulo)
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