Noche
en la cual revivimos ¡el extraordinario
acontecimiento de la Resurrección! Si Cristo hubiera quedado
prisionero del sepulcro, la humanidad y toda la creación, en cierto modo,
habrían perdido su sentido. Pero Tú, Cristo, ¡has resucitado verdaderamente!
Entonces se cumplen las Escrituras que hemos
escuchado de nuevo en la liturgia de la Palabra, recorriendo las etapas de todo
el designio salvífico. Al comienzo de la creación "Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno" (Gn
1,31). A Abrahán había prometido: "Todos
los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia" (Gn
22,18). Se ha repetido uno de los cantos más antiguos de la tradición hebrea,
que expresa el significado del antiguo éxodo, cuando "el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto"
(Ex 14,30). Siguen cumpliéndose en nuestros días las promesas de los
Profetas: "Os infundiré mi espíritu, y
haré que caminéis..." (Ez 36,27).
En
esta noche de Resurrección todo
vuelve a empezar desde el "principio"; la creación recupera su auténtico significado
en el plan de la salvación. Es como un nuevo
comienzo de la historia y del cosmos, porque "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han
muerto" (1 Co 15,20). Él, "el último Adán", se ha convertido en
"un espíritu que da vida"
(1 Co 15,45).
El
mismo pecado de nuestros primeros padres es cantado en el Pregón pascual como "felix culpa", "¡feliz culpa que
mereció tal Redentor!". Donde abundó el pecado, ahora sobreabundó la
Gracia y "la piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular" (Salmo resp.) de
un edificio espiritual indestructible.
En
esta Noche Santa ha nacido el nuevo pueblo con el cual Dios ha sellado una alianza eterna con la
sangre del Verbo encarnado, crucificado y resucitado.”
(Juan
Pablo II Vigilia Pascual Sábado, 19 de abril de 2003)
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