Al
comienzo del mes dedicado a la Virgen, nos unimos en oración con todos los
santuarios del mundo, con los fieles y con todas las personas de buena
voluntad, para poner en manos de nuestra Santa Madre a toda la humanidad, duramente
probada por este tiempo de pandemia.
Cada
día de este mes de mayo te encomendaremos, Madre de la Misericordia, a las
muchas personas que han sido tocadas por el virus y siguen sufriendo sus
consecuencias: desde nuestros hermanos y hermanas fallecidos hasta las familias
que viven el dolor y la incertidumbre del mañana; desde los enfermos hasta los
médicos, científicos y enfermeros que están comprometidos en primera línea en
esta batalla; desde los voluntarios hasta todos los profesionales que han prestado
su valioso servicio en favor de los demás; desde las personas de luto y las que
sufren, hasta las que, con una simple sonrisa y una buena palabra, han llevado
consuelo a los necesitados; desde los que -especialmente las mujeres- han
sufrido la violencia dentro de las paredes de sus casas debido al confinamiento
forzoso hasta los que desean retomar los ritmos de la vida cotidiana con
entusiasmo.
Madre
del Socorro, acógenos bajo tu manto y protégenos, sostennos en la hora de la
prueba y enciende en nuestros corazones la luz de la esperanza para el futuro.
Oración del Santo Padre tras el rezo del Rosario
Bajo
tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. En la dramática situación
actual, cargada de sufrimientos y angustias que atenazan al mundo entero,
recurrimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu
protección.
Oh
Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia del
coronavirus, y consuela a los que están desamparados y lloran a sus seres
queridos muertos, enterrados a veces de una manera que hiere el alma. Sostén a
los que están angustiados por las personas enfermas de las que, para evitar el
contagio, no pueden estar cerca. Infunde confianza a los que están preocupados
por el futuro incierto y las consecuencias para la economía y el trabajo.
Madre
de Dios y Madre nuestra, implora por nosotros a Dios, Padre de misericordia,
que termine esta dura prueba y vuelva un horizonte de esperanza y de paz. Como
en Caná, interviene con tu Hijo divino, pidiéndole que consuele a las familias
de los enfermos y de las víctimas y que abra sus corazones a la confianza.
Protege
a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario y a los voluntarios que
en estos momentos de emergencia están en primera línea y ponen su vida en
peligro para salvar otras vidas. Acompaña su esfuerzo heroico y dales fuerza,
bondad y salud.
Está
al lado de los que noche y día asisten a los enfermos y de los sacerdotes que,
con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a
todos.
Virgen
Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia para que encuentren
las soluciones justas para derrotar a este virus. Asiste a los dirigentes de
las naciones para que trabajen con sabiduría, solicitud y generosidad para
socorrer a los que carecen de lo necesario para vivir, programando soluciones
sociales y económicas con visión de futuro y espíritu de solidaridad.
María
Santísima, toca las conciencias para que las enormes sumas utilizadas para
aumentar y perfeccionar los armamentos se destinen, en cambio, a promover
estudios adecuados para evitar catástrofes similares en el futuro.
Madre
amadísima, haz que crezca en el mundo el sentido de pertenencia a una gran
familia, en la conciencia del vínculo que nos une a todos, para que con
espíritu fraterno y solidario acudamos en ayuda de las tantas pobrezas y
situaciones de miseria. Alienta la firmeza de la fe, la perseverancia en el
servicio, la constancia en la oración.
Oh
María, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados y haz
que Dios intervenga con su mano omnipotente para librarnos de esta terrible epidemia,
para que la vida pueda retomar su curso normal con serenidad. Nos encomendamos
a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza.
Oh
clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María, guía los pasos de tus peregrinos
que desean rezarte y amarte en los santuarios a ti dedicados en todo el mundo,
bajo las más variadas advocaciones que recuerdan tu intercesión. Sé para cada
uno una guía segura. Amén.
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