Veni, creator
Spiritus!"
En la solemnidad de Pentecostés, desde todas las partes de
la Iglesia se eleva este canto unánime: "Veni,
creator Spiritus!". El Cuerpo místico de Cristo, esparcido por
toda la tierra, invoca al Espíritu que le da vida, al Soplo vital que anima su
ser y su obrar.
Las antífonas de los salmos nos acaban de recordar cuál
fue la experiencia de los discípulos en el Cenáculo: "Al
llegar el día de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, los discípulos
estaban todos reunidos en el mismo lugar" (Ant. 1); "los apóstoles
vieron aparecer unas lenguas de fuego, como llamaradas, que se repartían, y se
posó encima de cada uno el Espíritu Santo" (Ant. 2).
Revivimos esa misma experiencia espiritual también
nosotros, reunidos en esta plaza, convertida en un gran cenáculo. Y
como nosotros, innumerables comunidades diocesanas y parroquiales,
asociaciones, movimientos y grupos, en todas partes del mundo elevan al cielo
la invocación común: "¡Ven, Espíritu Santo!".
(…)
¡Abríos con docilidad a los dones del Espíritu! ¡Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Espíritu concede sin cesar! No olvidéis que cada carisma es otorgado para el bien común, es decir, en beneficio de toda la Iglesia" (ib., n. 5). "Veni, Sancte Spiritus!".
En medio de nosotros, con las manos elevadas, está la Virgen orante, Madre de Cristo y de la Iglesia.
"¡Ven,
Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor, tú que congregas a los pueblos de todas las lenguas en la confesión
de una sola fe. Aleluya.
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