El 26 de mayo de 1979 Juan Pablo II visitaba el lugar santo donde reposa san Felipe Neri: la iglesia de Santa Maria in Vallicella. En su homilía que comenzaba diciendo : ¡Mi venida era un deber, era una necesidad del alma y era también una ansiosa espera!” les recordaba a los fieles que a partir de 1534, “cuando llegó desconocido y pobre peregrino, hasta 1595, año de su venturosa muerte, San Felipe Neri tuvo un amor vivísimo a Roma. ¡Para Roma vivió, trabajó, estudió, sufrió, oró, amó, murió! ¡Tuvo a Roma en la mente y en su corazón, en sus preocupaciones, en sus proyectos, en sus instituciones, en sus alegrías y también en sus dolores! Para Roma San Felipe fue hombre de cultura y de caridad, de estudio y de organización, de enseñanza y de oración; para Roma fue sacerdote santo, confesor infatigable, educador ingenioso y amigo de todos, y de modo especial fue consejero experto y delicado director de conciencias. A él recurrieron Papas y cardenales, obispos y sacerdotes; príncipes y políticos, religiosos y artistas”
Les recordaba también que “este hombre de profunda fe y sacerdote fervoroso, genial y clarividente, dotado también de carismas especiales, supo mantener indemne el depósito de la verdad recibida y lo transmitió íntegro y puro, viviéndolo enteramente y anunciándolo sin compromisos.” Y delineaba tres perspectivas de su vida siempre vigentes:
La humildad de la inteligencia – “La inteligencia es don de Dios que hace al hombre semejante a El; pero la inteligencia debe aceptar sus límites”... “insistía en este sentido de humildad frente a Dios”.
Coherencia cristiana -Con sabiduría cristiana supo sacar de los principios de la fe las razones profundas de su actividad y de toda su vida. Y de esta lógica de la fe nace espontáneo un estilo de vida, caracterizado por la alegría, la confianza, la serenidad, el sano optimismo, que no es facilonería banal e insensible, sino visión trascendente de la historia, visión escatológica de la realidad humana. De esta alegría interior nacía su extraordinaria fuerza de apostolado y su fino y proverbial humorismo, por el que fue llamado "el santo de la alegría" y su casa fue llamada "casa de la alegría". Sobre este estilo de vida dulce y austero, alegre y comprometido, fundó el "Oratorio", que se difundió por el mundo entero y que entre tantos méritos tuvo también el del desarrollo de la música y del canto sagrado.
La pedagogía de la gracia - una tercera enseñanza de nuestro santo, muy actual y necesaria. San Felipe, con respeto pleno a la personalidad de cada uno, planteó el "proyecto educativo" apoyándose en la realidad de la "gracia" y lo desarrolló en cinco directrices principales: el conocimiento delicado de cada uno de les niños y jóvenes mediante la escucha paciente y afectuosa, —la iluminación de la mente con las verdades de la fe mediante lecturas y meditaciones, —la devoción eucarística y mariana, —la caridad para con el prójimo, —el juego en sus más variadas manifestaciones.
Con ocasión de las celebraciones del cuarto centenario del "dies natalis" del "profeta de la alegría" San Felipe Neri, “ Juan Pablo II en su Mensaje a los miembros de la Confederación del Oratorio les recordaba: “supo seguir a Jesús, insertándose activamente en la civilización de su tiempo… abierto a las exigencias de la sociedad de su tiempo, no rechazó ese anhelo de alegría, sino que se esforzó por dar a conocer su verdadero manantial, que había descubierto en el mensaje evangélico. La palabra de Cristo es la que modela el rostro auténtico del hombre, revelando los rasgos que hacen de él un hijo amado por el Padre, acogido como hermano por el Verbo encarnado, y santificado por el Espíritu Santo. Las leyes del Evangelio y los mandamientos de Cristo conducen a la alegría y a la felicidad: ésta es la verdad que san Felipe Neri proclamaba a los jóvenes con los que se encontraba en su trabajo apostólico diario. Su anuncio venía dictado por su íntima experiencia de Dios, sobre todo en la oración. La oración nocturna en las catacumbas de San Sebastián, adonde se retiraba con frecuencia, no sólo era una búsqueda de soledad, sino también el deseo de dialogar allí con los testigos de la fe, el deseo de interrogarlos, como los cultos del renacimiento dialogaban con los clásicos de la antigüedad. De ese conocimiento brotaba la imitación, y después la emulación.”
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