La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: « La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia ».174
La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al desear, « con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura ».175 La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad.
El
renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros
santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor
las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos
y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo « anhelo de santidad »
entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana, particularmente entre
aquellos que son los colaboradores más íntimos de los misioneros.176
Pensemos,
queridos hermanos y hermanas, en el empuje misionero de las primeras
comunidades cristianas. A pesar de la escasez de medios de transporte y de
comunicación de entonces, el anuncio evangélico llegó en breve tiempo a los
confines del mundo. Y se trataba de la religión de un hombre muerto en cruz, «
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles » (1 Cor 1,
23). En la base de este dinamismo misionero estaba la santidad de los primeros
cristianos y de las primeras comunidades.
91.
Me dirijo, por tanto, a los bautizados de las comunidades jóvenes y de las
Iglesias jóvenes. Hoy sois vosotros la esperanza de nuestra Iglesia, que tiene
dos mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos
e irradiar entusiasmo y valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en
una palabra, debéis tomar el camino de la santidad. Sólo de esta manera podréis
ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros países la epopeya misionera
de la Iglesia primitiva. Y seréis también fermento de espíritu misionero para
las Iglesias más antiguas.
Por
su parte, los misioneros reflexionen sobre el deber de ser santos, que el don
de la vocación les pide, renovando constantemente su espíritu y actualizando
también su formación doctrinal y pastoral. El misionero ha de ser un «
contemplativo en acción ». El halla respuesta a los problemas a la luz de la
Palabra de Dios y con la oración personal y comunitaria. El contacto con los
representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular,
las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte
de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a
Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y
debe poder decir como los Apóstoles: « Lo que contemplamos ... acerca de la
Palabra de vida ..., os lo anunciamos » (1 Jn 1, 1-3).
El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas. Jesús instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (cf. Mt 5, 1-12). Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la « Buena Nueva » ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza.
(Juan Pablo II – de la Enciclica Redemptoris Missio (90) – Sobre la permanente validez del mandato misionero)
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