La historia de estos dos apóstoles nos interpela
de cerca también a nosotros, que somos la comunidad peregrina de los discípulos
del Señor en nuestro tiempo. En particular, viendo sus testimonios, quisiera
subrayar dos aspectos: la comunión eclesial y la vitalidad
de la fe..
En primer lugar, la comunión eclesial. La liturgia de esta solemnidad, de hecho,
nos hace ver cómo Pedro y Pablo fueron llamados a vivir un único destino, el
del martirio, que los asoció definitivamente a Cristo. (…) Tanto Pedro como
Pablo, por tanto, dan su vida por la causa del Evangelio.(…)
Sin embargo, esta comunión en la única confesión
de la fe no es una conquista pacífica. Los dos apóstoles la alcanzan como una
meta a la que llegan después de un largo camino, en el cual cada uno ha
abrazado la fe y ha vivido el apostolado de manera diversa. Su fraternidad en
el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de
Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de
los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el
segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo
Resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar
la Buena Noticia a los gentiles. (…) la
historia de Pedro y Pablo nos enseña que la comunión a la que el Señor nos
llama es una armonía de voces y rostros, no anula la libertad de cada uno.
Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes (…) . Sin embargo, eso no
les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva
comunión en el Espíritu, una fecunda sintonía en la diversidad. Como afirma san
Agustín: «En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos
dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una
unidad» (Sermón 295, 7). (…)
Todo esto nos interroga sobre el camino de la comunión eclesial. Esta
nace del impulso del Espíritu, une las diversidades y crea puentes de unidad en
la variedad de los carismas, de los dones y de los ministerios. Es importante
aprender a vivir la comunión de ese modo, como unidad en la diversidad, para
que la variedad de los dones, articulada en la confesión de la única fe,
contribuya al anuncio del Evangelio.(…)
Los santos Pedro y Pablo
nos interpelan también sobre la vitalidad
de nuestra fe. En la experiencia del discipulado, de hecho, siempre
existe el riesgo de caer en la rutina, en el ritualismo, en esquemas pastorales
que se repiten sin renovarse y sin captar los desafíos del presente. En la
historia de los dos apóstoles, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a
los cambios, de dejarnos interrogar por los acontecimientos, los encuentros y
las situaciones concretas de las comunidades, de buscar caminos nuevos para la
evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los
hermanos y hermanas en la fe.
Y en el centro del
Evangelio que hemos escuchado está precisamente la pregunta que Jesús hace a
sus discípulos, y que también nos dirige hoy a nosotros, para que podamos
discernir si el camino de nuestra fe conserva dinamismo y vitalidad, si aún
está encendida la llama de la relación con el Señor: «Y ustedes, […] ¿quién
dicen que soy?» (Mt 16,15).
Cada día, en cada momento
de la historia, siempre debemos prestar atención a esta pregunta.(…)
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