Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 2 de abril de 2009

Aquel 2 de abril de 2005… la despedida en el recuerdo del cardenal Stanislaw Dziwisz


Aquel 2 de abril de 2005… la despedida en el recuerdo del cardenal Stanislaw Dziwisz
"El viernes fue una jornada de oración: la Misa, el Vía Crucis, la tercera hora del Oficio Divino y algunas lecturas de las Escrituras leídas por un gran amigo de Karol Wojtyla el padre Tadeusz Styczen. Las condiciones del Papa eran de extrema gravedad. Solo unas pocas silabas…con dificultad…
Y llegó el 2 de abril, sábado
Verdaderamente querría recordarlo todo...
En la habitación reinaba gran serenidad. El Santo Padre bendijo las coronas destinadas a Nuestra Señora de Czestochowa en las Grutas Vaticanas y otras dos para ser enviadas a Jasna Gora. Después se despidió de sus colaboradores más cercanos, cardenales, monseñores de la Secretaria de Estado y responsables de Oficinas. También quiso saludar a Francisco, encargado de la limpieza de sus habitaciones
Aún plenamente conciente, si bien agitado pidió que le fuera leído el evangelio de San Juan. No fue una sugerencia nuestra, fue un pedido suyo. Tal como lo había hecho durante toda su vida, también en su último día quiso nutrirse de las Sagradas Escrituras.
El Padre Styczen comenzó a leer a Juan, capítulo tras capítulo. Llegó a leer nueve. Y en el libro allí al final, hasta donde había llegado la lectura quedaba la señal y junto a ella la marca del fin de su existencia.
Y así hasta en su momento extremo, el Santo Padre reflejaba fundamentalmente lo que siempre había sido: un hombre de oración. Fue un hombre de Dios, de intima comunión con Dios, y por eso la oración fue el “fundamento” de su vida. Cuando estaba próximo a encontrarse con alguien o cuando debía tomar una decisión importante, escribir un documento o realizar un viaje, siempre se dirigía primero a Dios. Primero rezaba.
Y así también aquel día, antes de emprender el ultimo gran viaje, también aquel día recitó, con ayuda de los presentes, todas las oraciones diarias, hizo la adoración, la meditación y finalmente anticipó el Oficio de la lectura para el domingo.
En un determinado momento, sor Tobiana “leyó” sus ojos, acercó su oído a su boca y el con voz debilísima apenas perceptible, dijo: «Dejadme ir al Señor», La religiosa salio apresurada de la habitación, quería contarlo pero continuaba llorando.
Pensé recién después, cuán extraordinario fue que sus últimas palabras se las hubiera dicho a una mujer.
Hacia las 19 el Santo Padre entró en coma. La habitación iluminada tan solo por un pequeño cirio que el Papa mismo había bendecido el 2 de febrero para la Fiesta de la Candelaria.
La Plaza San Pedro y todas las vías adyacentes se estaban llenando. Cada vez había mas gente, y sobre todo cada vez mas jóvenes. Sus vivas “Juan Pablo” “Viva el Papa” llegaban hasta el tercer piso. Estoy convencido que también el llegó a oírlos. No podía no oírlos!
Eran casi las 20.00 cuando imprevistamente sentí algo dentro de mí, un imperativo categórico: debía celebrar la Misa. Y comencé a hacerlo, junto al cardenal Jaworski, el arzobispo Rylko y dos sacerdotes polacos, Styczen y Mokrzycki. Era la Misa prefestiva del Domingo de la Divina Misericordia, una solemnidad tan querida por el Papa. El Evangelio siempre aquel de Juan: «se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”». En la Comunión, logré darle como viático, algunas gotas de la preciosísima sangre de Jesús.
Eran las 21.37. Nos dimos cuenta que el Santo Padre había dejado de respirar. Recièn en aquel preciso momento “vimos” en el monitor que su gran corazón, después de haber continuado latiendo por algunos instantes, se había detenido.
El doctor Buzzonetti se inclino a su lado y alzando apenas su mirada murmuró: «Ha partido hacia la casa del Señor»
Alguien, mientras tanto, había detenido las agujas del reloj a esa hora.
Y nosotros como si lo hubiésemos decidido juntos comenzamos a cantar el Te Deum. No el Réquiem, porque no era un luto, sino el Te Deum como agradecimiento a Dios por el don que nos había dado, el don de la persona del Santo Padre, de Karol Wojtyla.
Llorábamos. Como podíamos no hacerlo? Eran lágrimas de dolor y de gozo al mismo tiempo. Entonces se encendieron todas las luces de la casa….
Después no recuerdo mas, fue como si de repente me hubiese invadido la oscuridad. La oscuridad envolviendo mi persona, la oscuridad dentro de mí. Sabía bien lo que había ocurrido, pero era como si, después, no lograse aceptarlo. O no lograse entenderlo. Me puse en las manos del Señor, pero cuando pensaba que mi corazón ya se había serenado caía otra vez la oscuridad….
Hasta que llego el momento de la despedida.
Toda aquella gente.. Todas aquellas personas importantes venidas de lejos. Pero sobre todo, estaba su pueblo. Estaban sus jóvenes. Estaban aquellos escritos, tan significativos, tan impacientes. La plaza San Pedro era toda una gran luz. Y volviò la luz también dentro de mí.
Concluyendo la homilía, el cardenal Ratzinger hizo aquella referencia a la ventana, y dijo que el seguramente estaba allì, para vernos, para bendecirnos. También yo me di vuelta, no podía dejar de hacerlo, pero no pude mirar hacia allí.
Y al final cuando llegaron hasta la entrada, los servidores que llevaban el ataúd giraron lentamente. Como para permitirle una ultima mirada hacia su plaza. La despedida definitiva de los hombres, del mundo.
Pero también de mi?
No, de mi no. En aquel momento, no pensaba en mi. Lo he vivido junto a todos los demás. Y todos estaban desconcertados, perturbados. Pero para mi fue algo que no podré olvidar jamás..
Mientras tanto, el cortejo iba entrando a la basílica, debían llevar el ataúd hacia la tumba.
Y entonces, precisamente entonces, me puse a pensar….
Lo he acompañado durante casi cuarenta años, doce en Cracovia y después veintisiete en Roma. Siempre estuve con el, junto a el.
Ahora, en el momento de la muerte, se iba solo.
Lo había acompañado siempre, pero de aquí se iba solo. No poder acompañarlo me dolía mucho..
Si bien es verdad, el no nos ha abandonado. Sentimos su presencia, y también las gracias obtenidas por su intermedio. Y además lo he acompañado hasta esta etapa en la Iglesia.
Pero, de aquí se iba solo.
Y ahora? Del otro lado, quien lo acompaña?"
(del libro del cardenal Stanislaw Dziwisz Una vita con Karol - Conversazione con Gian Franco Svidercoschi, Rizzoli, 2007)

2 comentarios:

eligelavida dijo...

Ljudmila, gracias por este texto que no conocía. Es emocionante y sincero. Cómo un gran hombre que supo vivir, supo también morir. Lo he copiado para guardarlo y meditarlo con tranquilidad estos días. Un abrazo fuerte.

Ludmila Hribar dijo...

Es realmente emocionante Eli y admirable como el cardenal Dziwisz su secretario durante tanto tiempo nos descubre sus sentimientos de manera tan sencilla pero tna profunda. Gracias por tu visita.