Al dolor por la partida de Juan Pablo II, le siguió la confirmación grafica y mediática, pero sobre todo humana que la Iglesia está viva, y que el andar por el mundo de Juan Pablo II sembrando la esperanza había calado hondo en todos los estratos sociales y en todas las edades, sobre todo en los jóvenes a quienes literalmente “cautivó” con carisma pero con firmeza, casi exigiendo un cambio radical de vida si era necesario, optando por Cristo sin miedos ni condicionamientos.
Durante el funeral - algo jamás visto – “una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor (cf. Lumen gentium, 1)” toda Roma tembló, se conmovió. Y el mundo también. Y quienes no tuvimos ocasión de palparlo directamente pudimos - gracias a los medios - sentirnos envueltos en esa atmósfera casi irreal, siguiendo las ceremonias paso a paso con santo estupor. No podía ser menos por alguien que había sacudido la fibra intima de nuestro ser más profundo, fortaleciéndonos en la fe y alentándonos a “cruzar el umbral de la esperanza”.
Durante el funeral - algo jamás visto – “una experiencia realmente extraordinaria, en la que, de alguna manera, se percibió el poder de Dios que, a través de su Iglesia, quiere formar con todos los pueblos una gran familia mediante la fuerza unificadora de la Verdad y del Amor (cf. Lumen gentium, 1)” toda Roma tembló, se conmovió. Y el mundo también. Y quienes no tuvimos ocasión de palparlo directamente pudimos - gracias a los medios - sentirnos envueltos en esa atmósfera casi irreal, siguiendo las ceremonias paso a paso con santo estupor. No podía ser menos por alguien que había sacudido la fibra intima de nuestro ser más profundo, fortaleciéndonos en la fe y alentándonos a “cruzar el umbral de la esperanza”.
La tristeza se vio pronto inundada por la alegría de tener un nuevo Papa, un verdadero amigo suyo, un cardenal que en la Misa de Exequias delineara las etapas del “Sígueme” que había escogido Karol Wojtyla desde joven. Intuiría quizás el cardenal Ratzinger que habría de seguir sus pasos? Y que habría de prestar oído al procedimiento que su amigo había dejado establecido en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis pidiendo al que “sea elegido que no renuncie al ministerio al que es llamado por temor a su carga, sino que se someta humildemente al designio de la voluntad divina. En efecto, Dios, al imponerle esta carga, lo sostendrá con su mano para que pueda llevarla; al conferirle un encargo tan gravoso, le dará también la ayuda para desempeñarlo y, al darle la dignidad, le concederá la fuerza para que no desfallezca bajo el peso del ministerio”.
Y así el Santo Padre Benedicto XVI, un verdadero sucesor-amigo, con estilo y personalidad diferente, pero de indiscutible similitud de grandeza nos explicaba en el primer mensaje del inicio de su ministerio petrino que no necesitaba “presentar un programa de gobierno. Algún rasgo – decía - de lo que considero mi tarea, la he podido exponer ya en mi mensaje del miércoles, 20 de abril…. Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia” .
Ya le habia anticipado a los cardenales electores (en un mensaje que merece una detallada lectura) que se abandonaba “humildemente en las manos de la Providencia de Dios” explicando que “esta íntima gratitud por el don de la misericordia divina prevalece en mi corazón, a pesar de todo. Y lo considero como una gracia especial que me ha obtenido mi venerado predecesor Juan Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte que estrecha la mía; me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas en este momento particularmente a mí: "¡No tengas miedo!" emblemáticas palabras que el Papa Benedicto reiteraba al término de su Mensaje el 24 de abril de 2005 “No tengáis miedo de Cristo! El no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por ciento. Si, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.
Ayer en la homilia de la Misa conmemorando el cuarto aniversario de la muerte del Siervo de Dios Juan Pablo II, el Santo Padre Benedicto XVI después de saludar de manera particular a todos los jóvenes y en especial a los jóvenes polacos junto al cardenal Dziwisz, reiteró el llamado del Siervo de Dios Juan Pablo II en en la Vigilia de Oración del 19.08.2000 en Tor Vergata
«No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación. » invitando a seguir los pasos de Juan Pablo II que no había tenido miedo de “proclamar a todos y siempre desde el inicio de su Pontificado hasta el 2 de abril de 2005” que
“solo Jesús es el Salvador y el verdadero Liberador del hombre y de todo hombre”
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