(imagen de Museum Heide)
“Después de celebrar la solemnidad de
la Inmaculada Concepción de María, entramos en estos días en el sugestivo clima
de la preparación próxima para la santa Navidad…. En la actual sociedad de
consumo, este período sufre, por desgracia, una especie de
"contaminación" comercial, que corre el peligro de alterar su
auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la sobriedad y una
alegría no exterior sino íntima.
Por tanto, es providencial que la fiesta de la Madre de Jesús se encuentre
casi como puerta de entrada a la Navidad, puesto que ella mejor que nadie puede
guiarnos a conocer, amar y adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Así pues,
dejemos que ella nos acompañe; que sus sentimientos nos animen, para que nos
preparemos con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el
Niño de Belén al Hijo de Dios que vino a la tierra para nuestra redención.
Caminemos juntamente con ella en la oración, y acojamos la repetida invitación
que la liturgia de Adviento nos dirige a permanecer a la espera, una espera
vigilante y alegre, porque el Señor no tardará: viene a librar a su pueblo del
pecado.
En muchas familias, siguiendo una hermosa y consolidada tradición,
inmediatamente después de la fiesta de la Inmaculada se comienza a montar el
belén, para revivir juntamente con María los días llenos de conmoción que
precedieron al nacimiento de Jesús. Construir el belén en casa puede ser un
modo sencillo, pero eficaz, de presentar la fe para transmitirla a los hijos.
El belén nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló
en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís
quedó tan prendado del misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en
Greccio con un belén viviente; de este modo inició una larga tradición popular
que aún hoy conserva su valor para la evangelización.
En efecto, el belén puede ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera
Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo,
el cual "siendo rico, se hizo pobre" (2 Co 8, 9) por nosotros.
Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los
que, como los pastores de Belén, acogen las palabras del ángel: "Esto os
servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre" (Lc 2, 12). Esta sigue siendo la señal, también para
nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad.”
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