Llamados a ser santos

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“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 28 de diciembre de 2023

Nieves Gomez Alvarez: El humanismo polaco de Karol Wojtyla (3 de 4) Juliusz Słowacki

 


(Imagen de Wikipedia) 

Juliusz Słowacki (1809-1849) es otra de las grandes figuras del Romanticismo polaco. Estudia Ciencias Políticas y Morales en la Universidad de Vilna, como hijo que era de un profesor de la misma Universidad, moviéndose en los ambientes más cultos de la sociedad de la época y fue destinado para trabajar como funcionario en el Departamento del Tesorode Varsovia y en la Oficina Diplomática del Gobierno. Sin embargo, su verdadera pasión, que era la carrera literaria, comenzó con ocasión del levantamiento polaco de 1830 contra Rusia. Será en esta época cuando escriba su poema Oda a la libertad13. Tras una misión diplomática en Londres, ciudad que le fascina, será también uno de los escritores refugiados en París, donde entabla amistad con muchos de los liberales españoles desterrados por Fernando VII, lo cual despertó su interés por España y su literatura. De hecho, aprendió español leyendo El Quijote y también se dejó fascinar por Calderón de la Barca, cuya obra El príncipe constante tradujo al polaco en 1884, pues vio en el argumento del drama de Calderón un reflejo de la historia de los polacos14. No muy bien tratado por otros polacos en el exilio a causa de su ascendencia –supuestamente su padrastro había colaborado con los rusos y era considerado traidor–, viajará por varios países (Suiza, Italia, Grecia, Egipto, Tierra Santa) a partir de 1832, trabajando en misiones diplomáticas secretas entre el príncipe Adam Czartoryski y el gobierno de Turquía, contrario a Rusia.

 Esa sucesión de viajes será también una oportunidad constante para la inspiración, muy sugerente en poemas como “Conversación con las pirámides” o el melancólico “Himno (¡Qué triste estoy, Dios mío!)”, escrito durante una puesta de sol en Alejandría. Słowacki morirá, como buen romántico, de muerte prematura y tuberculosa en París en 1849. Años adelante, será el general Pilsudski, ya en 1927, quien ordenará la repatriación de sus restos, desde el cementerio de Montmartre hasta la catedral de Wawel, en Cracovia, donde reposa actualmente junto a los restos de Mickiewicz. Particularmente decisivas para Karol Wojtyła serán dos de sus obras, Kordian. La conjura de la coronación15, publicada en 1834, que el joven actor sabía de memoria, y El Rey Espíritu16, publicada en 1847. Esta última fue la primera obra representada el 1 de noviembre de 1941 por el Teatro Rapsódico, el teatro de resistencia pacífica en el que Karol Wojtyła participó durante los años de ocupación nazi de Polonia. El joven Karol representaba el papel del rey Boleslao, el monarca que comete abuso de poder y manda ejecutar a San Estanislao cuando el obispo de Cracovia celebra la Eucaristía. Curiosamente, el prometedor actor le imprimió a su violento personaje el carácter de un futuro arrepentido, jugando así literariamente con la Historia. Por su parte, Kordian relata la coronación del zar de Rusia como rey de Polonia, con su doloroso anhelo desde el exilio por la patria perdida y con su esperanza –sin duda, un tanto religiosa– en su futura resurrección. Esta obra tendrá un gran significado para Karol Wojtyła en unos momentos en los que Polonia volvía a estar en peligro, por la avaricia de las potencias vecinas17. Además, era una obra técnicamente muy innovadora, por sus formas plenamente románticas, con la ruptura de las tres unidades, la combinación de lírica, épica y drama y la mezcla entre personajes históricos e imaginarios (algunos de ellos simbólicos, muy del gusto de la época, como ángeles, demonios, el miedo o la imaginación). Karol Wojtyła, que también será autor dramático, se hará eco en sus propias obras teatrales de innovaciones similares. En el periodo de 1795 a 1920, los escritos de Słowacki habían alimentado, como los de Mickiewicz, la llama de la polonidad, aun a pesar de las persecuciones lingüísticas y culturales. No es extraño, pues, que volvieran a encenderla a partir de 1939. Era el destino del mesianismo polaco: alimentar la supervivencia de la nación polaca. Słowacki también muestra en sus escritos una cierta distancia con los ideales franceses –de hecho, cuando en 1833 viaja a Suiza, el gobierno francés le prohíbe volver, por ser considerado un revolucionario liberal–. Se puede leer desde esta perspectiva su poema “París”, donde habla de “orden quebrado”, “reptil enroscado”, “aguijón huntado de veneno” y dibuja un panorama apocalíptico de crimen, castigo, miedo, desgracia y muerte, estableciendo un símil entre esta ciudad y la Sodoma del Antiguo Testamento: “Mira cómo del regazo del Sena, en el crepúsculo, Se alzan los edificios en un orden quebrado, Cómo se suben unos a hombros de otros; En algunos lugares, iluminados por el rastro de las calles, Los edificios parecen un reptil enroscado Al que se le erizan las escamas dentadas de los tejados. Y allí, ¿es quizá un aguijón untado de veneno? ¿O es un rayo de sol? ¿La lanza de un caballero? En lo alto una torre dorada dispara su resplandor. ¡Nueva Sodoma! Entre tus piedras Se multiplica visible e insolente el crimen, Pero un día caerá sobre ti una lluvia de fuego, Más no será la lluvia de Dios confinada en un trueno: Mandará cien cañones… Y en cada casa Una bala cincelará la terrible sentencia de Dios, La bala quemará los muros, los derribará, Y un día se ceñirá sobre ti un miedo pavoroso, Y una desesperación aún mayor, porque será la bala del enemigo… Ya pende una nube de cañones sobre la ciudad, Por eso hay masas de gente confundida, Por eso la oscuridad de las calles es tan lúgubre, El presentimiento de la desgracia trastorna la razón; La palabra del orgullo vano agoniza sin eco, Las conversaciones tratan incesantemente sobre los enemigos…”. Y también en su poema “Cuando los polacos se subleven de verdad…”, donde parece reflejarse la incomprensión de los franceses hacia los ideales polacos, a los que parecen haber mirado con suficiencia o desprecio. El poema refleja cómo en ese hipotético tiempo de “vigencias polacas”, los ideales de esta nación no serían comprendidos desde los ideales franceses, pues no estarían movidos por el particularismo ni tampoco por un supuesto humanismo ciego y destructor, sino por “grandes lemas desconocidos”, gestados en el esfuerzo moral del corazón humano: “Cuando los polacos se subleven de verdad Las naciones no harán cuestaciones, Sino que quedarán estupefactas y al canto de los disparos Agudizarán el oído, abrirán las tabernas. Y los vientos llevarán las noticias, Y cada noticia alimentará el corazón de las naciones, Fuerzas anónimas agitarán el mundo Con grandes lemas desconocidos. El francés no entenderá lo que ocurre en el mundo, Que una nación se rebeló en el humo de la oscuridad, Y aunque muy desesperada, no en nombre de la desesperación, Y aunque muy vengativa, no en nombre de la venganza. No entenderá el esfuerzo que realizó el espíritu En la sagrada oscuridad del corazón humano […]”19. Słowacki había escrito sobre cuán fascinado debió de sentirse Adán, el primer hombre, al confrontarse con el mundo, la creación divina, que también le había traído a él a la existencia (tema sobre el cual reflexionaría Juan Pablo II en sus innovadoras catequesis sobre la Teología del cuerpo). Al igual que Mickiewicz, estaba convencido de que Polonia jugaba un papel decisivo en el drama de la historia mundial. Llegó incluso a escribir proféticamente sobre “un papa eslavo” que se convertiría en “hermano de toda la humanidad”

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Más allá de la Ilustración francesa: El humanismo polaco de Karol Wojtyła (1ª Parte) Beyond the French Enlightenment: Karol Wojtyła’s Polish Humanism (Part 1) ––––– NIEVES GÓMEZ ÁLVAREZ



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