"Gaudete in Domino semper", "estad siempre alegres en
el Señor" (Flp 4, 4). Con estas palabras de san Pablo se inicia la
santa misa del III domingo de Adviento, que por eso se llama domingo "Gaudete".
El Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse porque la venida del Señor, es
decir, su vuelta gloriosa es segura y no tardará. La Iglesia acoge esta
invitación mientras se prepara para celebrar la Navidad, y su mirada se dirige
cada vez más a Belén. En efecto, aguardamos con esperanza segura la segunda
venida de Cristo, porque hemos conocido la primera.
El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a
nosotros, no sólo en sentido espacial y temporal; está cerca de nosotros
porque, por decirlo así, se ha "casado" con nuestra humanidad; ha
asumido nuestra condición, escogiendo ser en todo como nosotros, excepto en el
pecado, para hacer que lleguemos a ser como él.
Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está
cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la
salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece
también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie,
sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.
Algunos se preguntan: ¿también hoy es posible esta alegría? La
respuesta la dan, con su vida, hombres y mujeres de toda edad y condición
social, felices de consagrar su existencia a los demás. En nuestros tiempos, la
beata madre Teresa de Calcuta fue testigo inolvidable de la verdadera alegría
evangélica. Vivía diariamente en contacto con la miseria, con la degradación
humana, con la muerte. Su alma experimentó la prueba de la noche oscura de la
fe y, sin embargo, regaló a todos la sonrisa de Dios.
En uno de sus escritos leemos: «Esperamos con impaciencia el
paraíso, donde está Dios, pero ya aquí en la tierra y desde este momento
podemos estar en el paraíso. Ser felices con Dios significa: amar como
él, ayudar como él, dar como él, servir como él» (La gioia di darsi agli
altri, Ed. Paoline 1987, p. 143). Sí, la alegría entra en el corazón de
quien se pone al servicio de los pequeños y de los pobres. Dios habita en quien
ama así, y el alma vive en la alegría.
En cambio, si se hace de la felicidad un ídolo, se equivoca el camino y
es verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Por
desgracia, esta es la propuesta de las culturas que ponen la felicidad
individual en lugar de Dios, mentalidad que se manifiesta de forma emblemática
en la búsqueda del placer a toda costa y en la difusión del uso de drogas como
fuga, como refugio en paraísos artificiales, que luego resultan del todo
ilusorios.
Queridos hermanos y hermanas, también en Navidad se puede equivocar el
camino, confundiendo la verdadera fiesta con una que no abre el corazón a la
alegría de Cristo. Que la Virgen María ayude a todos los cristianos, y a los
hombres que buscan a Dios, a llegar hasta Belén para encontrar al Niño que
nació por nosotros, para la salvación y la felicidad de todos los hombres.
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