En
la ruta de peregrinaciones espirituales durante el el rezo del Ángelus del año
mariano 1987-1988, el Domingo 6 de marzo de 1988 el
Papa Juan Pablo II “peregrinaba” al santuario mariano
de Abiyan (Costa de Marfil) que lleva el nombre de Nuestra Señora de África,
Madre de todas las gracias, un “título que encierra una
esperanza, un compromiso de evangelización, una forma de consagración para todo
el continente africano.”
El papa mismo explicaba
que el santuario había sido inaugurado hacia apenas un año, en febrero de 1987
y que el mismo había bendecido su primera piedra en su visita pastoral en 1980,
cuando con gran alegría había aceptado la invitación primero del Episcopado de Zaire
y después del de Ghana.
Este papa
misionero, “como el apóstol Pablo, tenía por dentro una fiebre misionera que lo
quemaba, empujándolo a ir por el mundo para testimoniar el Evangelio y ver
personalmente “las grandes cosas” creadas por Dios. Quería conocer a los
hombres en su situación concreta, dentro de su cultura. “De otro modo – confió
una vez a los africanos- ¿cómo podría entender quienes son ustedes y como
viven?” (Lic. Marco Gallo, Director de la cátedra Juan Pablo II, de la
Universidad Católica Argentina.”
Fiel
discípulo del Concilio Vaticano II Juan Pablo II revelaba a su regreso de su primerviaje a África que consideraba precisamente el Concilio Vaticano II “la preparación
más adecuada para su peregrinación a África, es mas era un “manual”
indispensable según sus propias palabras. Revelaba entonces que desde sus primeros días de
servicio pastoral en la Sede romana de San Pedro sentía una profunda necesidad
de acercarse al continente negro. “El alma de África – decía - es un alma profundamente
religiosa en los estratos, cada vez más amplios, de su religiosidad
tradicional, sensible a la dimensión sagrada de todo el ser, convencida de la
existencia de Dios y de su influencia en la creación, abierta a lo que está más
allá de lo terreno y más allá de la tumba.”
En esta peregrinación espiritual durante el rezo del Ángelus en1988, el Papa mismo nos brindaba
algunas características principales del Santuario y explicaba que el “edificio,
levantado con la contribución de generosos sacrificios por parte de las
comunidades católicas locales, tiene una arquitectura con un perfil dirigido
hacia lo alto, como un dedo que quisiera indicar la meta del cielo. En la entrada del santuario se leen,
esculpidas en grandes caracteres, las palabras evangélicas de María: "Yo
soy la esclava del Señor", "Haced lo que Él os diga".
El
interior del templo, iluminado por grandes y bellas vidrieras, se abre hacia un
amplio anfiteatro, donde se celebran los actos con mayor concurrencia de
fieles. Tanto la cúpula helicoidal que domina el santuario, como la imagen en
cemento que corona la cima, pueden verlas desde lejos los que van por las
calles adyacentes y, al iluminarlas por la noche, aparecen como un signo
sensible de la presencia materna de María en la región.La Virgen Madre que se
venera allí está representada por una estatua de madera preciosa, obra de un
joven escultor del país. Con los rasgos de una muchacha de Costa de Marfil,
María está de pie, alta y enhiesta. Pero el peinado y la larga cinta lateral
que la ciñe, con el extremo del vestido replegado en el brazo izquierdo, no
pertenecen a ninguna raza particular. Amable y sonriente, presenta al Niño
Jesús que se dirige a los fieles con los brazos abiertos.
El artista ha
querido significar de este modo una profunda verdad teológica: El Hijo de Dios
ha nacido de una Mujer y nos lo da una Mujer, que se llama María. Los gestos
maternos de Ella son de una admirable espontaneidad. Su juventud quiere
significar que Ella, al no estar dañada por la corrupción del pecado, pertenece
a todas las épocas de la historia, y es, como el Hijo, contemporánea nuestra.
Su sonrisa indica la paz, el gozo del alma, el hábito de la contemplación
interior, el amor a Dios, que hizo de Ella el santuario privilegiado del
Espíritu Santo.”
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