Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 11 de enero de 2013

Juan Pablo II y el Santuario de Nuestra Señora del África en Abiyan


En la ruta de peregrinaciones espirituales durante el el rezo del Ángelus del año mariano 1987-1988,   el Domingo 6 de marzo de 1988 el Papa Juan Pablo II   “peregrinaba” al santuario mariano de Abiyan (Costa de Marfil) que lleva el nombre de Nuestra Señora de África, Madre de todas las gracias, un “título que encierra una esperanza, un compromiso de evangelización, una forma de consagración para todo el continente africano.”
El papa mismo explicaba que el santuario había sido inaugurado hacia apenas un año, en febrero de 1987 y que el mismo había bendecido su primera piedra en su visita pastoral en 1980,  cuando con gran alegría había aceptado la invitación primero del Episcopado de Zaire y después del de Ghana. 

Este papa misionero, “como el apóstol Pablo, tenía por dentro una fiebre misionera que lo quemaba, empujándolo a ir por el mundo para testimoniar el Evangelio y ver personalmente “las grandes cosas” creadas por Dios. Quería conocer a los hombres en su situación concreta, dentro de su cultura. “De otro modo – confió una vez a los africanos- ¿cómo podría entender quienes son ustedes y como viven?” (Lic. Marco Gallo, Director de la cátedra Juan Pablo II, de la Universidad Católica Argentina.” 

Fiel discípulo del Concilio Vaticano II Juan Pablo II revelaba a su regreso de su primerviaje a África que consideraba precisamente el Concilio Vaticano II “la preparación más adecuada para su peregrinación a África, es mas era un “manual” indispensable según sus propias palabras.  Revelaba entonces que desde sus primeros días de servicio pastoral en la Sede romana de San Pedro sentía una profunda necesidad de acercarse al continente negro.   “El alma de África – decía - es un alma profundamente religiosa en los estratos, cada vez más amplios, de su religiosidad tradicional, sensible a la dimensión sagrada de todo el ser, convencida de la existencia de Dios y de su influencia en la creación, abierta a lo que está más allá de lo terreno y más allá de la tumba.”

En esta peregrinación espiritual durante el rezo del Ángelus en1988  el Papa mismo nos brindaba algunas características principales del Santuario y explicaba que el “edificio, levantado con la contribución de generosos sacrificios por parte de las comunidades católicas locales, tiene una arquitectura con un perfil dirigido hacia lo alto, como un dedo que quisiera indicar la meta del cielo.  En la entrada del santuario se leen, esculpidas en grandes caracteres, las palabras evangélicas de María: "Yo soy la esclava del Señor", "Haced lo que Él os diga".



 El interior del templo, iluminado por grandes y bellas vidrieras, se abre hacia un amplio anfiteatro, donde se celebran los actos con mayor concurrencia de fieles. Tanto la cúpula helicoidal que domina el santuario, como la imagen en cemento que corona la cima, pueden verlas desde lejos los que van por las calles adyacentes y, al iluminarlas por la noche, aparecen como un signo sensible de la presencia materna de María en la región.La Virgen Madre que se venera allí está representada por una estatua de madera preciosa, obra de un joven escultor del país. Con los rasgos de una muchacha de Costa de Marfil, María está de pie, alta y enhiesta. Pero el peinado y la larga cinta lateral que la ciñe, con el extremo del vestido replegado en el brazo izquierdo, no pertenecen a ninguna raza particular. Amable y sonriente, presenta al Niño Jesús que se dirige a los fieles con los brazos abiertos. 



 El artista ha querido significar de este modo una profunda verdad teológica: El Hijo de Dios ha nacido de una Mujer y nos lo da una Mujer, que se llama María. Los gestos maternos de Ella son de una admirable espontaneidad. Su juventud quiere significar que Ella, al no estar dañada por la corrupción del pecado, pertenece a todas las épocas de la historia, y es, como el Hijo, contemporánea nuestra. Su sonrisa indica la paz, el gozo del alma, el hábito de la contemplación interior, el amor a Dios, que hizo de Ella el santuario privilegiado del Espíritu Santo.”

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