“Francisco
de Sales, consejero de Papas y de príncipes, dotado de grandes cualidades
espirituales, pastorales y diplomáticas, fue un hombre de unidad en una época
en que las divisiones constituían una herida en el costado de la Iglesia. Se
preocupó, en particular, por restablecer la unidad de su diócesis y por
mantener la comunión en la fe, basando su acción en la confianza en Dios, en la
caridad que todo lo puede, en la ascesis y en la oración, como subrayó en un
auténtico discurso programático poco después de su ordenación sacerdotal,
puesto que -decía- es así como debemos vivir la regla cristiana y comportarnos
verdaderamente como hijos de Dios (cf. Sermón para el
arciprestazgo: Oeuvres complètes, edición de Annecy, VII, p. 99
ss). Más tarde explicaría lo que es en verdad la caridad teologal:
"La caridad es un amor de amistad, una amistad de dilección, una dilección
de preferencia, pero de preferencia incomparable, soberana y sobrenatural, que
es como un sol en toda el alma para embellecerla con sus rayos, en todas las
facultades espirituales para perfeccionarlas, en todas las potencias para
moderarlas, y en la voluntad, como su sede, para residir allí y
hacer que quiera y ame a su Dios sobre todas las
cosas" (Tratado del amor de Dios: Oeuvres complètes, IV, p.
165)”
San Francisco de Sales tuvo como modelo a San Carlos Borromeo, el santo
patrono de Juan Pablo II y se esmeró – decía el Santo Padre Juan Pablo II con ocasión
del IV Centenario de la Consagración Episcopal de San Francisco de Sales - por
formar a los sacerdotes, sobre todo instituyendo para ellos conferencias
mensuales, a fin de dar a las ovejas sin pastor pastores misericordiosos que
les enseñaran el misterio cristiano y celebraran cada vez más dignamente los
sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación. Puso especialmente cuidado
en hacer que el clero y los fieles descubrieran que la penitencia es un momento
de encuentro con el amor del Señor, que acoge a todos los que van a pedirle
humildemente perdón.”
Francisco de Sales – continuaba en su Mensaje Juan Pablo II “doctor del amor divino, no descansaba hasta
que los fieles acogían el amor de Dios, para vivirlo plenamente, orientando su
corazón a Dios y uniéndose a él (cf. Tratado del amor de Dios:
Oeuvres complètes, IV, p. 40 ss). Así, bajo su guía, numerosos cristianos
han recorrido el camino de la santidad. Él les mostró que todos están llamados
a vivir una intensa vida espiritual, cualquiera que sea su situación y su
profesión, ya que, al ser "la Iglesia un jardín esmaltado de flores
infinitas, necesita tenerlas de diversas grandezas, de diversos colores, de
diversos perfumes, en suma, de diferentes perfecciones. Todas tienen su valor,
su gracia y su esplendor, y todas en conjunto, con su variedad, forman una
perfección muy agradable de belleza" (ib., p. 111).
Hombre bondadoso y dulce, que sabía manifestar la misericordia y la paciencia
de Dios a aquellos con quienes se encontraba, propuso una espiritualidad
exigente pero serena, fundada en el amor, dado que amar a Dios "es la mayor
felicidad del alma en esta vida y por toda la eternidad" (Carta a la Madre
Marie-Jacqueline Favre, 10 de marzo de 1612: Oeuvres complètes XV,
p. 180). Con gran sencillez, formó a todos en la oración: "Es
necesario que se postre ante Dios y permanezca allí a sus pies; así él
comprenderá que, con esta humilde actitud, usted es suya y quiere su ayuda,
aunque no pueda hablar" (Carta a Juana Francisca Frémyot de Chantal, 14 de
octubre de 1604: Oeuvres complètes XII, p. 352). Se esforzó
por conducir las almas hasta las cimas de la perfección, procurando unir a las
personas en torno a lo que es el centro de la existencia, la vida de intimidad
con el Señor, gracias a la cual el hombre puede recibir la perfección y hacerse
mejor (cf.Tratado del amor de Dios: Oeuvres complètes, IV, p. 49).
Se preocupaba de que cada uno volviera a Cristo y recomenzara desde él, para
llevar una vida buena, puesto que Dios ha dado a cada uno el gobierno de sus
facultades, que conviene poner bajo el primado de la voluntad (cf. ib.,pp.
23-24).”
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