“Como decía
Juan Pablo II, la Misericordia se manifiesta “en su aspecto verdadero y propio
cuando revaloriza, promueve y saca bien de todas las formas de mal existentes
en el mundo y en el hombre” (DM, 6) La condición
del hombre, por tanto, no es irremediablemente terrible, humillante, sino que
al contrario, ofrece la esperanza de purificación, liberación y nueva creación.
Dios, en efecto, salva al hombre no gracias a nuestras justas acciones, sino
gracias a su inmensa misericordia, nos purifica, nos perdona, nos da una nueva
vida.
La comprensión
de esta verdad está radicada – según Juan Pablo II – en el testimonio y en la
experiencia de la mística polaca, santa Faustina Kowalska. Fue ella quien proclamó
que la Misericordia divina está unida con la fuerte convicción del perdón, es más
con el pleno cambio y conversión del hombre – con la ayuda divina – a la nueva creación
cargada de espíritu nuevo y de un corazón nuevo. Santa Faustina Kowalska sostenía
que “aunque [nuestros] pecados fuesen negros como la noche, la Misericordia
divina es más fuerte que nuestra miseria. Es necesario solo que el pecador abra
la puerta del propio corazón…. El resto lo hará Dios…. Todo comienza en tu
Misericordia y en tu Misericordia encuentra el fin” (catequesis durante laaudiencia general del 24 de octubre de 2001).
Juan
Pablo II manifiesta esta verdad a pesar de que en nuestros días esa parezca
rechazada, por ejemplo a causa de los miedos del hombre, que teme ser víctima
de cualquier forma de presión o de opresión, de perder la libertad interior. Son
miedos totalmente infundados porque el amor no destruye en ningún modo, sino
que, en cuanto que es misericordioso, dona la verdadera salud y el acceso a la plenitud
de la vida.
Según
Juan Pablo II, la misericordia no es sino la verdadera expresión del amor de
Dios por el hombre. Esta convicción se fundamenta en la enseñanza de san Pablo
en la carta a los Efesios: «Pero
Dios, que es rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos ha amado,
aunque muertos por nuestros pecados nos ha devuelto la vida en Cristo» (Ef 2, 4-5) Principium
misericordiae, tratado por el Papa de esta manera, no es sino el amor de
Dios activo y presente en el mundo, que se dirige al hombre en Cristo, en su acción
pascual que, abrazando la condición pecadora del hombre, la justifica,
restableciendo la justicia y el orden ideado por Dios desde el principio en el
hombre y en el mundo.”
Totus
Tuus Nro 3, mayo-junio 2009, Boletín de la Postulación de la causa de
Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II)
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