“La
misión de Santa Faustina Kowalska tiene
un fundamento en la Biblia y en los documentos de la Iglesia, y es bien clara
la armonía entre sus palabras y las enseñanzas de Juan Pablo II en la encíclica
Dives in Misericordia. Hoy, a mi parecer, es difícil hablar de la Divina
Misericordia sin hablar de santa Faustina.
Faustina
nació en Polonia el 25 de agosto de 1905 y murió el 5 de octubre de 1938,
cuando tenía sólo 33 años. Sufrió terribles humillaciones e incomprensiones.
Hubo un momento en el que parecía que todo su empeño había sido inútil. Fue
cuando la Congregación para el Culto divino, a causa de un malentendido, prohibió
la devoción a la Divina Misericordia asì como había sido revelada a sor
Faustina. Pero ¿Quién puede ir contra la voluntad de Dios? Durante 19 años fue
prohibido el culto, pero Dios inspiró entonces al Cardenal Wojtyla, que se
comprometió para que fuese removida la prohibición del culto. Mucho se le debe
a Juan Pablo II, y a su encíclica.. El beatificó y canonizó a sor Faustina,
sostuvo esta devoción e introdujo la celebración de la fiesta de la Divina
Misericordia en toda la Iglesia universal, el primer domingo después de Pascua.
Una devoción difundida por todas partes, como Jesús había preanunciado a sor
Faustina, diciéndole que, después de un gran golpe de paralización, un día habría llegado al mundo entero.
Según
el diario de santa Faustina la devoción de la Divina Misericordia tiene
diferentes manifestaciones. Ante todo la imagen. «Estaba en mi celda, cuando vi al Señor vestido con una
túnica resplandeciente. Tenía una mano levantada en acción de bendecir. Con la
otra mano, tocaba su túnica blanca sobre el pecho, del que salían dos rayos de
luz. Uno de ellos era rojo, y el otro blanco. Después de un momento, Jesús me
dijo: pinta un cuadro como el modelo que has visto y escribe debajo: “Jesús, confío
en ti. Deseo además que la imagen sea venerada en todo el mundo. A través de
esta imagen concederé muchas gracias y prometo que el alma que la venere no
será condenada. Prometo la victoria contra los enemigos en esta tierra, pero
sobre todo en el momento de la muerte. Yo mismo los protegeré con ni gloria”.
Los dos
rayos de luz son características de esta imagen, bien conocida en toda la
Iglesia. Nuestro Señor ha explicado su significado: el rayo blanco significa el
agua que justifica a las almas, el rayo rojo representa la sangre que es la
vida del alma. Ambos rayos indican también los sacramentos y las gracias del Espíritu
Santo, cuyo símbolo bíblico es el agua.
Y también la Nueva Alianza de Dios con los hombres a través de la sangre de
Jesucristo”.
Padre
Josè Macedo, Congregación el Santísimo Redentor , Totus Tuus, Nr3 mayo-junio 2009
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