La
misericordia de Dios significa también hablar del amor de Dios-padre., que es
absolutamente fiel al propio eterno amor por el hombre y que ofrece siempre de
nuevo a su Unigénito para que quien mire al Crucificado vea también al Padre,
es decir al Amor más potente de cualquier
género de mal. Juan Pablo II subraya con claridad: «Creer en tal amor significa creer en la misericordia.
Esta es, en efecto, la dimensión indispensable del amor, es como su segundo
nombre».
Para el
Papa está claro que la cruz de Cristo es también una revelación radical de la
misericordia. Es aquí donde el amor va al encuentro del hombre herido en su
historia por el pecado y se transforma en misericordia. El mismo amor se
confirma también más potente que el pecado para quien participa con fe en la gracia
de la muerte y resurrección del Hijo.
Pero
para conocer y tener plena conciencia de la Misericordia de Dios Padre es
importante comprender la naturaleza del pecado: eso es una prueba de degradar
el plan salvífico de Dios. El pecado, en cuanto misterium iniquitatis, excluye a Dios de la historia del hombre,
procura la ruptura con Dios, niega a Dios y su palabra. No sorprende, por
tanto, que un semejante acto ejecutado con plena libertad comprometa no
solamente el equilibrio interior del hombre sino también el tejido que lo une a
los demás hombres y a toda la creación.
Efectivamente,
no es el amor que se convierte en ley, sino el odio, y las etapas de elevación y
de refuerzo del orden divino son sustituidos por el pecado, que arrastra
consigo todo, convirtiéndolo en sinónimo de la revolución contra Dios y de desobediencia
hacia El. Es significativo que Juan Pablo II no se detuviese nunca sobre esta
impiedad de los hombres sino que se concentraba más bien sobre el misterium misericordiae que vence al
pecado.” .
(Totus
Tuus Nro 3, mayo-junio 2009, Boletín de la Postulación de la causa de
Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II)
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