“En segundo lugar, el
Rosario, una oración enseñada por el mismo Señor a Santa Faustina en Vilna
(13-14 septiembre de 1935). Quienes recen ofrecen al Padre el cuerpo, la
sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo en reparación por nuestros pecados
y por los del mundo entero. Uniéndose al sacrifico de Jesús quien reza este
Rosario se une al amor que el Padre tiene por el Hijo, y en El, por todos los
hombres. Estas gracias serán recibidas no solo por quienes recen el Rosario
sino también por los agonizantes ante quienes se rece. La fiesta de la Divina
Misericordia ocupa así un lugar privilegiado entre las diversas expresiones de
devoción reveladas a santa Faustina.
Por
primera vez, Nuestro Señor habló de la institución de esta fiesta en 1931, en
Plock, cuando quiso que se pintara la imagen. «Quiero una Fiesta de la Divina
Misericordia. Quiero que esta imagen sea solemnemente bendecida en el primer
domingo después de Pascua, en este domingo tiene que ser la celebración de la
Misericordia». La elección del primer domingo después de Pascua tiene un
profundo sentido teológico, que muestra la fuerte unión entre el misterio pascual
de la redención y el misterio de la Divina Misericordia. Esta unión está
también evidenciada en la novena de oración con el Rosario de la Misericordia a
partir del viernes Santo. «Deseo que la fiesta de la Divina Misericordia sea un
refugio para todas las almas, pero especialmente para los pecadores Las almas
se condenan despreciando mi amarga Pasión. Estoy dando mi último recurso, que
es la fiesta de mi Misericordia. Si no veneran mi misericordia, perecerán
eternamente. En este día las puertas de mi Misericordia están abiertas de par
en par». Con el fin de aprovechar estos grandes dones, es necesario satisfacer
las condiciones de la Divina Misericordia: la confianza en Dios, la bondad, el
amor por el prójimo, estar en gracia de Dios (después de la confesión) y recibir dignamente la santa Comunión. Hay
que recordar también la Hora de la Misericordia. En el mes de octubre de 1937
en Cracovia, Nuestro Señor ordenó la veneración de la hora de su muerte: «Siempre
que se sientan dar las tres de la tarde, tenéis que sumergiros en mi misericordia,
glorificándola y alabándola, porque en este momentomi misericordia se abre para
todas las almas». En fin la práctica de las obras de Misericordia. «Quiero la
confianza de mi creatura y las obras de misericordia: acciones, palabras, oración.
Tenéis que ser humildes con todas las personas, siempre y en cualquier parte».
Jesús quiere
que todos sus ddevotos hagan al día al menos un acto de caridad para con el
prójimo.
La devoción
de la Divina Misericordia es pues un tesoro donado por Dios para los días llenos
de violencia y de confusión en que vivimos. Confiar en la Divina Misericordia
es esencial para la paz.
Padre
Jose Macedo, Congregación del Santísimo Redentor
Totus Tuus, Nro3
Mayo-Junio 2009 El Papa de la Misericordia
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