Antonio Pelayo de Vida nueva recuerda uno de los momentos más
dramáticos de los innumerables viajes de Juan Pablo II. Fue la visita a
Sarajevo.
La mañana de ese domingo de Pascua amaneció fría, con un tibio
sol que luchaba por abrirse paso entre las amenazantes nubes bajas. A pesar de
la inclemencia del tiempo, unos 50.000 fieles habían
llegado a la capital desde
todos los confines del país balcánico para asistir a la misa presidida por el
Papa. Ese era el único acto de masas en todo el viaje, y las fuerzas de seguridad habían
desplegado todos sus recursos para cortar por lo sano cualquier incidente.
La misa iba a tener lugar en el estadio Kosevo, una antigua instalación deportiva
remodelada para la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de
Invierno de 1984. El estadio, rodeado de cementerios improvisados durante los
años de la guerra, se encuentra en un valle rodeado de colinas, donde se escondían francotiradores serbios dotados
de armas de alta precisión. Según nos confió uno de los militares italianos que
formaba parte de la SFOR (fuerzas de la OTAN que garantizaban la estabilidad de
la zona), era perfectamente posible abatir a tiros desde las alturas cualquier
objetivo situado dentro del estadio.
El altar para la celebración eucarística había sido instalado
frente a la tribuna principal. Apenas iniciada la misa, se desató una tempestad de
agua mezclada con nieve y
se registró una brusca bajada de la temperatura. Inmediatamente, se intentó
proteger al Papa de la intemperie con un enorme paraguas blanco que resultaba a
todas luces insuficiente.
La Lucha contra el Parkinson
Wojtyla llevaba ya algunos años luchando contra un Parkinson perceptible
por los típicos temblores que produce dicha enfermedad. Esa mañana, tal vez por
la emoción y desde luego por las ráfagas de la ventisca de nieve, la tembladera
se hizo tan violenta que, en mitad de la celebración, el Papa se dirigió al
maestro de Ceremonias, Piero Marini, diciéndole con voz
angustiada: “No voy a poder acabar la Misa, no me siento capaz de proseguir, no puedo
controlarme”. Sin
perder los nervios, monseñor le sujetó con fuerza el antebrazo izquierdo y
aceleró todo lo posible el rito, que concluyó sin más sobresaltos.
Los que nos encontrábamos cerca del altar, mientras nos
protegíamos lo mejor posible contra la nevada, fuimos testigos de esos momentos tremendos en
que el cuerpo de Juan Pablo II temblaba de los pies a la cabeza y su mirada
reflejaba la angustia que le provocaba el miedo de verse
obligado a abandonar el altar. No fue así, y el papa polaco leyó íntegra la
larga homilía y pudo distribuir la comunión a un limitado número de fieles.
RECONCILIACION
Esa mañana, sus palabras volvieron a repetir el leit-motiv del viaje: perdón y reconciliación
En siete de los nueve discursos que pronunció durante las 24
horas que permaneció en Sarajevo se refirió al tema del perdón; usó esta
palabra veinte veces, y otras seis utilizó el verbo perdonar.
“Perdonemos y pidamos perdón –dijo a los que le escuchaban ateridos
por el frío y el temor a un posible atentado–, no podemos no emprender la
difícil pero necesaria peregrinación del perdón que lleva a una profunda
reconciliación”
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