(de
la homilía
del Santo Padre Juan Pablo II durante la Misa para el clero, religiosos y
seminaristas, celebrada en la Catedral de Santo Domingo, 26 de enero 1979).
“Sucede
a veces que nuestra sintonía de fe con Jesús permanece débil o se hace tenue
–cosa que el pueblo fiel nota enseguida, contagiándose por ello de tristeza -
porque lo llevamos dentro, sí, pero confundido a la vez con nuestras
propensiones y razonamientos humanos (cf ib., 15) sin hacer brillar toda la
grandiosa luz que El encierra para nosotros…”.
“…Una
cosa es clara… la fe en Cristo resucitado no es resultado de un saber técnico o
fruto de un bagaje científico (cf. 1Co 1, 26). Lo que se nos pide es que
anunciemos la muerte de Jesús y proclamemos su resurrección (S. Liturgia).
Jesús vive.”
“…Si
habéis encontrado pues a Cristo, ¡vivid a Cristo, vivid con Cristo! Y
anunciadlo en primera persona, como auténticos testigos: “para mí la vida es
Cristo” (Flp 1, 21)…”.
“…Es
preciso que los hombres vean en nosotros a los dispensadores de los misterios
de Dios (cf. 1Co 4, 1), testigos creíbles de su presencia en el mundo. Pensemos
frecuentemente que Dios no nos pide, al llamarnos, parte de nuestra persona,
sino toda nuestra persona y energías vitales, para anunciar a los hombres la
alegría y la paz de la nueva vida en Cristo y guiarlos a su encuentro. Para
ello sea nuestro afán primero buscar al Señor, y una vez encontrado, comprobar
dónde y cómo vive, quedándonos con El todo el día (cf. Jn 1, 39). Quedándonos
con El de manera especial en la Eucaristía, donde Cristo se nos da, y en la
oración, mediante la cual nos damos a El”
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