“En
realidad, la forma que el arzobispo Wojtyla emplea su tiempo prefigura la de
Juan Pablo II. Principio general,
heredado del padre: el tiempo es un don, no debe desperdiciarse ni una migaja.
Consecuencia: sus días están increíblemente planificados, a veces al minuto.
(…) Invitado a menudo a cenar, el arzobispo regresa a veces tarde a su
apartamento privado en el primer piso del palacio arzobispal.
El
apartamento se compone de un pequeño ingreso, un despacho y un minúsculo
dormitorio, con un modesto mobiliario que incluye una cama individual, cubierta
por una frazada lisa y un cojín decorado con motivos folklóricos; una lámpara
de plástico sobre el cabecero, de donde cuelga el dable con el interruptor; una
mesilla y sobre ella un rosario, un termo y un vaso. Al lado de la cama, sobre
el piso de madera un par de zapatos negros y unas viejas zapatillas de color
indefinido. En la pared, una Virgen del Renacimiento y un paisaje polaco
invernal de poco valor, con el cuadro de las ovejas que adornaba su viejo
apartamento en via Kanonicza.
Sobre
el sencillo escritorio, de barniz algo saltado, hay solo una lámpara con una
pantalla común, una foto de Pablo VI y un tintero con una estilográfica
(cargada con tinta negra), un lapicero (verde), una goma redonda y chata, clips
para papel y una pequeña caja de cartulina conteniendo tarjetas de visita. (…)
Y esto es todo lo que posee el sucesor del príncipe Sapieha, quien nunca
hubiese dormido en una habitación que no fuese la más preciada del palacio;
otros tiempos, otras usanzas. Otra personalidad, también. Pobre fue el cura
Wojtyla, pobre será el arzobispo, el cardenal y finalmente el papa. Hábitos
raídos, un sombrero viejo, un sobretodo gastado. Como siempre, no se preocupa
mucho de su comodidad personal (…).
Circulan
anécdotas que enriquecerían una hagiografía digna del cura de Ars. Se cuenta
que un día, cuando aún vivía en via Kanonicza, un pobre fue a pedir una
limosna. Las religiosas Marysia y Emilia, que administraban la casa, lo
alejaron: «no tenemos nada más». EL obispo, enfurecido, protestó: «nada más?»
abrió el armario y mostró sus caminas: «Ésta! Aquella!». Las religiosas,
regañando, le entregaron las camisas al pobre.
De
todas maneras, impresiona el contraste entre la vida que lleva el nuevo
arzobispo de Cracovia y el lujo y los oros de «su» catedral en el castillo del
Wawel. Tampoco los tesoros artísticos, custodiados en el palacio arzobispal
después d ela guerra, le interesan al nuevo patrón de la casa. Karol Wojtyla no
se ha sentido inclinado al arte, ni lo estará jamás. Filósofo y poeta, es decididamente
un pastor, no un esteta.
Pastor
y modelo de devoción. Después de las 11 de la noche, en la calle
Franciszkanska, la vida parece detenerse. Los corredores están desiertos, la
gran escalera en silencio. Solo una luz se filtra por la puerta de la capilla:
el arzobispo está rezando.”
Bernard
Lecomte: Giovanni Paolo II – la biografía,
Baldini Castaldi Dalai editore, 2004
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