1.
"Haced lo que Él os diga" (Jn 2,
5). Con estas palabras la Madre de Jesús, que asistía a las bodas celebradas un
día en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-12), sugería a los servidores
del banquete que hiciesen cuanto Jesús les mandaba.
La
espiritualidad del Antiguo Testamento puede ofrecernos una pista para precisar
el origen remoto de esta exhortación de María.
En
efecto, en el Monte Sinaí, el Señor por medio de Moisés invitó al pueblo de
Israel a entrar en su Alianza (cf. Ex 18,
3-7). Respondiendo al ofrecimiento divino, todo el pueblo exclamó con una sola
voz: "Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yavé" (Ex19, 8;
cf. 24, 3. 7).
Puede
afirmarse que todas las generaciones del pueblo elegido han hecho memoria de
esa inmediata declaración de obediencia, pronunciada en "el día de la
asamblea" (Dt 4, 10), al pie del Sinaí. Pensando
nuevamente en ella, Israel se complacía en redescubrir la frescura del primer
amor (cf. Jer 2,
2; Os 2,
17 b). De hecho, el contenido de esta misma frase era repetido puntualmente
cada vez que el pueblo, guiado por sus jefes, renovaba los compromisos de la
Alianza sinaítica, a lo largo de la historia del Antiguo Testamento (cf. Jos 24,
24; Esd 10,
12; Neh 5,
12...).
2.
Ahora bien ―comentaba mi venerado predecesor Pablo VI en su Exhortación
Apostólica Marialis cultus (2
febrero 1974: AAS 66,
1974, págs. 166-167, n. 57)―, las palabras que la Virgen dirigió a los
servidores de las bodas de Caná "...se limitan en apariencia al deseo de
poner remedio a la incómoda situación de un banquete, pero en la perspectiva
del cuarto Evangelio son una voz que parece como una resonancia de la fórmula
usada por el pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí (cf. Ex 19,
8; 24, 3. 7; Dt5,
27), o para renovar los compromisos (cf. Jos 24,
24; Esd 10,
12; Neh 5,
12), y son una voz que concuerda con la del Padre en la teofanía del Tabor:
"Escuchadle" (Mt 17, 5).
Hoy,
los servidores de las bodas somos nosotros, queridos hermanos y hermanas. La
Virgen no cesa de repetirnos a cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, lo que
dijo en Caná. Esa consigna podría llamarse su testamento espiritual. Es, en
efecto, la última palabra que de Ella, Madre Santa, nos han transmitido los
Evangelios. ¡Recojámosla y conservémosla en el corazón!
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