“El deseo, por
sí solo, no define todavía el perfil ético del acto, lo define solamente el
deber moral. Sin embargo, el deber moral no quita el dinamismo del deseo en el
obrar de la persona, en el acto, pero condiciona este dinamismo. El
condicionamiento viene del hecho de que el deber introduce en el deseo de las
acciones humanas un deseo específico, el deseo «por el bien» y «contra el mal».
No es posible compartir la idea de que el valor moral se realice en cierto modo
«al lado de» los otros deseos (auf dem
Rücken), y que por sí solo no sea objeto del deseo, del querer de la persona.
Precisamente, la particular experiencia de la
satisfacción o no satisfacción de sí mismo (de la persona) que se liga
(sustancial y orgánicamente) al cumplimiento o del deber moral, parece
confirmar la idea de que el deber moral introduce en el acto de la persona el
dinamismo propio del deseo. La persona en cuanto sujeto desea la satisfacción
de sí. En este sentido, está sobre todo
orientada su acción; el poder o la voluntad del agente. Sobre esta base, la moralitas, el valor moral – bien y mal –
se inscribe en la sustancial finalidad (autoteleología) de la persona y, en
cierto modo, la inscribe en sí.
Surge, obviamente, el problema sutil de la reducción
de la moralidad a la finalidad, problema que es fuente de controversias en la
historia de la ética, particularmente en la actualidad. Podemos compartir la
idea según la cual la moralidad, el valor moral, es irreductible a la finalidad
del hombre y trascendente respecto a ella, pero en la interpretación de la
moralidad no podemos olvidar totalmente el aspecto de la finalidad, la
autoteleologìa : en ese caso condenaríamos la ética a la estaticidad, la privaríamos de todo el dinamismo propio del
hombre como persona.”
(texto
del capítulo “El hombre y la responsabilidad” de El hombre y su destino de Karol Wojtyla, Ediciones Palabra, 2005)
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