Sígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como su última
palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta
palabra lapidaria de Cristo puede considerarse la llave para comprender el
mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II,
cuyos restos mortales depositamos hoy en la tierra como semilla de
inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza
y de profunda gratitud.
«Sígueme». Cuando era un
joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro,
de la poesía. Trabajando en una fábrica química, circundado y amenazado por el
terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan
particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en
el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra
pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universidad
Jagellónica de Cracovia. Tantas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus
libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, al que fue ordenado el 1 de
noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio, en particular a
partir de tres palabras del Señor. En primer lugar esta: «No me habéis elegido
vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que
vayáis y deis fruto, y vuestro permanezca». La segunda palabra es: «El buen
pastor da la vida por sus ovejas». Y finalmente: «Como el Padre me amó, así os
he amado yo. Permaneced en mi amor». En estas palabras vemos el alma entera de
nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares, incansablemente,
para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de
su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de
una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos»,
nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el
final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia
humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las
duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con
Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y, en fin, «permaneced en mi amor»:
el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y
de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del
Señor: «Habitando en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el
arte del amor verdadero».
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