Al arrodillarme aquí, en la gruta de Massabielle, siento con
emoción que he llegado a la meta de mi peregrinación. Esta
gruta, donde se apareció la Virgen María, es el corazón de Lourdes. Hace pensar
en la cueva del monte Horeb, donde Elías se encontró con el Señor, que le habló
en el "susurro de una brisa suave" (1 R 19, 12).
Aquí la Virgen invitó a Bernardita a rezar el rosario,
desgranando ella misma las cuentas. Así, esta gruta se ha convertido en la
cátedra de una sorprendente escuela de oración, en la que María enseña a
todos a contemplar con ardiente amor el rostro de Cristo.
Por eso, Lourdes es el lugar donde oran de rodillas los
creyentes de Francia y de muchas otras naciones de Europa y del mundo entero.
Esta tarde, también nosotros, peregrinos en Lourdes, queremos
recorrer de nuevo, orando juntamente con la Virgen, los "misterios"
en los que Jesús se manifiesta "como luz del mundo". Recordemos su
promesa: "El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá
la luz de la vida" (Jn 8, 12).
Queremos aprender de la humilde esclava del Señor la
disponibilidad dócil a la escucha y el esfuerzo generoso por acoger en
nuestra vida la enseñanza de Cristo.
En particular, meditando en la participación de la Madre del
Señor en la misión redentora de su Hijo, os invito a orar por las
vocaciones al sacerdocio y a la virginidad por el reino de Dios, a fin de
que los que han sido llamados respondan con disponibilidad y perseverancia.
Contemplando a la santísima Virgen María, digamos con
Bernardita: "Mi buena Madre, ten misericordia de mí; me entrego
totalmente a ti, para que me des a tu Hijo querido, al que quiero amar con todo
mi corazón. Mi buena Madre, dame un corazón que arda completamente por Jesús".
Sábado 14
de agosto de 2004
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