Recordamos hoy la primera aparición de Nuestra Señora en Lourdes, Francia, a la joven Bernardita.
En el Angelus que celebraba Juan Pablo II el domingo 15 de agosto de 2004 en ese santo lugar, con ocasión de la solemnidad de la Asunción, nos recordaba:
“En la gruta de Massabielle, la Virgen santísima salió al encuentro de Bernardita, revelándose como la llena de la gracia de Dios, y le pidió hacer penitencia y oración. Le indicó una fuente de agua y la invitó a beber de ella. Esta agua, que brota siempre fresca, ha llegado a ser uno de los símbolos de Lourdes: símbolo de la vida nueva, que Cristo da a los que se convierten a él. Sí; el cristianismo es fuente de vida, y María es la primera guardiana de esta fuente. La indica a todos, pidiéndoles que renuncien al orgullo, que sean humildes, para obtener la misericordia de su Hijo y colaborar así a la instauración de la civilización del amor”
e invocaba la protección de la santísima Virgen Maria para cada uno de los presentes, para la Iglesia y el mundo.
A los jóvenes, su gran esperanza, agradecía su servicio a los hermanos enfermos y les invitaba a seguir el ejemplo de Maria “e infundiréis en el mundo una ráfaga de optimismo, anunciando a todos la "buena nueva" del reino de Cristo”.
Invito visitar mis dos posts anteriores:
Juan Pablo II y Lourdes (1)
En el Angelus que celebraba Juan Pablo II el domingo 15 de agosto de 2004 en ese santo lugar, con ocasión de la solemnidad de la Asunción, nos recordaba:
“En la gruta de Massabielle, la Virgen santísima salió al encuentro de Bernardita, revelándose como la llena de la gracia de Dios, y le pidió hacer penitencia y oración. Le indicó una fuente de agua y la invitó a beber de ella. Esta agua, que brota siempre fresca, ha llegado a ser uno de los símbolos de Lourdes: símbolo de la vida nueva, que Cristo da a los que se convierten a él. Sí; el cristianismo es fuente de vida, y María es la primera guardiana de esta fuente. La indica a todos, pidiéndoles que renuncien al orgullo, que sean humildes, para obtener la misericordia de su Hijo y colaborar así a la instauración de la civilización del amor”
e invocaba la protección de la santísima Virgen Maria para cada uno de los presentes, para la Iglesia y el mundo.
A los jóvenes, su gran esperanza, agradecía su servicio a los hermanos enfermos y les invitaba a seguir el ejemplo de Maria “e infundiréis en el mundo una ráfaga de optimismo, anunciando a todos la "buena nueva" del reino de Cristo”.
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Juan Pablo II y Lourdes (1)
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