La Canción de Bernardettte narra la historia de las milagrosas visiones de santa Bernardita Soubirous en Lourdes, Francia en 1858 contada por Franz Werfel (1890-1945) poeta, escritor y novelista judío de origen checo convertido en refugiado durante la guerra, que debió escapar para salvar su vida. Werfel escribió esta historia en cumplimiento de la promesa que hiciera en Lourdes. El prefacio al libro escrito por él mismo es un manifiesto de agradecimiento y entereza.
1ra parte (que transcribo traducida de Ignatius Insight):
Los últimos días de junio de 1940, huyendo de nuestros enemigos mortales después de la caída de Francia, llegamos a la ciudad de Lourdes. Ambos, mi esposa y yo, confiábamos escapar a tiempo para cruzar la frontera española hacia Portugal. Pero como todos los cónsules unánimemente rechazaban otorgar las visas que necesitabamos, no quedaba otra alternativa que regresar, con gran dificultad, hacia el interior de Francia la misma noche que las tropas nacionales socialistas ocupaban la ciudad fronteriza de Hendaya. Los departamentos de los Pirineos se habían convertido en un pandemonio – un verdadero caos. Los millones de esta extraña migración de gentes deambulaban por las calles obstruyendo ciudades y pueblos: franceses, belgas, holandeses, polacos, checos, austriacos, exilados alemanes y mezclados entre ellos soldados de los ejércitos derrotados. La escasa comida solo alcazaba para mitigar los ataques extremos de hambre. No había manera de encontrar un techo. Cualquiera que conseguía una silla tapizada para el descanso nocturno era objeto de envidia. Eran interminables las filas de autos de fugitivos cargados hasta el extremo con vajilla, colchones y camas: no había donde conseguir gasolina. Una familia radicada en Pau nos dijo que Lourdes era el lugar donde quizás con algo de suerte aún podríamos encontrar techo. Como la famosa ciudad distaba tan solo 30 kms de allì se nos aconsejo ir a golpear a sus puertas, consejo que seguimos y finalmente logramos alojarnos.
Fue de esta manera que la Providencia me trajo a Lourdes, la ciudad de la historia milagrosa de la cual hasta entonces yo solamente tenia una vaga idea. Nos escondimos durante varias semanas en la ciudad pirenaica. Eran tiempos de grandes temores. La radio británica anuncio que yo había sido asesinado por las fuerzas socialistas nacionales. Y yo no tenia dudas que esa hubiese sido mi suerte de haber caído en manos enemigas. Un artículo del Armisticio estipulaba que ciertos civiles debían ser entregados a los socialistas nacionales. Quienes serian estos civiles sino quienes habían luchado contra esa peste de los tiempos modernos a partir de sus modestos comienzos. En los ojos de mis amigos leía la misma convicción aunque sus palabras tratasen de serenarme. Algunos de los más avezados pretendían saber los nombres de aquellos que serian entregados y el orden mismo debidamente documentado. En semejantes momentos los límites entre acción y rumor se superponen. Los informes mas aceptados predecían una y otra vez la ocupación de los Pirineos al dia siguiente. Cada mañana al despertarme la msma sensación: ignoraba si siguia siendo un hombre libre o un prisionero condenado a muerte.
(cont. 2da parte)
1ra parte (que transcribo traducida de Ignatius Insight):
Los últimos días de junio de 1940, huyendo de nuestros enemigos mortales después de la caída de Francia, llegamos a la ciudad de Lourdes. Ambos, mi esposa y yo, confiábamos escapar a tiempo para cruzar la frontera española hacia Portugal. Pero como todos los cónsules unánimemente rechazaban otorgar las visas que necesitabamos, no quedaba otra alternativa que regresar, con gran dificultad, hacia el interior de Francia la misma noche que las tropas nacionales socialistas ocupaban la ciudad fronteriza de Hendaya. Los departamentos de los Pirineos se habían convertido en un pandemonio – un verdadero caos. Los millones de esta extraña migración de gentes deambulaban por las calles obstruyendo ciudades y pueblos: franceses, belgas, holandeses, polacos, checos, austriacos, exilados alemanes y mezclados entre ellos soldados de los ejércitos derrotados. La escasa comida solo alcazaba para mitigar los ataques extremos de hambre. No había manera de encontrar un techo. Cualquiera que conseguía una silla tapizada para el descanso nocturno era objeto de envidia. Eran interminables las filas de autos de fugitivos cargados hasta el extremo con vajilla, colchones y camas: no había donde conseguir gasolina. Una familia radicada en Pau nos dijo que Lourdes era el lugar donde quizás con algo de suerte aún podríamos encontrar techo. Como la famosa ciudad distaba tan solo 30 kms de allì se nos aconsejo ir a golpear a sus puertas, consejo que seguimos y finalmente logramos alojarnos.
Fue de esta manera que la Providencia me trajo a Lourdes, la ciudad de la historia milagrosa de la cual hasta entonces yo solamente tenia una vaga idea. Nos escondimos durante varias semanas en la ciudad pirenaica. Eran tiempos de grandes temores. La radio británica anuncio que yo había sido asesinado por las fuerzas socialistas nacionales. Y yo no tenia dudas que esa hubiese sido mi suerte de haber caído en manos enemigas. Un artículo del Armisticio estipulaba que ciertos civiles debían ser entregados a los socialistas nacionales. Quienes serian estos civiles sino quienes habían luchado contra esa peste de los tiempos modernos a partir de sus modestos comienzos. En los ojos de mis amigos leía la misma convicción aunque sus palabras tratasen de serenarme. Algunos de los más avezados pretendían saber los nombres de aquellos que serian entregados y el orden mismo debidamente documentado. En semejantes momentos los límites entre acción y rumor se superponen. Los informes mas aceptados predecían una y otra vez la ocupación de los Pirineos al dia siguiente. Cada mañana al despertarme la msma sensación: ignoraba si siguia siendo un hombre libre o un prisionero condenado a muerte.
(cont. 2da parte)
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