El encuentro de María con
Isabel es una bendición, una bendición. Bendecir, es “decir-bien”. Y Dios desde
la primera página del Génesis nos acostumbró a este estilo suyo de decir bien.
La segunda palabra que pronuncia, según el relato bíblico, es: “Y era bueno”, y
“está bien”, “era muy bueno”. El estilo de Dios es siempre decir bien, por eso
la maldición va a ser el estilo del diablo, del enemigo. El estilo de la mezquindad,
de la incapacidad de donarse totalmente, el “decir mal”. Dios siempre dice
bien. Y lo dice con gusto, lo dice dándose. Bien. Se da en abundancia, diciendo
bien, bendiciendo.
La tercera palabra el don. Y esta
abundancia, este decir-bien, es un regalo, es un don. Un don que se nos da en
el que es “toda gracia”, que es todo Él, que es todo divinidad, en “el
bendito”. Un don que se nos da en la que está “llena de gracia”, la “bendita”.
El bendito por naturaleza y la bendita por gracia. Son dos referencias que la
Escritura las marca. A Ella se le dice “bendita tú entre las mujeres”, “llena
de gracia”. Jesús es el “bendito”, el que traerá la bendición.
Y mirando la imagen de nuestra Madre esperando
al bendito, la llena de gracia espera al bendito, entendemos un poco esto de la
abundancia, del decir bien, del “ben-decir”. Entendemos esto del don, el don de
Dios se nos presentó en la abundancia de su Hijo por naturaleza, en la
abundancia de su Madre por gracia. El don de Dios se nos presentó como una
bendición, en el bendito por naturaleza y en la bendita por gracia. Este es el
regalo que Dios nos presenta y que ha querido continuamente subrayarlo, volver
a despertarlo a lo largo de la revelación.
“Bendita tú eres entre las mujeres, porque nos
trajiste al bendito”. “Yo soy la Madre de Dios por quien se vive, el que da
vida, el bendito”.
Y que, contemplando la imagen de nuestra madre
hoy, le “robemos” a Dios un poco de este estilo que tiene: la generosidad, la
abundancia, el bendecir, nunca maldecir, y transformar nuestra vida en un don,
un don para todos. Que así sea.
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