Cada
fase de la larga historia de los camaldulenses ha contado con testigos fieles
del Evangelio, no sólo en el silencio del ocultamiento y de la soledad, y en la
vida común compartida con los hermanos, sino también en el servicio humilde y
generoso a todos. Especialmente fecunda ha sido la acogida ofrecida por las
hospederías camaldulenses. En tiempos del humanismo florentino, dentro de los
muros de Camáldoli se tuvieron las famosas disputationes, en las que
participaron grandes humanistas como Marsilio Ficino y Cristoforo Landino; en
los años dramáticos de la segunda guerra mundial, los mismos claustros
propiciaron el nacimiento del célebre «Códice de Camáldoli», una de las fuentes
más significativas de la Constitución de la República italiana. No fueron menos
fecundos los años del concilio Vaticano II, durante los cuales maduraron entre
los camaldulenses personalidades de gran valor, que han enriquecido a la
congregación y a la Iglesia, y han promovido nuevos impulsos y nuevas sedes en
Estados Unidos, en Tanzania, en India y en Brasil. En todo esto era garantía de
fecundidad el apoyo de los monjes y monjas que acompañaban las nuevas
fundaciones con la oración constante, vivida en la intimidad de su «reclusión»,
alguna vez incluso hasta el heroísmo.
El monasterio de vínculo entre el cristianismo en las tierras británicas y la Iglesia de Roma. es el contexto romano en que celebramos el milenio de Camáldoli junto a Su Gracia el arzobispo de Canterbury que, juntamente con nosotros, reconoce este monasterio como lugar originario del vínculo entre el cristianismo en las tierras británicas y la Iglesia de Roma. Esta celebración, por consiguiente, tiene un profundo carácter ecuménico que, como sabemos, ya forma parte del espíritu camaldulense contemporáneo. Este monasterio camaldulense romano ha desarrollado con Canterbury y la Comunión anglicana, sobre todo después del concilio Vaticano II, vínculos ya tradicionales. Por tercera vez hoy el Obispo de Roma se encuentra con el arzobispo de Canterbury en la casa de san Gregorio Magno. Y es justo que sea así, porque precisamente de este monasterio el Papa Gregorio escogió a Agustín y a sus cuarenta monjes para enviarlos a llevar el Evangelio a los anglos, hace poco más de mil cuatrocientos años. La presencia constante de monjes en este lugar, y durante un tiempo tan largo, ya es en sí misma un testimonio de la fidelidad de Dios a su Iglesia, que nos sentimos felices de poder proclamar al mundo entero. El signo que realizaremos ante el santo altar donde san Gregorio mismo celebraba el sacrificio eucarístico, esperamos que permanezca no sólo como recuerdo de nuestro encuentro fraterno, sino también como estímulo para todos los fieles, tanto católicos como anglicanos, para que, al visitar en Roma los sepulcros de los santos apóstoles y mártires, renueven también el compromiso de orar constantemente y de trabajar en favor de la unidad, para vivir plenamente según el «ut unum sint» que Jesús dirigió al Padre.
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