Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 17 de diciembre de 2020

La confirmación: El sello del Espiritu Santo

 


El sello del Espíritu Santo… significa y realiza la pertenencia total del discípulo a Jesucristo, el estar para siempre a su servicio en la Iglesia; asimismo, implica la promesa de la protección divina en las pruebas que deberá sufrir para dar testimonio de su fe en el mundo.

Lo predijo Jesús mismo, en la inminencia de su pasión: «Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos. (...) Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar; sino hablad lo que se os comunique en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo» (Mc 13, 9-11 y par.).

Una promesa análoga se repite en el Apocalipsis, en una visión que abarca toda la historia de la Iglesia e ilumina la situación dramática que los discípulos de Cristo deben afrontar, unidos a su Señor crucificado y resucitado. Son presentados con la imagen sugestiva de los que llevan impreso en la frente el sello de Dios (cf. Ap 7, 2-4).

La confirmación, al llevar a plenitud la gracia bautismal, nos une más fuertemente a Jesucristo y a su Cuerpo, que es la Iglesia. Ese sacramento también aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo con el fin de concedernos «una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1303; cf. concilio de Florencia, DS 1319; Lumen gentium, 11-12).

San Ambrosio exhorta al confirmado con estas vibrantes palabras: «Recuerda que has recibido el sello espiritual, “el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y fortaleza, el Espíritu de ciencia y piedad, el Espíritu de temor de Dios” y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado, te ha confirmado Cristo Señor y ha puesto en tu corazón como prenda el Espíritu» (De mysteriis, 7, 42: PL 16, 402-403).

El don del Espíritu compromete a dar testimonio de Jesucristo y de Dios Padre, y asegura la capacidad y la valentía para hacerlo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen claramente que el Espíritu es derramado sobre los apóstoles para que se conviertan en «testigos» (Hch 1, 8; cf. Jn 15, 26-27). 

(…)

Este don específico conferido por el sacramento de la confirmación capacita a los fieles para desempeñar su «función profética» de testimonio de la fe. «El confirmado —explica santo Tomás— recibe el poder de profesar públicamente la fe cristiana, como en virtud de un cargo oficial (quasi ex officio)» (Summa Theol., III, q. 72, a. 5, ad 2; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1305). Y el Vaticano II, ilustrando en la Lumen gentium la índole sagrada y orgánica de la comunidad sacerdotal, subraya que «el sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo. De esta manera se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras» (n. 11).

El bautizado que, con plena y madura conciencia, recibe el sacramento de la confirmación, declara solemnemente ante la Iglesia, sostenido por la gracia de Dios, su disponibilidad a dejarse penetrar, de modo siempre nuevo y cada vez más profundo, por el Espíritu de Dios, a fin de llegar a ser testigo de Cristo Señor.

(de la Audiencia General de Juan Pablo II del  23 de diciembre de 1981) 


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