¡Oh Niño, que has querido
tener como cuna un pesebre; oh Creador del universo, que te has despojado de la
gloria divina; oh Redentor nuestro, que has ofrecido tu cuerpo inerme como
sacrificio para la salvación de la humanidad!
Que el fulgor de tu
nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje
de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida
nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano.
Tú vienes a traernos la
paz. Tú eres nuestra paz. Sólo tú puedes hacer de nosotros "un pueblo
purificado" que te pertenezca para siempre, un pueblo "dedicado a las
buenas obras" (Tt 2,14).
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