"Preparad
el camino del Señor, enderezad sus sendas" (Lc 3, 4).
En
este segundo domingo de Adviento resuena con vigor esta invitación de san Juan
el Bautista, un grito profético que sigue resonando a lo largo de los
siglos.
Lo
escuchamos también en nuestra época, mientras la humanidad prosigue su camino
en la historia. A los hombres del tercer milenio, en busca de serenidad y paz,
san Juan Bautista les indica el camino que es preciso recorrer.
Toda
la liturgia del Adviento se hace eco del Precursor, invitándonos a ir al
encuentro de Cristo, que viene a salvarnos. Nos preparamos para recordar de
nuevo su nacimiento, que tuvo lugar en Belén hace cerca de dos mil años;
renovamos nuestra fe en su venida gloriosa al final de los tiempos. Al mismo
tiempo, nos disponemos a reconocerlo presente en medio de nosotros, pues nos
visita también en las personas y en los acontecimientos diarios.
Nuestro
modelo y guía en este itinerario
espiritual típico del Adviento es María, que es mucho más
bienaventurada por haber creído en Cristo que por haberlo engendrado
físicamente (cf. san Agustín, Sermón 25, 7: PL 46,
937). En ella, preservada inmaculada de todo pecado y llena de gracia, Dios
encontró la "tierra buena", en la que puso la semilla de la nueva
humanidad.
Que
la Virgen Inmaculada, a quien nos disponemos a celebrar mañana, nos
ayude a preparar bien "el camino del Señor" en
nosotros mismos y en el mundo.
Del Angelus
de Juan Pablo II en el II Domingo de Adviento 2003
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