(…) Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las. otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo».
Si Europa es una, y puede serlo con el debido
respeto a todas sus diferencias, incluidas las de los diversos sistemas
políticos; si Europa vuelve a pensar en la vida social, con el vigor que tienen
algunas afirmaciones de principio como las contenidas en la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, en la Declaración europea de los Derechos
del Hombre, en el Acta final de la Conferencia para la
Seguridad y la Cooperación en Europa; sí Europa vuelve a actuar, en la vida
específicamente religiosa, con el debido conocimiento y respeto a Dios, en el
que se basa todo el derecho y toda la justicia; si Europa abre nuevamente las
puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de
los estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la
cultura, de la civilización y del desarrollo (Cfr. Homilía en el inicio de pontificado, 22 de
octubre de 1978: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978) 35
ss), su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor, antes bien
se abrirá a un nuevo período de vida, tanto interior como exterior, benéfico y
determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra
y por un posible ciclón de holocausto atómico.
En estos instantes vienen a mí mente los nombres
de grandes personalidades: hombre y mujeres que han dado esplendor y gloria a
este continente por su talento, capacidad y virtudes. La lista es tan numerosa
entre los pensadores, científicos, artistas, exploradores, inventores, jefes de
estado, apóstoles y santos, que no permite abreviaciones. Estos constituyen un
estimulante patrimonio de ejemplo y confianza. Europa tiene todavía en reserva
energías humanas incomparables, capaces de sostenerla en esta histórica labor
de renacimiento continental y de servicio ala humanidad.
(del
Discurso de Juan Pablo II en el acto Europeo en Santiago de Compostela, 9 de
noviembre de 1982)
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