Continuando con las
catequesis anteriores el Papa Juan Pablo II dedico la quinta de la serie a la caida
de los ángeles rebeldes (tema delicado,
a veces negado y puesto en duda, pero tan importante y que necesita aclaración,
por eso transcribo la catequesis completa, que puede leerse en este enlace) basándose como primer punto en el testimonio del Evangelista Lucas y las
palabras que pronuncia Jesús: "veía
yo a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10, 18).
Con estas palabras el
Señor afirma que el anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el
diablo, pero al mismo tiempo revela también que la edificación del reino está
continuamente expuesta a las insidias del espíritu del mal. Interesarse por
esto, como tratamos de hacer con la catequesis de hoy, quiere decir prepararse
al estado de lucha que es propio de la vida de la Iglesia en este
tiempo final de la historia de la salvación (así como afirma el libro del
Apocalipsis. cf. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la recta
fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la
importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.
Las precedentes catequesis sobre los ángeles nos
han preparado para comprender la verdad, que la Sagrada Escritura ha revelado y
que la Tradición de la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre
el ángel caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.
2. Esta "caída", que presenta la forma
de rechazo de Dios con el consiguiente estado de "condena", consiste
en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical e
irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus
derechos soberanos y tratando de trastornar la economía de la salvación y el
ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra
en las palabras del tentador a los progenitores: "Seréis como Dios"
o "como dioses" (cf. Gen 3, 5). Así el espíritu
maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de
insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a convertirse en la
motivación de toda su existencia.
3. En el Antiguo Testamento, la narración de la
caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene una referencia a
la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al hombre para inducirlo
a la transgresión (cf. Gen 3, 5). También en el libro de Job
(cf. Job 1, 11; 2, 5.7), vemos que satanás trata de provocar
la rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (cf. Sab 2,
24), satanás es presentado como el artífice de la muerte que entra en la
historia del hombre juntamente con el pecado.
4. La Iglesia, en el Concilio Lateranense IV
(1215), enseña que el diablo (satanás) y los otros demonios "han sido
creados buenos por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad".
Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: " ...a los ángeles que no
guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó con
vínculos eternos bajo tinieblas para el juicio del gran día" (Jds 6).
Así también en la segunda Carta de San Pedro se habla de
"ángeles que pecaron" y que Dios "no perdonó... sino que,
precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas,
reservándolos para el juicio" (2 Pe 2, 4). Está claro que si
Dios "no perdonó" el pecado de los ángeles, lo hace para que ellos
permanezcan en su pecado, porque están eternamente "en las
cadenas" de esa opción que han hecho al comienzo, rechazando a Dios,
contra la verdad del bien supremo y definitivo que es Dios mismo. En este
sentido escribe San Juan que: "el diablo desde el principio peca"
(1 Jn 3, 8). Y "él es homicida desde el principio
y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él"
(Jn 8, 44).
5. Estos textos nos ayudan a comprender la
naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo de
la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la revelación
como Bien infinito, amor, y santidad subsistente. El pecado ha sido
tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la perspicacia
cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su libertad y su
cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida sobre Dios con
un acto de la propia libre voluntad, satanás se convierte en "mentiroso
cósmico" y "padre de la mentira" (Jn 8, 44). Por
esto vive la radical e irreversible negación de Dios y trata de
imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y
en particular a los hombres, su trágica "mentira sobre el Bien" que
es Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa
mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de
serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano:
Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al
hombre (cf. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a liberarse de
la imposición de este juego, haciéndose "como Dios".
6. En esta condición de mentira existencial
satanás se convierte —según San Juan— también en homicida, es decir, destructor
de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en
él y en las criaturas hechas a "imagen de Dios": los otros espíritus
puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad,
la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia
y de amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:" ...por envidia
del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le
pertenecen" (Sab 2, 24). En el Evangelio Jesucristo amonesta:
"...temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la
gehena" (Mt 10, 28).
7. Como efecto del pecado de los progenitores,
este ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre el
hombre. Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la
Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el
tratado sobre el pecado original (cf. DS 1511): Dicha doctrina
encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al
catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.
Sobre este influjo en el hombre y en las
disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones en
la Sagrada Escritura, en la cual satanás es llamado "el príncipe de este
mundo" (cf. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso "el
Dios de este siglo" (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos
otros nombres que describen sus nefastas relaciones con el hombre:
"Belcebú" o "Belial", "espíritu inmundo",
"tentador", "maligno" y finalmente "anticristo"
(1 Jn 4, 3). Se le compara a un "león" (1 Pe 5,
8), a un "dragón" (en el Apocalipsis) y a una "serpiente" (Gen 3).
Muy frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de "diablo"
del griego "diaballein" (del cual "diabolos"),
que quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir
verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es
presentado en la Sagrada Escritura como una persona, aunque se
afirma que no está solo: "somos muchos", gritaban los
diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); "el
diablo y sus ángeles", dice Jesús en la descripción del juicio futuro
(cf. Mt 25, 41).
8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente
el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás
espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la
parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y
sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de
arrancar de los corazones el bien que ha sido "sembrado" en ellos
(cf. Mt 13, 38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a
la vigilancia (cf. Mt 26, 41; 1 Pe 5, 8), a
la oración y al ayuno (cf. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte
afirmación del Señor: "Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada
por ningún medio sino es por la oración" (Mc 9, 29). La acción
de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal,
influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder
situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a
prueba incluso a Jesús (cf. Lc 4, 3-13) en la
tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación
tal como Dios le ha preordenado.
No se excluye que en ciertos casos el espíritu
maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas
materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se
habla de "posesiones diabólicas" (cf. Mc 5, 2-9). No
resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni
la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos
hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se
puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a
esta extrema manifestación de su superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que las
impresionantes palabras del Apóstol Juan: "El mundo todo está bajo el
maligno" (1 Jn 5, 19), aluden también a la
presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se
hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El
influjo del espíritu maligno puede "ocultarse" de forma más
profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus "intereses":
La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su
existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de
pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del
diablo. Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y
de la responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la
acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas
oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las
palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión:" ...Simón,
Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que
no desfallezca tu fe" (Lc 22, 31).
Comprendemos así por que Jesús en la plegaria
que nos ha enseñado, el "Padrenuestro", que es la plegaria del reino
de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su
tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las
insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el
espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos
dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que
no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel
desde el comienzo.
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