Llamado
a la santidad
En contacto continuo con la
santidad de Dios, el sacerdote debe llegar a ser él mismo santo. Su mismo
ministerio lo compromete a una opción de vida inspirada en el radicalismo evangélico.
Esto explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de los consejos
evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se comprende
también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular
necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y
al mismo tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión:
''La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''.
Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el
tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado,
porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostólico. Si el Concilio
Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el caso del
sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo
tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes
santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas
secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así
el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres,
sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y
maestro en la medida en que es un testigo auténtico!
La cura animarum
En mi ya larga experiencia, a
través de situaciones tan diversas, me he afianzado en la convicción de que
sólo desde el terreno de la santidad sacerdotal puede desarrollarse una
pastoral eficaz, una verdadera "cura animarum". El auténtico secreto
de los éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la
"riqueza de medios''. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales
nacen de la santidad del sacerdote. ¡Este es su fundamento! Naturalmente son
indispensables la formación, el estudio y la actualización; en definitiva. una
preparación adecuada que capacite para percibir las urgencias y definir las
prioridades pastorales. Sin embargo, se podría afirmar que las prioridades
dependen también de las circunstancias, y que cada sacerdote ha de precisarlas
y vivirlas de acuerdo con su obispo y en armonía con las orientaciones de la
Iglesia universal. En mi vida he descubierto estas prioridades en el apostolado
de los laicos, de modo especial en la pastoral familiar -campo en el que los
mismos laicos me han ayudado mucho-, en la atención a los jóvenes y en el
diálogo intenso con el mundo de la ciencia y de la cultura. Todo esto se ha
reflejado en mi actividad científica y literaria. Surgió así el estudio Amor y
responsabilidad y, entre otras cosas, una obra literaria: El taller del
orfebre, con el subtítulo Meditaciones sobre el sacramento del matrimonio.
Una prioridad ineludible es hoy la
atención preferencial a los pobres, los marginados y los emigrantes. Para ellos
el sacerdote debe ser verdaderamente un "padre". Ciertamente los
medios materiales son indispensables, como los que nos ofrece la moderna
tecnología. Sin embargo, el secreto es siempre la santidad de vida del
sacerdote que se expresa en la oración y en la meditación, en el espíritu de
sacrificio y en el ardor misionero. Cuando pienso en los años de mi servicio
pastoral como sacerdote y como obispo, más me convenzo de lo verdadero y
fundamental que es esto.
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