Hombre
de la Palabra
Me he referido ya al hecho de que para
ser guía auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de
Dios, el sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e
incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la "nueva
evangelización'', se ve aún más esta urgencia.
Después de tantos años de
ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino
por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta
dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de
hoy esperan del sacerdote antes que la palabra "anunciada" la palabra
"vivida". El presbítero debe "vivir de la Palabra''. Pero al
mismo tiempo, se ha de esforzar por estar también intelectualmente preparado
para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En nuestra época,
caracterizada por un alto nivel de especialización en casi todos los sectores
de la vida, la formación intelectual es muy importante. Esta hace posible
entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo. Los
estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los
caminos para alcanzar esta formación intelectual, que deberá ser profundizada
durante toda la vida. El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene necesidad
de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los
dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la
fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino
explica como, con los dones del Espíritu Santo, todo el organismo espiritual
del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y
también a la inspiración del amor. La súplica de los dones del Espíritu Santo
me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora.
Profundización científica
Ciertamente, como enseña el mismo
Santo Tomás, la "ciencia infusa", que es fruto de una intervención
especial del Espíritu Santo, no exime del deber de procurarse la "ciencia
adquirida".
Por lo que a mí respecta, como he
dicho antes, inmediatamente después de la ordenación sacerdotal fui enviado a
Roma para perfeccionar los estudios. Más tarde, por decisión de mi obispo, tuve
que ocuparme de la ciencia como profesor de ética en la Facultad teológica de
Cracovia y en la Universidad Católica de Lublin. Fruto de estos estudios fueron
el doctorado sobre San Juan de la Cruz y después la tesis sobre Max Scheler
para la enseñanza libre: más en concreto, sobre la aportación que su sistema
ético de tipo fenomenológico puede dar a la formación de la teología moral.
Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación. Sobre mi precedente
formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo
cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo.
Pienso especialmente en el libro "Persona y acción De este modo me he
introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo
estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales. A menudo constato que
muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan durante los
encuentros con las personas, individualmente o en los encuentros con las
multitudes de fieles con ocasión de los viajes apostó1icos. Esta formación en
el horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda
de cómo cada uno es una persona única e irrepetible, y considero que esto es
muy importante para todo sacerdote.
El diálogo con el pensamiento contemporáneo
Gracias a los encuentros y
coloquios con naturalistas, físicos, biólogos y también con historiadores, he
aprendido a apreciar la importancia de las otras ramas del saber relativas a
las materias científicas, desde las cuales se puede llegar a la verdad
partiendo de perspectivas diversas. Es preciso, pues, que el esplendor de la
verdad -Veritatis Splendor- las acompañe
continuamente, permitiendo a los hombres encontrarse, intercambiar las
reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído conmigo desde Cracovia a
Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen lugar
de modo regular durante el verano en Castel Gandolfo. Trato de ser fiel a esta
buena costumbre.
"Labia sacerdotum scientiam custodiant..." (cf. Ml 2, 7). Me gusta recordar estas palabras del profeta Malaquías, citadas en las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima, porque tienen una especie de valor programático para quien está llamado a ser ministro de la Palabra. Este debe ser verdaderamente hombre de ciencia en el sentido más alto y religioso del término. Debe poseer y transmitir la "ciencia de Dios" que no es sólo un depósito de verdades doctrinales, sino experiencia personal y viva del Misterio, en el sentido indicado por el Evangelio de Juan en la gran oración sacerdotal: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (17, 3).
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