La persona detrás de este blog, Pensamientos de Juan Pablo II y Encíclicas de Juan Pablo II, se toma unos dias de descanso. Hasta la vuelta. Nos volvemos a ver en unos dias.
Ljudmila
un blog pensado para un grupo de amigos que fue extendiéndose por el mundo. Gracias a todos por compartir!
La persona detrás de este blog, Pensamientos de Juan Pablo II y Encíclicas de Juan Pablo II, se toma unos dias de descanso. Hasta la vuelta. Nos volvemos a ver en unos dias.
Ljudmila
Pedro Opeka, misionero en Madagascar, un santo entre nosotros.
"Las buenas obras no provienen del hábito, son el fruto de la decisión individal de amar a los demás".
¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuan indignos somos de ello. La vocación es el misterio de la elección divina: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).
Dios"nos ha llamado con una vocación santa,
no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia" (2
Tm 1, 9).
(…)
Las primeras señales que de alguna manera
salieron a luz fueron durante la visita del Arzobispo Metropolitano de
Cracovia, Principe Adam Stefan
Sapieha a la parroquia de Wadowice cuando era estudiante y
candidato a estudiar filología polaca.
(…)
“En ese período de mi vida la vocación sacerdotal no estaba aún
madura, a pesar de que a mi alrededor eran muchos los que creían que debía
entrar en el seminario. Y tal vez alguno pudo pensar que, si un joven con tan
claras inclinaciones religiosas no entraba en el seminario, era señal de que
otros amores o aspiraciones estaban en juego. En efecto, en la escuela tenía
muchas compañeras y, comprometido como estaba en el círculo teatral escolar, no
faltaban diversas posibilidades de encuentros con chicos y chicas. Sin embargo,
el problema no era ese. En aquel tiempo estaba fascinado sobre todo por la literatura,
en particular por la dramática, y por el teatro. A este último me había
iniciado Mieczyslaw Kotlarczyk,
profesor de lengua polaca, mayor que yo en edad. El era un verdadero pionero
del teatro de aficionados y tenía grandes ambiciones de un repertorio de
calidad…. He de admitir que toda aquella
experiencia teatral ha quedado profundamente grabada en mi espíritu, a pesar de
que en un cierto momento de mi vida me di cuenta de que, en realidad, no era
esa mi vocación.
(…)
Sin embargo la preparación para el sacerdocio fue de
algún modo precedida por la que me ofrecieron mis padres con su vida y su ejemplo en familia. Mi
reconocimiento es sobre todo para mi
padre, que enviudó muy pronto. No había recibido aún la
Primera Comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía 9 años. Por eso, no
tengo conciencia clara de la contribución, seguramente grande, que ella dio a
mi educación religiosa. Después de su muerte y, a continuación, después de la
muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre que era un hombre
profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su vida, que era muy
austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida fue de constante
oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre
arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros
no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí en cierto
modo el primer seminario, una especie de seminario doméstico.
Naturalmente, al referirme a los orígenes de mi vocación
sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria
mariana. La veneración a la Madre de Dios en su forma tradicional me
viene de la familia y de la parroquia de Wadowice. Recuerdo, en la iglesia
parroquial, una capilla lateral dedicada a la Madre del Perpetuo Socorro a la
cual por la mañana, antes del comienzo de las clases, acudían los estudiantes
del instituto. También, al acabar las clases, en las horas de la tarde, iban
muchos estudiantes para rezar a la Virgen.
Además, en Wadowice, había sobre la colina un monasterio
carmelita, cuya fundación se remontaba a los tiempos de San Rafael Kalinowski.
Muchos habitantes de Wadowice acudían allí, y esto tenía su reflejo en la
difundida devoción al escapulario de la Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía
diez años, y aún lo llevo. Se iba a los Carmelitas también para las
confesiones. De ese modo, tanto en la iglesia parroquial, como en la del
Carmen, se formó mi devoción mariana durante los años de la infancia y de la
adolescencia hasta la superación del examen final.
Durante aquellos años mi confesor y guía espiritual fue el P. Kazimierz Figlewicz. Me encontré
con él por primera vez cuando cursaba el primer año de instituto en Wadowice.
El P. Figlewicz, que era vicario de la parroquia de Wadowice, nos enseñaba
religión. Gracias a él me acerqué a la parroquia, fui monaguillo y en cierto
modo organicé el grupo de monaguillos. Cuando dejó Wadowice para ir a la
catedral del Wawel, continué manteniendo contacto con él. Recuerdo que, durante
el quinto curso del instituto, me invitó a Cracovia para participar en el
Triduum Sacrum, que empezaba con el llamado "Oficio de Tinieblas" en
la tarde del Miércoles Santo. Fue ésta una experiencia que dejó en mí una
huella profunda.
Cuando, después del examen final, me trasladé con mi padre a
Cracovia, intensifiqué la relación con el P. Figlewicz, que ejercía el cargo de
vicecustodio de la catedral. Iba a confesarme con él y, durante la ocupación
alemana, muchas veces lo visitaba. Aquel 1 de septiembre de 1939 no se borrará
nunca de mi recuerdo: era el primer viernes de mes. Había ido a Wawel para
confesarme. La catedral estaba vacía. Fue, quizás, la última vez que pude
entrar libremente en el templo. Después fue cerrado. El castillo real de Wawel
se convirtió en la sede del Gobernador General Hans Frank. El P. Figlewicz era
el único sacerdote que podía celebrar la Santa Misa, dos veces por semana, en
la catedral cerrada y bajo la vigilancia de policías alemanes. En aquellos
tiempos difíciles fue aún más claro lo que significaban para él la catedral,
las tumbas reales, el altar de San Estanislao, obispo y mártir. El P. Figlewicz
fue hasta la muerte fiel custodio de aquel particular santuario de la Iglesia y
de la Nación, inculcándome un amor grande por el templo del Wawel, que un día
llegaría a ser mi catedral episcopal.
Debo nuevamente volver atrás, al período anterior a la entrada en el seminario. En efecto, no puedo omitir el recuerdo de un ambiente y, en éste, de un personaje de quien recibí verdaderamente mucho en ese período. El ambiente era el de mi parroquia, dedicada a San Estanislao de Kostka, en Debniki, Cracovia. La parroquia estaba dirigida por los Padres Salesianos, los cuales un día fueron deportados por los nazis a un campo de concentración. Únicamente quedaron un viejo párroco y el inspector provincial, pues todos los demás fueron internados en Dachau. Creo que el ambiente salesiano ha tenido un papel importante en el proceso de formación de mi vocación. En el ámbito de la parroquia había una persona que se distinguía sobre las demás: me refiero a Jan Tyranowski. Era empleado de profesión, aunque había decidido trabajar en la sastrería de su padre. Afirmaba que su trabajo de sastre le hacía más fácil la vida interior. Era un hombre de una espiritualidad particularmente profunda. Los Padres Salesianos, que en aquel período difícil habían reemprendido con valentía la animación de la pastoral juvenil, le encargaron la tarea de establecer contactos con los jóvenes del círculo del llamado "Rosario vivo''. Jan Tyranowski llevó a cabo esta tarea no ciñéndose únicamente al aspecto organizativo, sino preocupándose también de la formación espiritual de los jóvenes que entraban en contacto con él. Aprendí así los métodos elementales de autoformación que se vieron después confirmados y desarrollados en el proceso educativo del seminario. Tyranowski, que se estaba formando en los escritos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila, me introdujo en la lectura, extraordinaria para mi edad, de sus obras.
Después, pasados los años de la primera juventud, la cantera de piedra y el depurador de agua en la fábrica de bicarbonato en Borek Falecki se convirtieron para mí en seminario. No se trataba ya únicamente del pre-seminario, como en Wadowice. La fábrica fue para mí, en aquella etapa de mi vida, un verdadero seminario, aunque clandestino. Había comenzado a trabajar en la cantera en septiembre de 1940; un año después pasé al depurador de agua en la fábrica. Fue en aquellos años cuando maduró mi decisión definitiva. En otoño de 1942 comencé los estudios en el seminario clandestino como ex alumno de filología polaca, siendo obrero en la Solvay. No me daba cuenta de la importancia que todo ello tendría para mí. Únicamente más tarde, ya sacerdote, durante los estudios en Roma, conociendo a través de mis compañeros del Colegio Belga el problema de los sacerdotes obreros y el movimiento de la Juventud Obrera Católica (JOC), comprendí que lo que había llegado a ser tan importante para la Iglesia y para el sacerdocio en Occidente -el contacto con el mundo del trabajo- yo lo había ya adquirido en mi experiencia de vida.
La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal, como he dicho, tuvo lugar en el período de la segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi. ¿Fue una simple coincidencia temporal? o ¿había un nexo más profundo entre lo que maduraba dentro de mí y el contexto histórico? Es difícil responder a tal pregunta. Es cierto que en los planes de Dios nada es casual. Lo que puedo afirmar es que la tragedia de la guerra dio un tinte particular al proceso de maduración de mi opción de vida. Me ayudó a percibir desde una nueva perspectiva el valor y la importancia de la vocación. Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra era cada vez más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo.
El estallido de la guerra me alejó de los estudios y del ambiente universitario. En aquel período perdí a mí padre, la última persona que me quedaba de los familiares más íntimos. También esto suponía, objetivamente, un proceso de alejamiento de mis proyectos precedentes; en cierto modo era como desarraigarse del suelo en el cual hasta ese momento había crecido mi humanidad.
Pero no se trataba de un proceso únicamente negativo. En efecto, en mi conciencia contemporáneamente se manifestaba cada vez más una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación. Y esta conciencia me llenó de gran paz interior.
(El 6 de mayo de 1968 durante una visita a la fabrica de Borek Falecki volveria a admitirlo) :
Esta gran fabrica – la planta química – fue
también mi lugar de trabajo por cuatro años durante la ocupación nazi. Durante
estos años de ocupación fue aquí que se formo mi llamado al sacerdocio. Primero
mi llamado fue formado en la cantera de piedra y más tarde, finalmente, aquí en
esta planta de soda, a pasos de esta iglesia. Y digo “esta” pensando en
realidad en “aquella” pues era una pequeña iglesia de madera, en realidad una
barraca. Siempre que paso por esta fabrica, y especialmente cuando lo
hago cerca de la sala de calderas lo recuerdo.
Me pregunto a veces qué papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto. Adam Chmielowski -éste era su nombre- no era sacerdote. En la historia de la espiritualidad polaca Fray Alberto ocupa un lugar especial. Para mí su figura fue determinante, porque encontré en él un particular apoyo espiritual y un ejemplo en mi alejamiento del arte, de la literatura y del teatro, por la elección radical de la vocación al sacerdocio.
(…)
Se me ahorró mucho del grande y horrendo theatrum de
la segunda guerra mundial. Cada día hubiera podido ser detenido en casa, en la
cantera o en la fábrica para ser llevado a un campo de concentración. A veces
me preguntaba: si tantos coetáneos pierden la vida, ¿por que yo no? Hoy sé que
no fue una casualidad. En el contexto del gran mal de la guerra, en mi vida
personal todo llevaba hacia el bien que era la vocación. No puedo olvidar el
bien recibido en aquel difícil período de las personas que el Señor ponía en mi
camino, tanto de mi familia como conocidos y compañeros.
(..)
La Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por
eso es aún más grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así
como también hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de
nación o de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia
han contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal.
SACERDOTE!
Mi ordenación tuvo lugar en un día insólito para este tipo de
celebraciones: fue el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, cuando la
liturgia de la Iglesia se dedica totalmente a celebrar el misterio de la comunión
de los Santos y se prepara a conmemorar a los fieles difuntos. El Arzobispo
eligió ese día porque yo debía partir hacia Roma para proseguir los estudios.
Fui ordenado sólo, en la capilla privada de los Arzobispos de Cracovia. Mis
compañeros serían ordenados el año siguiente, en el Domingo de Ramos.
Había sido ordenado subdiácono y diácono en octubre. Fue un lunes de intensa oración, marcado por los Ejercicios Espirituales con los que me preparé a recibir las Ordenes Sagradas: seis días de Ejercicios antes del subdiaconado, y después tres y seis días antes del diaconado y del presbiterado respectivamente. Los últimos Ejercicios los hice solo en la capilla del seminario. El día de Todos los Santos me presenté por la mañana en la residencia de los Arzobispos de Cracovia, en la calle Franciszkanska 3, para recibir la Ordenación sacerdotal. Asistieron a la ceremonia un pequeño grupo de parientes y amigos. El 1 de noviembre de 1946 fui ordenado sacerdote.
El día
siguiente, en la "Primera Santa Misa" celebrada en la catedral, en la
cripta de San Leonardo, el P. Figlewicz, estaba a mi lado y me hacía de
asistente. El piadoso Prelado falleció hace algunos años. Sólo el Señor puede
compensarlo por todo el bien que de él recibí.
(Fuente: Don y Misterio)
Terminando el mes dedicado al Rosario es oportuno recordar algunas palabras de Juan Pablo II sobre el Rosario cuando el último domingo de octubre de 1978, primer mes de su pontificado, le dedicó el momento del Angelus al Rosario.
“El Rosario es mi oración
predilecta – decía - . ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en
su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la
Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se
asocia la Iglesia entera.
Se puede decir que el Rosario es en cierto modo un
comentario oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen
gentium del Vaticano II, capítulo
que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de
Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante
los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El
Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos,
(*) y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ―se puede
decir― del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir
en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del
individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias
personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan
más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con
el ritmo de la vida humana.”
Y exhortaba a todos a recitar “esta plegaria tan
sencilla y tan rica fervorosamente”
(*) Posteriormente y mediante la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre del 2002 el Papa Juan
Pablo II “Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos
significativos –misterios «luminosos»” de la vida de Cristo instituía estos
misterios: “1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las
bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su
Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del
misterio pascual.”
Slawomir
Oder, quien fuera el postulador de la causa de beatificación y canonización de
Juan Pablo II dice en su libro “Porque es santo” que podríamos fundamentar que
Juan Pablo II poseía un don de percepción extraordinaria de lo sobrenatural.
Durante unas conversaciones sobre apariciones marianas, alguien de su entorno
le pregunto si alguna vez había visto a la Virgen. Y el Papa respondió
decidido: “No, no he visto a la Virgen, pero la percibo”.
Habiendo sido aspirante desde los 13 años Karol fue admitido en la Congregación Mariana a los 15 y en 1935 llego a ser presidente de la Congregación mariana estudiantil en el colegio secundario “Marcin Wadowita” de Wadowice. Ya desde aquellos años conservó algunas manifestaciones externas de su pertenencia a Maria; de día acostumbraba llevar el rosario alrededor de su muñeca y de noche lo colocaba sobre la mesita de luz; o el escapulario de la Virgen del Carmelo que siempre llevaba al cuello (escapulario que fue manchado de sangre el dia del atentado en 1981 y del cual no quiso separarse ni siquiera en la sala de operaciones).
A mitades de los años cuarenta practicaba la
devoción en el Colegio belga en su tiempo de estudio en Roma: se detenía a
menudo para rezar delante de las virgencitas romanas, en capillitas con imágenes
o bajorrelieves de la Virgen. En 1981 con ocasión de la Fiesta de la Inmaculada
bendeciría el mosaico de Maria Madre de la Iglesia mirando sobre la Plaza San
Pedro. Finalmente había encontrado su lugar entre tantas estatuas de apóstoles
y santos que desde hacía siglos adornaban la Basílica vaticana y la columnata
de Bernini.
Contaba el cardenal Deskur, que cuando fue nombrado arzobispo de Cracovia Wojtyla se encontró con un seminario diocesano casi vacío y entonces decidió hacerle una promesa a Maria: «Hare tantas peregrinaciones a pie a todos tus santuarios grandes y pequeños, cercanos o lejanos según el numero de vocaciones que nos regales cada año». De pronto el Seminario comenzó a repoblarse y contaba casi quinientos alumnos cuando el Arzobispo dejó Cracovia para hacerse cargo de la cátedra de Pedro. Basándose en esta promesa Juan Pablo II insistía que en sus viajes pastorales siempre se incluyera en el programa al menos una visita a un lugar de culto mariano. En Cracovia rezaba por los problemas de la diócesis en el vecino santuario de Kalwaria Zebrzydowska, que visitaba para caminar por sus senderos a menudo cubiertos de barro o de nieve, tanto que su chofer ya había adoptado la costumbre de tener siempre a mano un par de botas de goma. Después de su “conversación” con la Virgen explicaba el arzobispo, cualquier dificultad inexplicablemente encontraba solución.
Otro
lugar mariano que Juan Pablo II llevaba en su corazón era el Santuario de
Czestochowa. Un testigo del último viaje a Polonia de Juan Pablo II recordaba:
«La capilla donde está la Virgen es muy pequeña. Al buscar un poco de espacio
para arrodillarme, me di cuenta recién al final que estaba tan cerca del Santo
Pare que casi podría tocarlo. Rezaba. Y en determinado momento rezaba casi en voz
alta. Yo no sé que decía. Pero fue una “conversación” excepcional. Parecía no
terminar nunca. Aquel encuentro con la “madre “daba vuelta todo el programa de
la visita. Y yo de aquel viaje me lleve dentro de mí aquel coloquio. Sin haber
comprendido una palabra. O quizás habiéndolas comprendido todas”
La
intensidad y la profunda concentración con que se dirigía a Maria atribuían al
Papa, a los ojos de quienes lo observaban, un aura casi sobrenatural. Un
huésped suyo durante las vacaciones de verano en Castel Gandolfo contaba que
después de recitar el rosario con él en el jardín, como de costumbre, «Juan
Pablo II se ubicaba delante de la estatua de Nuestra Señora de Lourdes y me
pedía que me alejara, pero yo no me alejaba tanto como para no poder verlo. Se
quedaba allí por lo menos media hora más para rezar y era como si su persona se
transformase también físicamente». El mismo admitía que el rosario era su
oración predilecta: «Nuestro corazón puede compendiar en estas decenas del
rosario todos los momentos que componen la vida de la persona, de la familia,
de las naciones, de la Iglesia y de la humanidad. De esta manera la sencilla
oración del rosario late al ritmo de la vida humana».
«Después de una conversación con el Papa» recuerda otro testigo, «he tenido la suerte, mejor dicho el don, de sentirme invitado por él: “Nosotros vamos a rezar el rosario porque no vienes también tu?” Lo seguí a la terraza de sus habitaciones y así comprendí el valor de aquel rosario: un momento de vigilia por su diócesis, por toda la Iglesia, por el mundo, por los que sufren. “Mira” me decía alguna vez entre un misterio y otro, indicándome los diversos edificios del Vaticano y de Roma. En un momento me dejo perplejo al decirme: “Allí, en aquel edificio, también esta su casa”. Y después posaba su mirada sobre la ciudad. Veía todo, sabía todo. “Yo conozco mejor Roma…..” decía sonriendo».
Slawomir Oder : "Perche e santo", Rizzoli, 2010, cap 3 Il mistico, In «coloquio» con Maria
(no tengo la version en español, asi que he traducido este trozo de la edicion en italiano)
En momentos en que el ánimo general argentino se encuentra tan crispado como cuando la profesora Graciela M. Palau (*) escribió este articulo, destinado en principio a un matutino porteño - que luego fue publicado por el Instituto Mounier y publicado en este blog en 2010, sigue siendo tan oportuno como entonces - y como siempre - reflexionar sobre el valor del diálogo, que la Profesora Dra. Palau hace a la luz de las enseñanzas de Karol Wojtyla/Juan Pablo II.
Detrás de la cortina de hierro, en el año 1970, un cardenal polaco, de enorme talla intelectual pero desconocido entonces fuera del ámbito eclesiástico, presentaba su mayor obra filosófica, Persona y Acción, ante un público de pensadores selectos. El lugar: la Universidad católica de Lublin donde Karol Wojtyla, con su característica actitud de apertura al diálogo, daba lugar a un debate sobre su libro entre expertos intelectuales polacos. En la parte final de ese escrito el autor hace una descripción de los modos auténticos de participación social y explica el significado de la solidaridad humana, uno de los principios básicos de la organización social y política. La actualidad de ese análisis para el momento que atraviesa nuestro país se muestra paradigmática. Intentar reflexionar sobre su aplicación a nuestra realidad puede iluminar su comprensión.
Solidaridad significa, según Wojtyla, una disposición constante a aceptar y a
realizar la parte que a uno le corresponde en la comunidad en función del bien
común. Esta orientación hacia el bien común es la que posibilita a cada uno
saber cuándo es necesario aceptar una proporción mayor de la responsabilidad y
actuación que normalmente le corresponden. La actitud solidaria de un miembro
de una comunidad se manifiesta mediante la disposición a complementar lo que
hacen los demás. Además, la solidaridad y la actitud que el autor denomina
oposición constructiva no son intrínsecamente contradictorias. El opositor es
solidario cuando no retira su disposición a actuar y trabajar por el bien
común. Al contrario, el opositor es solidario porque quiere participar en su
búsqueda. La actitud de oposición auténtica busca la participación social como
consecuencia de una honda preocupación por el bien común. Por eso, piensa
Wojtyla que el sistema social debe facilitar no sólo que la oposición
constructiva se exprese a sí misma dentro del marco de la comunidad, sino
también que actúe en beneficio de la comunidad. La búsqueda del bien común debe
liberar y apoyar la actitud de solidaridad, pero nunca de forma que sofoque la
oposición y se mantenga al margen de ella. Esa actitud solidaria y de apertura
a los aportes de la oposición es lo que necesitamos los ciudadanos argentinos
en las actuales circunstancias para afrontar esta etapa de nuestra historia. Es
preciso un reconocimiento sincero de los aportes de todos los sectores y
destacar los puntos de unidad que suelen ser más que las diferencias, para
reconducir la gestión hacia la búsqueda del bien común.
En este contexto arroja luz la explicación que hace Wojtyla sobre el sentido
del diálogo. Es el diálogo una actitud que conduce a una forma adecuada de
seleccionar y resaltar lo verdadero y lo bueno que surge en las situaciones
controvertidas. En cambio, intenta eliminar las actitudes y opiniones
parciales, preconcebidas o subjetivas que son el origen de enfrentamientos y
conflictos empobrecedores de la comunidad. Los titulares de los medios en estos
últimos días posteriores a la votación en el Senado, reflejan un reclamo
social: la necesidad de diálogo para superar la crisis. La ciudadanía quiere
evitar caer nuevamente en las actitudes que Wojtyla llama inauténticas del
conformismo y la evasión. Un conformismo superficial o interesado que pretende
evitarse problemas o busca ventajas inmediatas. La evasión se produce si los
miembros de una sociedad pierden interés en la participación y están ausentes
de la vida social porque se les impide toda colaboración. La democracia no se
construye con dialécticas y enfrentamientos sino con el diálogo auténtico y la
participación de todos. Tenemos que aprender el arte de dialogar, fomentar una
actitud de verdadero interés en comprender a los demás y escucharles con
verdadero interés. Diálogo es búsqueda del logos, de la verdad o de lo
razonable entre dos que se escuchan y entienden.
Como es sabido, la crisis de los sistemas que pretendían ser la salvación del
proletariado en los países comunistas, comenzaron con las protestas en Polonia
en nombre del movimiento Solidaridad. Fueron justamente los trabajadores los
que desautorizaron la ideología que pretendía ser su voz. En la apreciación de
Wojtyla, esos cambios se produjeron por una lucha pacífica, que empleó
solamente las armas de la verdad y de la justicia. Una verdadera lección de la
historia. Sin embargo, cegados a la realidad por el tejido de prejuicios
ideológicos o por la ambición de venganza y de poder, esos regímenes
consideraban que únicamente llevando hasta el extremo las confrontaciones
sociales sería posible darles solución. La actitud confrontativa e impositiva
es realmente incomprensible para el ciudadano común que vive en democracia.
Pero, sobretodo, es una actitud que se mostró incapaz de diseñar y afrontar un
proyecto de nación. Así como el ciudadano polaco se sentía obligado a aceptar
una concepción de la realidad impuesta por la fuerza, el ciudadano que vive en
democracia se resiste a aceptar un modelo de país impuesto y pide el diálogo,
la paz social, la unidad y un proyecto de país que nos incluya a todos. El
argentino es solidario y está acostumbrado a una movilidad social de la que se
enorgullece y desea colaborar con el esfuerzo de su trabajo en un modelo de
país productivo.
La denominada lucha del campo –aunque esta expresión bélica de lucha no es la
más acertada para reflejarlo– tiene alguna semejanza con las luchas que han
conducido a la caída de los regímenes del pasado. Son luchas, según afirma Juan
Pablo II en Centesimus annus, que se caracterizaron por haber insistido
tenazmente en intentar todas las vías de la negociación, del diálogo, del
testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del adversario y tratando de
despertar en las autoridades el sentido común. Es el estilo de participación
solidaria que colabora realmente en la construcción de una nación libre.
Un ordenamiento democrático se basa en principios de solidaridad, en el
esfuerzo del trabajo y en el ejercicio de la libertad. Exige reconocer
íntegramente los derechos de la conciencia humana, escuchar al opositor del que
se pueden obtener aportes para el bien común y reconocer los derechos de todos,
sin distinción ni discriminación. En estos principios está el fundamento
primario de todo ordenamiento político auténticamente libre.
El Estado tiene que crear las condiciones favorables al libre ejercicio de la
actividad económica para que exista una oferta abundante de oportunidades de
trabajo y de fuentes de riqueza. Tiene que asegurar a todos, los derechos
básicos para llevar una vida digna. La reciente participación cívica en nuestra
democracia hace nacer las esperanzas de un cambio en las estructuras políticas
y sociales de nuestro país, gravadas por la hipoteca de una dolorosa serie de
injusticias y rencores. Es necesario forjar actitudes que faciliten que los
complejos problemas de la actualidad, se resuelvan por medio del diálogo y de
la solidaridad, en vez de la lucha para destruir al adversario. La educación
forjadora de actitudes tiene un papel preponderante en la conformación de esta
cultura.
El desarrollo de una auténtica cultura del trabajo y del diálogo será lo que
ayude a participar de manera plenamente humana en la vida social. Son precisos
los esfuerzos de todos los argentinos, los gobernantes y los legisladores, los
de la ciudad y los del campo, los trabajadores de la industria y del comercio,
los intelectuales, los educadores y los artistas… Todos tenemos que sumar para
construir un futuro mejor, un orden social basado en el espíritu de trabajo
esforzado, de colaboración y solidaridad.
Hoy 22 de octubre, celebramos la
memoria litúrgica de San Juan Pablo II; recordamos también la fecha
de inicio de su pontificado y la fuerza y potencia de sus
palabras en la homilia en la Santa Misa
¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo
y de aceptar su potestad!
¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo
y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!
¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las
puertas a Cristo!
Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados,
los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de
la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay
dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!
En
esta fecha tan especial no podría agregar nada más que un infinito e insondable
GRACIAS, gracias por todo lo vivido y que me ha sido dado – un don
extraordinario - durante estos últimos años a partir de la partida de nuestro
querido santo. Parecería extraño, pero fue así que a partir de la partida se me
abrió todo un mundo y todo se fue dando de manera extraña, casi inconcebible.
Mi viaje a Roma en 2005, mis primeros contactos con el sitio oficial de la
Causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo II con la traducción de la
Oración al esloveno – primer eslabón – mi colaboración con la
revista, las valiosas amistades forjadas y tantos momentos y
experiencias.
Todo, o casi todo ha sido volcado en
este blog (y en mis otros dos: Encíclicas –
ya terminando con la ultima; y Pensamientos
A
quien interese invito visitar los posts etiquetados (me disculpo,
pues seguramente algo se sobrepone en los etiquetados. Fui
aprendiendo con el tiempo):
Causa
Beatificacion y Canonización JPII