Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 3 de noviembre de 2025

Esta bloguera se toma un descanso

La persona detrás de este blog,  Pensamientos de Juan Pablo II y Encíclicas de Juan Pablo II,  se toma unos dias de descanso. Hasta la vuelta. Nos volvemos a ver en unos dias.

Ljudmila

Un santo entre nosotros

 



Pedro Opeka, misionero en Madagascar, un santo entre nosotros. 

"Las buenas obras no provienen del hábito, son el fruto de la decisión individal de amar a los demás".

INVITO VISITAR POSTS ETIQUETADOS PEDRO OPEKA 

viernes, 31 de octubre de 2025

La vocación de Karol Wojtyla: El misterio del don contado por el mismo - Ordenación sacerdotal y Primer Misa (re posteo)

 

(capilla del Palacio Arzobispal, Cracovia, calle Franciscanska 3)

 ¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal?  La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuan indignos somos de ello. La vocación es el misterio de la elección divina: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).

Dios"nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia" (2 Tm 1, 9).

(…)

Las primeras señales que de alguna manera salieron a luz fueron  durante la visita del Arzobispo Metropolitano de Cracovia, Principe Adam Stefan Sapieha a la parroquia de Wadowice cuando  era estudiante y candidato a estudiar filología polaca.

 

(…)

“En ese período de mi vida la vocación sacerdotal no estaba aún madura, a pesar de que a mi alrededor eran muchos los que creían que debía entrar en el seminario. Y tal vez alguno pudo pensar que, si un joven con tan claras inclinaciones religiosas no entraba en el seminario, era señal de que otros amores o aspiraciones estaban en juego. En efecto, en la escuela tenía muchas compañeras y, comprometido como estaba en el círculo teatral escolar, no faltaban diversas posibilidades de encuentros con chicos y chicas. Sin embargo, el problema no era ese. En aquel tiempo estaba fascinado sobre todo por la literatura, en particular por la dramática, y por el teatro. A este último me había iniciado Mieczyslaw Kotlarczyk, profesor de lengua polaca, mayor que yo en edad. El era un verdadero pionero del teatro de aficionados y tenía grandes ambiciones de un repertorio de calidad…. He de admitir que toda aquella experiencia teatral ha quedado profundamente grabada en mi espíritu, a pesar de que en un cierto momento de mi vida me di cuenta de que, en realidad, no era esa mi vocación.

 

 (…)

 

Sin embargo la preparación para el sacerdocio  fue de algún modo precedida por la que me ofrecieron mis padres con su vida y su ejemplo en familia. Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. No había recibido aún la Primera Comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía 9 años. Por eso, no tengo conciencia clara de la contribución, seguramente grande, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y, a continuación, después de la muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre que era un hombre profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su vida, que era muy austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida fue de constante oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí en cierto modo el primer seminario, una especie de seminario doméstico.

Naturalmente, al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria mariana. La veneración a la Madre de Dios en su forma tradicional me viene de la familia y de la parroquia de Wadowice. Recuerdo, en la iglesia parroquial, una capilla lateral dedicada a la Madre del Perpetuo Socorro a la cual por la mañana, antes del comienzo de las clases, acudían los estudiantes del instituto. También, al acabar las clases, en las horas de la tarde, iban muchos estudiantes para rezar a la Virgen.

Además, en Wadowice, había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían allí, y esto tenía su reflejo en la difundida devoción al escapulario de la Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía diez años, y aún lo llevo. Se iba a los Carmelitas también para las confesiones. De ese modo, tanto en la iglesia parroquial, como en la del Carmen, se formó mi devoción mariana durante los años de la infancia y de la adolescencia hasta la superación del examen final.

 

Durante aquellos años mi confesor y guía espiritual fue el P. Kazimierz Figlewicz. Me encontré con él por primera vez cuando cursaba el primer año de instituto en Wadowice. El P. Figlewicz, que era vicario de la parroquia de Wadowice, nos enseñaba religión. Gracias a él me acerqué a la parroquia, fui monaguillo y en cierto modo organicé el grupo de monaguillos. Cuando dejó Wadowice para ir a la catedral del Wawel, continué manteniendo contacto con él. Recuerdo que, durante el quinto curso del instituto, me invitó a Cracovia para participar en el Triduum Sacrum, que empezaba con el llamado "Oficio de Tinieblas" en la tarde del Miércoles Santo. Fue ésta una experiencia que dejó en mí una huella profunda.

 

Cuando, después del examen final, me trasladé con mi padre a Cracovia, intensifiqué la relación con el P. Figlewicz, que ejercía el cargo de vicecustodio de la catedral. Iba a confesarme con él y, durante la ocupación alemana, muchas veces lo visitaba. Aquel 1 de septiembre de 1939 no se borrará nunca de mi recuerdo: era el primer viernes de mes. Había ido a Wawel para confesarme. La catedral estaba vacía. Fue, quizás, la última vez que pude entrar libremente en el templo. Después fue cerrado. El castillo real de Wawel se convirtió en la sede del Gobernador General Hans Frank. El P. Figlewicz era el único sacerdote que podía celebrar la Santa Misa, dos veces por semana, en la catedral cerrada y bajo la vigilancia de policías alemanes. En aquellos tiempos difíciles fue aún más claro lo que significaban para él la catedral, las tumbas reales, el altar de San Estanislao, obispo y mártir. El P. Figlewicz fue hasta la muerte fiel custodio de aquel particular santuario de la Iglesia y de la Nación, inculcándome un amor grande por el templo del Wawel, que un día llegaría a ser mi catedral episcopal.

Debo nuevamente volver atrás, al período anterior a la entrada en el seminario. En efecto, no puedo omitir el recuerdo de un ambiente y, en éste, de un personaje de quien recibí verdaderamente mucho en ese período. El ambiente era el de mi parroquia, dedicada a San Estanislao de Kostka, en Debniki, Cracovia. La parroquia estaba dirigida por los Padres Salesianos, los cuales un día fueron deportados por los nazis a un campo de concentración. Únicamente quedaron un viejo párroco y el inspector provincial, pues todos los demás fueron internados en Dachau. Creo que el ambiente salesiano ha tenido un papel importante en el proceso de formación de mi vocación. En el ámbito de la parroquia había una persona que se distinguía sobre las demás: me refiero a Jan Tyranowski. Era empleado de profesión, aunque había decidido trabajar en la sastrería de su padre. Afirmaba que su trabajo de sastre le hacía más fácil la vida interior. Era un hombre de una espiritualidad particularmente profunda. Los Padres Salesianos, que en aquel período difícil habían reemprendido con valentía la animación de la pastoral juvenil, le encargaron la tarea de establecer contactos con los jóvenes del círculo del llamado "Rosario vivo''. Jan Tyranowski llevó a cabo esta tarea no ciñéndose únicamente al aspecto organizativo, sino preocupándose también de la formación espiritual de los jóvenes que entraban en contacto con él. Aprendí así los métodos elementales de autoformación que se vieron después confirmados y desarrollados en el proceso educativo del seminario. Tyranowski, que se estaba formando en los escritos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila, me introdujo en la lectura, extraordinaria para mi edad, de sus obras.

Después, pasados los años de la primera juventud, la cantera de piedra y el depurador de agua en la fábrica de bicarbonato en Borek Falecki se convirtieron para mí en seminario. No se trataba ya únicamente del pre-seminario, como en Wadowice. La fábrica fue para mí, en aquella etapa de mi vida, un verdadero seminario, aunque clandestino. Había comenzado a trabajar en la cantera en septiembre de 1940; un año después pasé al depurador de agua en la fábrica. Fue en aquellos años cuando maduró mi decisión definitiva. En otoño de 1942 comencé los estudios en el seminario clandestino como ex alumno de filología polaca, siendo obrero en la Solvay. No me daba cuenta de la importancia que todo ello tendría para mí. Únicamente más tarde, ya sacerdote, durante los estudios en Roma, conociendo a través de mis compañeros del Colegio Belga el problema de los sacerdotes obreros y el movimiento de la Juventud Obrera Católica (JOC), comprendí que lo que había llegado a ser tan importante para la Iglesia y para el sacerdocio en Occidente -el contacto con el mundo del trabajo- yo lo había ya adquirido en mi experiencia de vida.

La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal, como he dicho, tuvo lugar en el período de la segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi. ¿Fue una simple coincidencia temporal? o ¿había un nexo más profundo entre lo que maduraba dentro de mí y el contexto histórico? Es difícil responder a tal pregunta. Es cierto que en los planes de Dios nada es casual. Lo que puedo afirmar es que la tragedia de la guerra dio un tinte particular al proceso de maduración de mi opción de vida. Me ayudó a percibir desde una nueva perspectiva el valor y la importancia de la vocación. Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra era cada vez más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo.

El estallido de la guerra me alejó de los estudios y del ambiente universitario. En aquel período perdí a mí padre, la última persona que me quedaba de los familiares más íntimos. También esto suponía, objetivamente, un proceso de alejamiento de mis proyectos precedentes; en cierto modo era como desarraigarse del suelo en el cual hasta ese momento había crecido mi humanidad.

Pero no se trataba de un proceso únicamente negativo. En efecto, en mi conciencia contemporáneamente se manifestaba cada vez más una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación. Y esta conciencia me llenó de gran paz interior.

(El 6 de mayo de 1968 durante una visita a la fabrica de Borek Falecki volveria a admitirlo) :

Esta gran fabrica – la planta química – fue también mi lugar de trabajo por cuatro años durante la ocupación nazi. Durante estos años de ocupación fue aquí que se formo mi llamado al sacerdocio. Primero mi llamado fue formado en la cantera de piedra y más tarde, finalmente, aquí en esta planta de soda, a pasos de esta iglesia.  Y digo “esta” pensando en realidad en “aquella” pues era una pequeña iglesia de madera, en realidad una barraca. Siempre que paso por esta fabrica, y especialmente cuando lo  hago cerca de la sala de calderas lo recuerdo.   

Me pregunto a veces qué papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto. Adam Chmielowski -éste era su nombre- no era sacerdote. En la historia de la espiritualidad polaca Fray Alberto ocupa un lugar especial. Para mí su figura fue determinante, porque encontré en él un particular apoyo espiritual y un ejemplo en mi alejamiento del arte, de la literatura y del teatro, por la elección radical de la vocación al sacerdocio. 

(…)

Se me ahorró mucho del grande y horrendo theatrum de la segunda guerra mundial. Cada día hubiera podido ser detenido en casa, en la cantera o en la fábrica para ser llevado a un campo de concentración. A veces me preguntaba: si tantos coetáneos pierden la vida, ¿por que yo no? Hoy sé que no fue una casualidad. En el contexto del gran mal de la guerra, en mi vida personal todo llevaba hacia el bien que era la vocación. No puedo olvidar el bien recibido en aquel difícil período de las personas que el Señor ponía en mi camino, tanto de mi familia como conocidos y compañeros.

(..)

La Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por eso es aún más grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así como también hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de nación o de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal.

 

SACERDOTE!


Mi ordenación tuvo lugar en un día insólito para este tipo de celebraciones: fue el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, cuando la liturgia de la Iglesia se dedica totalmente a celebrar el misterio de la comunión de los Santos y se prepara a conmemorar a los fieles difuntos. El Arzobispo eligió ese día porque yo debía partir hacia Roma para proseguir los estudios. Fui ordenado sólo, en la capilla privada de los Arzobispos de Cracovia. Mis compañeros serían ordenados el año siguiente, en el Domingo de Ramos.

 

Había sido ordenado subdiácono y diácono en octubre. Fue un lunes de intensa oración, marcado por los Ejercicios Espirituales con los que me preparé a recibir las Ordenes Sagradas: seis días de Ejercicios antes del subdiaconado, y después tres y seis días antes del diaconado y del presbiterado respectivamente. Los últimos Ejercicios los hice solo en la capilla del seminario. El día de Todos los Santos me presenté por la mañana en la residencia de los Arzobispos de Cracovia, en la calle Franciszkanska 3, para recibir la Ordenación sacerdotal. Asistieron a la ceremonia un pequeño grupo de parientes y amigos. El 1 de noviembre de 1946 fui ordenado sacerdote. 

(cripta san Leonardo)

El día siguiente, en la "Primera Santa Misa" celebrada en la catedral, en la cripta de San Leonardo, el P. Figlewicz, estaba a mi lado y me hacía de asistente. El piadoso Prelado falleció hace algunos años. Sólo el Señor puede compensarlo por todo el bien que de él recibí.

(Fuente: Don y Misterio) 

 


 

jueves, 30 de octubre de 2025

Juan Pablo II y el Rosario

 


Terminando el mes dedicado al Rosario es oportuno recordar algunas palabras de Juan Pablo II sobre el Rosario cuando el último domingo de octubre de 1978primer mes de su pontificado, le dedicó el momento del Angelus al Rosario.


El Rosario es mi oración predilecta – decía - . ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera.


Se puede decir que el Rosario es en cierto modo un comentario oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos,  (*) y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ―se puede decir― del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana.”

Y exhortaba a todos a recitar “esta plegaria tan sencilla y tan rica fervorosamente


(*) Posteriormente y mediante la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre del 2002 el Papa Juan Pablo II “Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»” de la vida de Cristo instituía estos misterios:  “1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.”

 Invito visitar mis entradas anteriores etiquetadas Rosario.: 



sábado, 25 de octubre de 2025

Karol Wojtyla en “coloquio” con Maria - Slawomir Oder

 


Slawomir Oder, quien fuera el postulador de la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II dice en su libro “Porque es santo” que podríamos fundamentar que Juan Pablo II poseía un don de percepción extraordinaria de lo sobrenatural. Durante unas conversaciones sobre apariciones marianas, alguien de su entorno le pregunto si alguna vez había visto a la Virgen. Y el Papa respondió decidido: “No, no he visto a la Virgen, pero la percibo”.

Habiendo sido aspirante desde los 13 años Karol fue admitido en la Congregación Mariana a los 15 y en 1935 llego a ser presidente de la Congregación mariana estudiantil en el colegio secundario “Marcin Wadowita” de Wadowice. Ya desde aquellos años conservó algunas manifestaciones externas de su pertenencia a Maria; de día acostumbraba llevar el rosario alrededor de su muñeca y de noche lo colocaba sobre la mesita de luz; o el escapulario de la Virgen del Carmelo que siempre llevaba al cuello (escapulario que fue manchado de sangre el dia del atentado en 1981 y del cual no quiso separarse ni siquiera en la sala de operaciones).

 


A mitades de los años cuarenta practicaba la devoción en el Colegio belga en su tiempo de estudio en Roma: se detenía a menudo para rezar delante de las virgencitas romanas, en capillitas con imágenes o bajorrelieves de la Virgen. En 1981 con ocasión de la Fiesta de la Inmaculada bendeciría el mosaico de Maria Madre de la Iglesia mirando sobre la Plaza San Pedro. Finalmente había encontrado su lugar entre tantas estatuas de apóstoles y santos que desde hacía siglos adornaban la Basílica vaticana y la columnata de Bernini.

Contaba el cardenal Deskur, que cuando fue nombrado arzobispo de Cracovia Wojtyla se encontró con un seminario diocesano casi vacío y entonces decidió hacerle una promesa a Maria: «Hare tantas peregrinaciones a pie a todos tus santuarios grandes y pequeños, cercanos o lejanos según el numero de vocaciones que nos regales cada año». De pronto el Seminario comenzó a repoblarse y contaba casi quinientos alumnos cuando el Arzobispo dejó Cracovia para hacerse cargo de la cátedra de Pedro. Basándose en esta promesa Juan Pablo II insistía que en sus viajes pastorales siempre se incluyera en el programa al menos una visita a un lugar de culto mariano. En Cracovia rezaba por los problemas de la diócesis en el vecino santuario de Kalwaria Zebrzydowska, que visitaba para caminar por sus senderos a menudo cubiertos de barro o de nieve, tanto que su chofer ya había adoptado la costumbre de tener siempre a mano un par de botas de goma. Después de su “conversación” con la Virgen explicaba el arzobispo, cualquier dificultad inexplicablemente encontraba solución.

 


 

Otro lugar mariano que Juan Pablo II llevaba en su corazón era el Santuario de Czestochowa. Un testigo del último viaje a Polonia de Juan Pablo II recordaba: «La capilla donde está la Virgen es muy pequeña. Al buscar un poco de espacio para arrodillarme, me di cuenta recién al final que estaba tan cerca del Santo Pare que casi podría tocarlo. Rezaba. Y en determinado momento rezaba casi en voz alta. Yo no sé que decía. Pero fue una “conversación” excepcional. Parecía no terminar nunca. Aquel encuentro con la “madre “daba vuelta todo el programa de la visita. Y yo de aquel viaje me lleve dentro de mí aquel coloquio. Sin haber comprendido una palabra. O quizás habiéndolas comprendido todas”

 


La intensidad y la profunda concentración con que se dirigía a Maria atribuían al Papa, a los ojos de quienes lo observaban, un aura casi sobrenatural. Un huésped suyo durante las vacaciones de verano en Castel Gandolfo contaba que después de recitar el rosario con él en el jardín, como de costumbre, «Juan Pablo II se ubicaba delante de la estatua de Nuestra Señora de Lourdes y me pedía que me alejara, pero yo no me alejaba tanto como para no poder verlo. Se quedaba allí por lo menos media hora más para rezar y era como si su persona se transformase también físicamente». El mismo admitía que el rosario era su oración predilecta: «Nuestro corazón puede compendiar en estas decenas del rosario todos los momentos que componen la vida de la persona, de la familia, de las naciones, de la Iglesia y de la humanidad. De esta manera la sencilla oración del rosario late al ritmo de la vida humana».

«Después de una conversación con el Papa» recuerda otro testigo, «he tenido la suerte, mejor dicho el don, de sentirme invitado por él: “Nosotros vamos a rezar el rosario porque no vienes también tu?” Lo seguí a la terraza de sus habitaciones y así comprendí el valor de aquel rosario: un momento de vigilia por su diócesis, por toda la Iglesia, por el mundo, por los que sufren. “Mira” me decía alguna vez entre un misterio y otro, indicándome los diversos edificios del Vaticano y de Roma. En un momento me dejo perplejo al decirme: “Allí, en aquel edificio, también esta su casa”. Y después posaba su mirada sobre la ciudad. Veía todo, sabía todo. “Yo conozco mejor Roma…..” decía sonriendo».

 

Slawomir Oder : "Perche e santo", Rizzoli, 2010, cap 3 Il  mistico, In «coloquio» con Maria

(no tengo la version en español, asi que he traducido este trozo de la edicion en italiano) 

 

jueves, 23 de octubre de 2025

El arte de dialogar – Graciela Palau

 


En momentos en que el ánimo general argentino se encuentra tan crispado como cuando la profesora Graciela M. Palau (*) escribió este articulo, destinado en principio a un matutino porteño - que luego fue publicado por el Instituto Mounier  y publicado en este blog en 2010,  sigue siendo tan oportuno como entonces - y como siempre -  reflexionar sobre el valor del diálogo, que la Profesora Dra. Palau hace a la luz de las enseñanzas de Karol Wojtyla/Juan Pablo II. 

Detrás de la cortina de hierro, en el año 1970, un cardenal polaco, de enorme talla intelectual pero desconocido entonces fuera del ámbito eclesiástico, presentaba su mayor obra filosófica, Persona y Acción, ante un público de pensadores selectos. El lugar: la Universidad católica de Lublin donde Karol Wojtyla, con su característica actitud de apertura al diálogo, daba lugar a un debate sobre su libro entre expertos intelectuales polacos. En la parte final de ese escrito el autor hace una descripción de los modos auténticos de participación social y explica el significado de la solidaridad humana, uno de los principios básicos de la organización social y política. La actualidad de ese análisis para el momento que atraviesa nuestro país se muestra paradigmática. Intentar reflexionar sobre su aplicación a nuestra realidad puede iluminar su comprensión.


Solidaridad significa, según Wojtyla, una disposición constante a aceptar y a realizar la parte que a uno le corresponde en la comunidad en función del bien común. Esta orientación hacia el bien común es la que posibilita a cada uno saber cuándo es necesario aceptar una proporción mayor de la responsabilidad y actuación que normalmente le corresponden. La actitud solidaria de un miembro de una comunidad se manifiesta mediante la disposición a complementar lo que hacen los demás. Además, la solidaridad y la actitud que el autor denomina oposición constructiva no son intrínsecamente contradictorias. El opositor es solidario cuando no retira su disposición a actuar y trabajar por el bien común. Al contrario, el opositor es solidario porque quiere participar en su búsqueda. La actitud de oposición auténtica busca la participación social como consecuencia de una honda preocupación por el bien común. Por eso, piensa Wojtyla que el sistema social debe facilitar no sólo que la oposición constructiva se exprese a sí misma dentro del marco de la comunidad, sino también que actúe en beneficio de la comunidad. La búsqueda del bien común debe liberar y apoyar la actitud de solidaridad, pero nunca de forma que sofoque la oposición y se mantenga al margen de ella. Esa actitud solidaria y de apertura a los aportes de la oposición es lo que necesitamos los ciudadanos argentinos en las actuales circunstancias para afrontar esta etapa de nuestra historia. Es preciso un reconocimiento sincero de los aportes de todos los sectores y destacar los puntos de unidad que suelen ser más que las diferencias, para reconducir la gestión hacia la búsqueda del bien común.

En este contexto arroja luz la explicación que hace Wojtyla sobre el sentido del diálogo. Es el diálogo una actitud que conduce a una forma adecuada de seleccionar y resaltar lo verdadero y lo bueno que surge en las situaciones controvertidas. En cambio, intenta eliminar las actitudes y opiniones parciales, preconcebidas o subjetivas que son el origen de enfrentamientos y conflictos empobrecedores de la comunidad. Los titulares de los medios en estos últimos días posteriores a la votación en el Senado, reflejan un reclamo social: la necesidad de diálogo para superar la crisis. La ciudadanía quiere evitar caer nuevamente en las actitudes que Wojtyla llama inauténticas del conformismo y la evasión. Un conformismo superficial o interesado que pretende evitarse problemas o busca ventajas inmediatas. La evasión se produce si los miembros de una sociedad pierden interés en la participación y están ausentes de la vida social porque se les impide toda colaboración. La democracia no se construye con dialécticas y enfrentamientos sino con el diálogo auténtico y la participación de todos. Tenemos que aprender el arte de dialogar, fomentar una actitud de verdadero interés en comprender a los demás y escucharles con verdadero interés. Diálogo es búsqueda del logos, de la verdad o de lo razonable entre dos que se escuchan y entienden.

Como es sabido, la crisis de los sistemas que pretendían ser la salvación del proletariado en los países comunistas, comenzaron con las protestas en Polonia en nombre del movimiento Solidaridad. Fueron justamente los trabajadores los que desautorizaron la ideología que pretendía ser su voz. En la apreciación de Wojtyla, esos cambios se produjeron por una lucha pacífica, que empleó solamente las armas de la verdad y de la justicia. Una verdadera lección de la historia. Sin embargo, cegados a la realidad por el tejido de prejuicios ideológicos o por la ambición de venganza y de poder, esos regímenes consideraban que únicamente llevando hasta el extremo las confrontaciones sociales sería posible darles solución. La actitud confrontativa e impositiva es realmente incomprensible para el ciudadano común que vive en democracia. Pero, sobretodo, es una actitud que se mostró incapaz de diseñar y afrontar un proyecto de nación. Así como el ciudadano polaco se sentía obligado a aceptar una concepción de la realidad impuesta por la fuerza, el ciudadano que vive en democracia se resiste a aceptar un modelo de país impuesto y pide el diálogo, la paz social, la unidad y un proyecto de país que nos incluya a todos. El argentino es solidario y está acostumbrado a una movilidad social de la que se enorgullece y desea colaborar con el esfuerzo de su trabajo en un modelo de país productivo.

La denominada lucha del campo –aunque esta expresión bélica de lucha no es la más acertada para reflejarlo– tiene alguna semejanza con las luchas que han conducido a la caída de los regímenes del pasado. Son luchas, según afirma Juan Pablo II en Centesimus annus, que se caracterizaron por haber insistido tenazmente en intentar todas las vías de la negociación, del diálogo, del testimonio de la verdad, apelando a la conciencia del adversario y tratando de despertar en las autoridades el sentido común. Es el estilo de participación solidaria que colabora realmente en la construcción de una nación libre.

Un ordenamiento democrático se basa en principios de solidaridad, en el esfuerzo del trabajo y en el ejercicio de la libertad. Exige reconocer íntegramente los derechos de la conciencia humana, escuchar al opositor del que se pueden obtener aportes para el bien común y reconocer los derechos de todos, sin distinción ni discriminación. En estos principios está el fundamento primario de todo ordenamiento político auténticamente libre.

El Estado tiene que crear las condiciones favorables al libre ejercicio de la actividad económica para que exista una oferta abundante de oportunidades de trabajo y de fuentes de riqueza. Tiene que asegurar a todos, los derechos básicos para llevar una vida digna. La reciente participación cívica en nuestra democracia hace nacer las esperanzas de un cambio en las estructuras políticas y sociales de nuestro país, gravadas por la hipoteca de una dolorosa serie de injusticias y rencores. Es necesario forjar actitudes que faciliten que los complejos problemas de la actualidad, se resuelvan por medio del diálogo y de la solidaridad, en vez de la lucha para destruir al adversario. La educación forjadora de actitudes tiene un papel preponderante en la conformación de esta cultura.

El desarrollo de una auténtica cultura del trabajo y del diálogo será lo que ayude a participar de manera plenamente humana en la vida social. Son precisos los esfuerzos de todos los argentinos, los gobernantes y los legisladores, los de la ciudad y los del campo, los trabajadores de la industria y del comercio, los intelectuales, los educadores y los artistas… Todos tenemos que sumar para construir un futuro mejor, un orden social basado en el espíritu de trabajo esforzado, de colaboración y solidaridad.

- o -


(*) autora del libro La autorrealización según el personalismo de K. Wojtyla publicado por EDUCA (Editorial de la Universidad Católica Argentina, 2007.


miércoles, 22 de octubre de 2025

22 de octubre memoria liturgica de San Juan Pablo II

 

(El Papa Juan Pablo II en la Argentina 1987)

Hoy 22 de octubre,   celebramos la memoria litúrgica de San Juan Pablo II;  recordamos también la fecha de  inicio de su pontificado y la fuerza y potencia  de sus palabras en la homilia en la Santa Misa  

¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!

¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!

¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!

Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!

En esta fecha tan especial no podría agregar nada más que un infinito e insondable GRACIAS, gracias por todo lo vivido y que me ha sido dado – un don extraordinario - durante estos últimos años a partir de la partida de nuestro querido santo. Parecería extraño, pero fue así que a partir de la partida se me abrió todo un mundo y todo se fue dando de manera extraña, casi inconcebible. Mi viaje a Roma en 2005, mis primeros contactos con el sitio oficial de la Causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo II con la traducción de la Oración al esloveno – primer eslabón –   mi colaboración con la revista, las valiosas amistades forjadas  y tantos momentos y experiencias.  

Todo,  o casi todo ha sido volcado en este blog (y en mis otros dos: Encíclicas  – ya terminando con la ultima;  y Pensamientos  

A quien interese invito visitar los posts etiquetados (me disculpo, pues seguramente algo se sobrepone en los etiquetados. Fui aprendiendo con el tiempo):

Causa Beatificacion y Canonización JPII

Diario Canonización 

Diario Roma beatifiación 

1 de mayo 2011