Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 17 de noviembre de 2025

Juan Pablo II – Veritatis Splendor - El esplendor de la verdad

 



La Carta Encíclica Veritatis Splendor   El esplendor de la verdad, “sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia” del Papa Juan Pablo II,   firmada el 6 de agosto —fiesta de la Transfiguración del Señor— de 1993,fue citada brevemente por el Papa en su Ángelus del 17 de octubre  de 1993 al regreso de sus viajes. Fue el Cardenal Joseph Ratzinger que la presento mas formalmente (ver Aceprensa  y también Almudi: 

¿Cuál es el fin de este documento? Se preguntaba el Cardenal Ratzinger y respondia :  Existe un motivo interno y otro externo, que naturalmente son inseparables. El motivo interno está ligado al mismo fin del cristianismo. En sus primeros tiempos, antes incluso que se acuñara la palabra «cristianos», la religión cristiana se llamaba simplemente «camino». En los Hechos de los Apóstoles se encuentra no menos de seis veces esta designación. (…) Si el cristianismo es llamado camino, significa que antes que nada indicaba una determinada manera de vivir. La fe no es pura teoría, es sobre todo un «camino», es decir, una praxis. Las nuevas convicciones que ofrece tienen un contenido práctico inmediato. La fe incluye la moral, y eso quiere decir no sólo ideales genéricos. Ella ofrece mucho más: indicaciones concretas para la vida humana. Precisamente a través de su moral los cristianos se diferenciaban de los otros en el mundo antiguo; precisamente de ese modo su fe se hizo visible como algo nuevo, una realidad inconfundible. Un cristianismo que no fuese ya un camino común, sino que anunciase sólo ideales vagos, no sería ya el cristianismo de Jesucristo y de sus discípulos inmediatos. (…)

A este motivo interno se añade otro externo, que no por eso es exterior. La cuestión moral es claramente hoy más que nunca una cuestión de supervivencia para la humanidad. En la unitaria civilización técnica que se ha extendido ya a todo el mundo contemporáneo, las antiguas certezas morales en las cuales se apoyaban hasta ahora las grandes culturas singulares se han destruido en gran parte. La visión tecnicista del mundo prescinde de los valores. Se pregunta sobre si es posible hacer algo en la práctica, no sobre la licitud. (…) Cada vez más a menudo se piensa que lo que es posible hacer, es lícito hacerlo.

Pero el verdadero problema se plantea a un nivel todavía más profundo. Frente a las certezas indiscutibles que se dan en las materias técnicas, todas las certezas morales parecen frágiles y discutibles. Muchos consideran que lo razonable sería sólo lo que se puede verificar de modo incontrovertible como las fórmulas matemáticas o técnicas. ¿Pero cómo encontrar tal verificación en las realidades típicamente humanas, en las cuestiones de la moral y del recto vivir humano? El hecho de que en este ámbito las grandes culturas, aunque contengan importantes elementos comunes, afirmen también a menudo algo distinto, hace que el relativismo se haga cada vez más la opinión dominante. En el ámbito de la moral y de la religión no habría, pues, ninguna certeza compartida. (…)

 


Y el Papa Juan Pablo II volvió sobre ella en su Ángelus del  12 de junio de 1994. 

 

Con motivo del  Congreso “Juan Pablo II : 25 años de pontificado. La Iglesia al servicio del hombre” en la Pontificia Universidad Lateranense (8-10 de mayo 2003) el Cardenal Ratzinger hacia una breve presentación de las catorce encíclicas del Santo Padre JuanPablo II. En su alocución decía con respecto a Veritatis Splendor:

Veritatis splendor no sólo afronta la crisis interna de la teología moral en la Iglesia, sino que pertenece al debate ético de dimensiones mundiales, que hoy se ha transformado en una cuestión de vida o muerte para la humanidad. Contra una teología moral que en el siglo XIX se había reducido de modo cada vez más preocupante a casuística, ya en los decenios anteriores al Concilio se había puesto en marcha un decidido movimiento de oposición. La doctrina moral cristiana se debía formular nuevamente desde su gran perspectiva positiva a partir del núcleo de la fe, sin considerarla como una lista de prohibiciones. 

 

La idea de la imitación de Cristo y el principio del amor se desarrollaron como las directrices fundamentales, a partir de las cuales podían organizarse los diversos elementos de la doctrina. La voluntad de dejarse inspirar por la fe como luz nueva que hace transparente la doctrina moral había llevado a alejarse de la versión iusnaturalista de la moral en favor de una construcción de perfil bíblico e histórico-salvífico. 

El concilio Vaticano II había confirmado y reafirmado estos enfoques. Pero el intento de construir una moral puramente bíblica resultó imposible ante las demandas concretas de la época. El puro biblicismo, precisamente en la teología moral, no es un camino posible. Así,  de modo sorprendentemente rápido, después de una breve fase en la que  se  trató  de dar a la teología moral una inspiración bíblica, se intentó una explicación puramente racional del ethos, pero la vuelta al pensamiento iusnaturalista resultó imposible:  la corriente antimetafísica, que tal vez ya había contribuido al intento biblicista, hacía que el derecho natural pareciera un modelo anticuado y ya inadecuado. 

Se quedó a merced de una racionalidad positivista que ya no reconocía el bien como tal. "El bien es siempre -así decía entonces un teólogo moral- sólo mejor que...". Quedaba como criterio el cálculo de las consecuencias. Moral es lo que parece más positivo, teniendo en cuenta las consecuencias previsibles. No siempre el consecuencialismo se aplicó de modo tan radical. Pero al final se llegó a una construcción tal, que se disuelve lo que es moral, pues el bien como tal no existe. Para ese tipo de racionalidad ni siquiera la Biblia tiene algo que decir. La sagrada Escritura puede proporcionar motivaciones, pero no contenidos. 

Pero si las cosas fueran así, el cristianismo como "camino" -así debería y quisiera ser- resultaría un fracaso. Y si antes desde la ortodoxia se había llegado a la ortopraxis, ahora la ortopraxis se convierte en una trágica ironía:  porque en el fondo no existe. 

El Papa, por el contrario, con gran decisión volvió a dar legitimidad a la perspectiva metafísica, que es sólo una consecuencia de la fe en la creación. Una vez más, partiendo de la fe en la creación, logra vincular y fundir antropocentrismo y teocentrismo:  "la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina. (...) En efecto, la ley natural (...) no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios" (Veritatis splendor, 40). Precisamente porque el Papa es partidario de la metafísica en virtud de la fe en la creación, puede comprender también la Biblia como Palabra presente, unir la construcción metafísica y bíblica del ethos. Una perla de la encíclica, significativa tanto filosófica como teológicamente, es el gran pasaje sobre el martirio. Si ya no hay nada por lo que valga la pena morir, entonces también la vida resulta vacía. Sólo si existe el bien absoluto, por el que vale la pena morir, y el mal eterno que nunca se transforma en bien, el hombre es confirmado en su dignidad y nosotros nos vemos protegidos de la dictadura de las ideologías.”

Con ocasión del XXV aniversario del pontificado de Juan Pablo II y del X aniversario de la encíclica Veritatis Splendor se creó el 15 de octubre de 2003 la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Católica Argentina.  La primera actividad de la Cátedra consistió en la organización del Congreso Teòlogico Internacional La Verdad los hará libres sobre la encíclica Veritatis Splendor y fue desarrollado en Buenos Aires durante los días 23-24-25 de septiembre de 2004. Todas las actas fueron publicadas bajo el título del Congreso por Ediciones Paulinas en conjnto con la Pontificia Universidad Católica Argentina.


Aquel Congreso LA VERDAD LOS HARA LIBRES sobre la Encíclica Veritatis Splendor concluyó con el discurso de clausura por parte del Cardenal Jorge Mario Bergoglio que presentaba la Encíclica como de una “enorme riqueza que habrá que seguir desentrañando y difundiendo” invitando a los presentes a “profundizar y comunicar las vivencias y reflexiones compartidas bajo tres perspectivas:

"La primera es la que nos ofrece la centralidad de la Gracia en la vida moral, tal como es concebida a la luz de la Revelación.

La segunda es la  perspectiva de la evangelización como realidad indispensable, no solo porque existe un mandato del Señor, sino sobre todo porque El nos ha comunicado una vida nueva, y la vida tiende y exige la comunicación.

La tercera es la perspectiva de la relación entre el Evangelio de la gracia y la vida cultural y política de los hombres"..

El cardenal Bergoglio finalizó su exposición centrada en la conclusión de la encíclica donde el Papa se vuelve hacia la misericordia del Padre, comunicada en su Hijo Jesucristo por el don del Espíritu, en la figura de Maria, Madre de Dios y Madre de Misericordia:

- Maria es madre de misericordia, porque Jesús, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación y comunicación de su Misericordia, y ella nos anima y nos guía a seguirlo.
- Maria es madre de misericordia porque Jesús, en la Cruz, le confía su Iglesia y toda la humanidad.
- Maria es madre de misericordia como signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral, al vivir la propia libertad donándose al Padre y acogiendo el don del Padre.
- María es madre de misericordia porque invita a todo ser humano, en la celebración de las bodas de su Hijo a lo largo de la historia, a acoger “la Verdad que nos hará Libres” haciendo siempre lo que Él nos diga (cfr. Jn 2,5)”


Y concluia diciendo “Confiemos a Maria, madre de misericordia, las enseñanzas de esta Carta Magna de la Libertad, la Veritatis Splendor, a fin de que el Esplendor de la Verdad ilumine nuestras vidas, la de nuestras comunidades eclesiales y la de toda la humanidad”.

“El hecho de que el Papa concluya la Encíclica con una meditación sobre María, la Madre de la misericordia, es algo más que una piadosa costumbre reflexionaba el Cardenal Ratzinger:  El Papa nos dice que la Virgen puede llevar este título «porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como Revelación de la misericordia de Dios… No vino a condenar sino a perdonar»  Solo con esta afirmación se completa la doctrina moral cristiana. De ella forma parte la grandeza de las exigencias que derivan de nuestra semejanza a Dios, pero también la grandeza de la bondad divina, de la cual el signo más puro es para nosotros la Madre de Jesús.”  

Oración conclusiva de la Encíclica Veritatis Splendor del Santo Padre Juan Pablo II a Maria, madre de misericordia




María, Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil

la cruz de Cristo,

para que el hombre

no pierda el camino del bien,

no pierda la conciencia del pecado

y crezca en la esperanza en Dios,

«rico en misericordia» (Ef 2, 4),

para que haga libremente las buenas obras

que él le asignó (cf. Ef 2, 10)

y, de esta manera, toda su vida

sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Invito leer el articulo de Juan Pedro Rivero Gonzalez titulado: La Gramática del Don Una aproximación teológica y didáctica a la Encíclica Veritatis Splendor en su trigésimo aniversario.

“ El autor, partiendo de las fuentes de la teología sistemática, y con el afán de desvelar la novedad propuesta para la vida personal y social, analiza la enorme envergadura de Veritatis Splendor (1993) a lo largo de estas tres décadas, el periodo más complejo de la historia del pensamiento ético. Subraya, a tal fin, los criterios centrales del documento para vincularlos con la didáctica del mensaje que transmite, de libertad y de bien para la sociedad y la comunidad eclesial.”

 

Invito también leer los varios posts etiquetados Veritatis Splendor. 

 

domingo, 16 de noviembre de 2025

La Santa Cruz, nuestras cruces y los planes de Dios

 


El pequeño Karol no lo sabía, pero Él, el Señor,  ya lo había elegido. Había elegido su familia, su entorno, su cercanía a la capilla de la Santa Cruz en su iglesia parroquial de Wadowice,  donde conoció al padre Kazimierz Figlewicz que luego fue su confesor y guía espiritual y que,  años más tarde,  cuando ya  fue ordenado sacerdote,  estaba a su lado cuando celebro en la cripta de san Leonardo de Wawel su primera misa.  

“Las manos de mi madre me enseñaron este misterio uniendo las manitas del niño para la oración, me enseñaron a hacer la señal de la cruz, la señal de Cristo, que es el Hijo de Dios vivo” decia en la visita a su ciudad natal allí a orillasdel rio Skawa  “Con profunda veneración beso el umbral de la casa de Dios, de la iglesia parroquial de Wadowice, y en ella el baptisterio, en el que fui injertado a Cristo y acogido en la comunidad de su Iglesia (1983) 

 




(…) Hoy, después de tantos años, ¡cuán agradecido estoy contigo, mi madre, mi padre y mi hermano ! “ Allí había escuchado por primera vez las palabras " Tú eres el Cristo (el Mesías), el Hijo de Dios vivo " ( Mt 16,16 ). Esta confesión de Pedro me llegó como un don de la fe de la Iglesia. 


Después de fallecida su madre fue su padre quien se encargo de fortalecer la vida religiosa de su hijo. Juntos peregrinaban a la cercana Kalwaria “ Ese itinerario desde niño, y más aún como sacerdote y como obispo, me llevaba frecuentemente por los senderos marianos de Kalwaria Zebrzydowska,… Iba allí con frecuencia y caminaba en solitario por aquellas sendas presentando en la oración al Señor los diferentes problemas de la Iglesia, sobre todo en el difícil período que se vivía bajo el comunismo. Mirando hacia atrás constato como "todo está relacionado'' (Don y Misterio)

 


Ya mudados a Cracovia con su padre,  para que Karol comenzara sus estudios superiores,  se familiarizo con Adam Chmielowski (Fray Alberto) fallecido en 1916.  “Me pregunto a veces qué papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto”  a quien como Papa beatifico en 1983 y  canonizo en 1989 y quien ocupara “un puesto preferente en mi recuerdo, y más aun, en mi corazón, fra Albert-Adam Chmielowski (1845-1916) de Cracovia…..para mi era una figura admirable. Espiritualmente me sentía muy unido a él. Escribí sobre él un drama que titulé “Hermano de nuestro Dios”. Su personalidad me fascinaba. Vi en él un modelo para mí….su historia me ayudó mucho a abandonar el arte y el teatro y para entrar en el seminario…” (Levantaos, Vamos!) p 167-168

 


Alli en Cracovia  conoció también a JanTyranowski, el sastre-apóstol :  “Cuando me encontraba en Cracovia, en el barrio Debniki, entré en el grupo del "Rosario vivo'', en la parroquia salesiana. Allí se veneraba de modo especial a María Auxiliadora. En Debniki, en el período en el que iba tomando fuerza mi vocación sacerdotal, gracias también al mencionado influjo de Jan Tyranowski, mi manera de entender el culto a la Madre de Dios experimentó un cierto cambio. Estaba ya convencido de que Maria nos lleva a Cristo, pero en aquel período empecé a entender que también Cristo nos lleva a su Madre.”

En Don y Misterio Juan Pablo II se pregunta: ¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre…La vocación es el misterio de la elección divina: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). "Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón'' (Hb 5, 4). "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí" (Jr 1, 5). Estas palabras inspiradas estremecen profundamente toda alma sacerdotal. Y allí mismo reflexiona:  Me veo así, en aquella capilla durante el canto del Veni, Creator Spiritus y de las Letanías de los Santos, mientras, extendido en forma de Cruz en el suelo, esperaba el momento de la imposición de las manos.”

En ¡Levantaos, Vamos!  Juan Pablo II comentaba las palabras del cardenal primado Stefan Wyszynski del 11 de mayo de 1946: «Ser obispo tiene en si mismo algo de cruz, por eso la Iglesia pone la cruz en el pecho del obispo. Sobre la cruz hay que morir a sí mismos, sin esto no hay plenitud de sacerdocio. Tomar sobre si la cruz no es fácil, aunque sea de oro y este cuajada de piedras preciosas.» 

 



Y como olvidar  las Misas de medianoche a cielo abierto en  pleno  crudo invierno  y las cruces que el gobierno comunista mandaba derribar una y otra vez y volvían a ser reemplazadas. Allí en los suburbios de Cracovia, ese entorno de  NowaHuta donde  los soviéticos querían construir un “paraíso obrero”, una ciudad   sin Dios,  llego a ser un icono, un punto de partida sin retorno. Ya nada seria igual. Ya como Papa,  en su primer viaje a su patria nos ha dejado una joya : la  preciosa  homilía en la Santa Misa en el Santuario de la Santa Cruz de Mogila, un verdadero himno a la Cruz : Cuando, en los alrededores de Kraków (Cracovia), surgía Nowa Huta —enorme complejo industrial y una nueva gran ciudad: nueva Kraków—, tal vez nadie se daba cuenta de que estaba surgiendo de hecho al lado de esta cruz, el lado de esta reliquia que, junto a la antiquísima abadía de los cistercienses, hemos heredado desde la época de los Piast. De nuevo estoy aquí, ante esta cruz, junto a la cual he estado tantas veces como peregrino; ante la cruz que sigue siendo para todos nosotros como la más preciada reliquia de nuestro Redentor.  “¡Dejémonos envolver por el misterio de la Redención! ..Como aquel centurión, yo soy la Cruz, que en el momento de la muerte de Cristo confiesa: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" ( Mc 15,39). Dejémonos envolver por el misterio de la Redención. Todos estamos bajo la Cruz. Toda la humanidad está continuamente bajo la Cruz. Nuestra nación ha estado bajo la Cruz por mil años. Dejémonos envolver por el misterio de la Redención: por el misterio del Hijo de Dios, en él se revela hasta el fondo lo que a veces es tan difícil de resolver, el misterio del hombre. Y a través de todos sus sufrimientos y humillaciones, se manifiesta su suprema vocación: el hombre.  (Homilia en la Misa de la Santa Cruz en laCatedral de Varsovia, 1983)  

Y la Cruz de los Jovenes!   El 22 de abril de 1984, Año Santo de la Redención, el Papa Juan Pablo II  decide portar una cruz – símbolo de la fe – cerca del altar de Santa María Mayor en la Basílica de San Pedro, con el propósito que todas las personas pudieran verla. Fue en aquel entonces cuando siguiendo su fervoroso deseo, se instaló una grande cruz de madera, de 3,8 mt de altura.




 Al final del Año Santo, luego del cierre de la Puerta Santa, el Santo Padre confió aquella misma Cruz a la juventud del mundo, representada por los jóvenes del Centro Internacional Juvenil San Lorenzo de Roma. Estas fueron sus palabras en dicha ocasión:    "Queridos Jóvenes, al terminar el año Santo de la Redención confió a vosotros mismos el signo de este año Jubilar: La Cruz de Cristo! Llevadla en el mundo mondo, como signo del amor del Señor Jesús por la humanidad y anunciad a todos que solo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención" (Roma, Abril 22 de 1984).

Esa  cruz que tuvimos el honor de tenerla en Buenos Aires:  en la II JMJ realizada enBuenos Aires en 1987 el Papa nos decia: Hoy preside este encuentro la gran cruz que encabezó todas las ceremonias del Año Santo de la Redención, y que el Domingo de Resurrección entregué a un grupo de jóvenes, diciéndoles: “Queridísimos jóvenes, al final del Año Santo os confío el signo mismo de este Año Jubilar. ¡La cruz de Cristo! Llevada por el mundo como señal del amor de nuestro Señor Jesucristo a la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado está la salvación y la redención”. Al dirigirme ahora a vosotros, jóvenes latinoamericanos, quiero recordaros que sois –a la sombra de la cruz de Cristo– protagonistas de una doble esperanza: por vuestra juventud, esperanza de la Iglesia; y por ser de Latinoamérica, continente de la esperanza. Y todo ello os confiere una particular responsabilidad, ante la Iglesia y ante toda la humanidad. ¡Espero mucho de vosotros!

En la canonización de la Beata Edvigis, Reina de Polonia como verdadero patriota emocionado y cautivado por la Santa Cruz, tratando de expresar su intima unión con el pasado de su patria el Papa decía:  “Quería destacar mi particular vínculo espiritual con la historia de Polonia, de la cual la colina del Wawel representa casi una síntesis emblemática” ...  “poniéndonos a la escucha de las palabras de los Apóstoles, queremos decirte, nuestra reina santa, que tú, como pocos, comprendiste esta enseñanza de Cristo y de los Apóstoles. En muchas ocasiones te arrodillaste a los pies del Crucifijo de Wawel para aprender de Cristo mismo ese amor generoso. Y lo aprendiste. Supiste demostrar con tu vida que lo más grande es el amor. En un antiquísimo canto polaco cantamos:

«¡Oh cruz santa,

árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dio mejor tributo

que este que da a Dios mismo (...).

Inaudita bondad es morir

en cruz por otro.

¿Quién puede hacerlo hoy?

¿Por quién dar la propia vida?

Sólo el Señor Jesús lo hizo,

porque nos amó fielmente»

(cf. Crux fidelis, siglo XVI).


De este Cristo crucificado de Wawel, de este Crucifijo negro, al que los habitantes de Cracovia vienen cada año en peregrinación el Viernes santo, aprendiste, reina Eduvigis, a dar la vida por tus hermanos. Tu profunda sabiduría y tu intensa actividad brotaban de la contemplación, del vínculo personal con el Crucifijo. Aquí la contemplación y la vida activa encontraban el justo equilibrio. Por eso, nunca perdiste la «parte mejor », la presencia de Cristo. Hoy queremos arrodillarnos junto contigo, Eduvigis, a los pies del Crucifijo de Wawel, para oír el eco de esa lección de amor, que tu escuchabas. Queremos aprender de ti el modo de actuarla en nuestros tiempos.”

En la peregrinación apostolica a Polonia en la Misa celebrada en le campo de concentración deAuschwitz-Birkenau se arrodillaba ante "este Gólgota del mundo contemporáneo…. Ciertamente, vengo para orar junto con todos vosotros que habéis llegado aquí —y al mismo tiempo con toda Polonia— y con toda Europa. Cristo quiere que yo, Sucesor de Pedro, dé testimonio ante el mundo de lo que constituye la grandeza del hombre de nuestros tiempos y de su miseria. De lo que constituye su derrota y su victoria……”


 

En el ultimo viaje a su patria decia en Kalwaria:  Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado, acaso, también generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace cuatrocientos años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy esta celebración. No estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis los senderos de Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz de Cristo y el itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este lugar, de modo admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el misterio del vínculo que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía. “

En este intento breve de bosquejo no quiero dejar de mencionar al menos parte de  la homilía de Juan Pablo II en la celebración en la Colina de las Cruces Šiauliai (Lituania) en su visita de 1993una de las homilías donde el Papa (si exceptuamos las homilías en su propia tierra) más ha sentido y demostrado que comprendía al hombre sujeto a regímenes totalitarios privado de libertad y “pisoteado” por un sistema,  pues lo habia vivido en carne propia en su patria. 

El misterio de la Exaltación de la Cruz: ¡misterio central en la historia de la salvación!

Estamos invitados a reflexionar sobre el misterio de la Cruz en esta localidad, a la que hemos venido en peregrinación por tierra lituana. Es el lugar mismo el que nos invita a hacer esto: se llama la Colina de las Cruces  (Monte delle Croci).

Venimos aquí – a la Colina de las Cruces  - a recordar a todos los hijos e hijas de vuestra tierra, sometidos a sentencias, enviados a prisión, a campos de concentración, deportados a Siberia o Koluma y condenados a muerte.

Los inocentes fueron condenados. En vuestra patria entonces hacía estragos un terrible sistema marcado por la violencia totalitaria. Un sistema que pisoteó y humilló al hombre. Los sobrevivientes, los que se libraron de tales horrores de violencia y muerte, sabían que ante sus ojos, entre sus propios compatriotas y en sus familias, se renovaba y completaba lo ya realizado en el Gólgota, donde el Hijo de Dios "asumiendo condición de siervo", como hombre "se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte" ( Flp 2, 7-8).

Así, la tragedia de la cruz fue vivida por muchos de vuestros compatriotas. Para ellos, Cristo crucificado representó una fuente inestimable de fortaleza del alma en el momento de la deportación y la sentencia de muerte. La cruz ha sido fuente providencial de bendición para toda la nación y para la Iglesia, signo de reconciliación entre los hombres. Ha dado sentido y valor al sufrimiento, a la enfermedad, al dolor. Y hoy, como ayer, la Cruz sigue acompañando la vida del hombre.

Pero la Cruz es, al mismo tiempo, también una "exaltación". Al anunciar su muerte en el Gólgota, es decir, la muerte en la cruz, Cristo dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado" ( Jn 3 , 14).

Sí, por supuesto, se ha planteado. Esta elevación en la Cruz abrió ante él un horizonte singular. El horizonte del sacrificio de la Cruz abarcaba no sólo a Jerusalén, sino al mundo entero: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" ( Jn 12, 32 ).

Y lo que para los hombres constituye una aniquilación mortal, en el horizonte del sacrificio de Cristo se convierte en la revelación del poder divino: del poder de la Redención, de su poder salvador. "Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo el que crea en él tenga vida eterna" ( Jn 3, 14-15).

4. Cristo mismo nos asegura que en su cruz, en el Gólgota, se abre el horizonte de la vida eterna para el mundo, para el hombre que, viviendo en esta tierra, está sometido a la ley ineludible del morir.

Jesús nos asegura cuando afirma: "Tanto amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" ( Jn 3 , 16 ).

Los hijos y las hijas de vuestra tierra llevaron cruces en este monte que eran semejantes a la del Gólgota en la que murió el Redentor. De este modo proclamaban la certeza de su fe en que aquellos de sus hermanos y hermanas que habían muerto -o más bien: habían sido asesinados de diferentes maneras- "tenían vida eterna".

El amor supera al odio mortal, que también se ha extendido violentamente en nuestro continente europeo. Es el amor con que Dios amó al mundo, en Cristo crucificado y resucitado.

La Cruz es un signo de este Amor.

La Cruz es signo de vida eterna en Dios”

 


En el heroísmo de su personal “via crucis” nos ha enseñado como se puede hacer frente a la enfermedad, soportar el dolor y continuar sirviendo y amando a los demás; sin empobrecerse en el pesimismo, ha mostrado a un mundo asustado por el futuro, aterrorizado por el sufrimiento y dispuesto a matar con tal de eliminarla del propio horizonte, que la vida del hombre tiene siempre un valor inestimable y que esconde siempre un mejor.  (Giovanni Battista Brunori) 

lunes, 3 de noviembre de 2025

Esta bloguera se toma un descanso

La persona detrás de este blog,  Pensamientos de Juan Pablo II y Encíclicas de Juan Pablo II,  se toma unos dias de descanso. Hasta la vuelta. Nos volvemos a ver en unos dias.

Ljudmila

Un santo entre nosotros

 



Pedro Opeka, misionero en Madagascar, un santo entre nosotros. 

"Las buenas obras no provienen del hábito, son el fruto de la decisión individal de amar a los demás".

INVITO VISITAR POSTS ETIQUETADOS PEDRO OPEKA 

viernes, 31 de octubre de 2025

La vocación de Karol Wojtyla: El misterio del don contado por el mismo - Ordenación sacerdotal y Primer Misa (re posteo)

 

(capilla del Palacio Arzobispal, Cracovia, calle Franciscanska 3)

 ¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal?  La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuan indignos somos de ello. La vocación es el misterio de la elección divina: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).

Dios"nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia" (2 Tm 1, 9).

(…)

Las primeras señales que de alguna manera salieron a luz fueron  durante la visita del Arzobispo Metropolitano de Cracovia, Principe Adam Stefan Sapieha a la parroquia de Wadowice cuando  era estudiante y candidato a estudiar filología polaca.

 

(…)

“En ese período de mi vida la vocación sacerdotal no estaba aún madura, a pesar de que a mi alrededor eran muchos los que creían que debía entrar en el seminario. Y tal vez alguno pudo pensar que, si un joven con tan claras inclinaciones religiosas no entraba en el seminario, era señal de que otros amores o aspiraciones estaban en juego. En efecto, en la escuela tenía muchas compañeras y, comprometido como estaba en el círculo teatral escolar, no faltaban diversas posibilidades de encuentros con chicos y chicas. Sin embargo, el problema no era ese. En aquel tiempo estaba fascinado sobre todo por la literatura, en particular por la dramática, y por el teatro. A este último me había iniciado Mieczyslaw Kotlarczyk, profesor de lengua polaca, mayor que yo en edad. El era un verdadero pionero del teatro de aficionados y tenía grandes ambiciones de un repertorio de calidad…. He de admitir que toda aquella experiencia teatral ha quedado profundamente grabada en mi espíritu, a pesar de que en un cierto momento de mi vida me di cuenta de que, en realidad, no era esa mi vocación.

 

 (…)

 

Sin embargo la preparación para el sacerdocio  fue de algún modo precedida por la que me ofrecieron mis padres con su vida y su ejemplo en familia. Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. No había recibido aún la Primera Comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía 9 años. Por eso, no tengo conciencia clara de la contribución, seguramente grande, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y, a continuación, después de la muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre que era un hombre profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su vida, que era muy austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida fue de constante oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí en cierto modo el primer seminario, una especie de seminario doméstico.

Naturalmente, al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria mariana. La veneración a la Madre de Dios en su forma tradicional me viene de la familia y de la parroquia de Wadowice. Recuerdo, en la iglesia parroquial, una capilla lateral dedicada a la Madre del Perpetuo Socorro a la cual por la mañana, antes del comienzo de las clases, acudían los estudiantes del instituto. También, al acabar las clases, en las horas de la tarde, iban muchos estudiantes para rezar a la Virgen.

Además, en Wadowice, había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían allí, y esto tenía su reflejo en la difundida devoción al escapulario de la Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía diez años, y aún lo llevo. Se iba a los Carmelitas también para las confesiones. De ese modo, tanto en la iglesia parroquial, como en la del Carmen, se formó mi devoción mariana durante los años de la infancia y de la adolescencia hasta la superación del examen final.

 

Durante aquellos años mi confesor y guía espiritual fue el P. Kazimierz Figlewicz. Me encontré con él por primera vez cuando cursaba el primer año de instituto en Wadowice. El P. Figlewicz, que era vicario de la parroquia de Wadowice, nos enseñaba religión. Gracias a él me acerqué a la parroquia, fui monaguillo y en cierto modo organicé el grupo de monaguillos. Cuando dejó Wadowice para ir a la catedral del Wawel, continué manteniendo contacto con él. Recuerdo que, durante el quinto curso del instituto, me invitó a Cracovia para participar en el Triduum Sacrum, que empezaba con el llamado "Oficio de Tinieblas" en la tarde del Miércoles Santo. Fue ésta una experiencia que dejó en mí una huella profunda.

 

Cuando, después del examen final, me trasladé con mi padre a Cracovia, intensifiqué la relación con el P. Figlewicz, que ejercía el cargo de vicecustodio de la catedral. Iba a confesarme con él y, durante la ocupación alemana, muchas veces lo visitaba. Aquel 1 de septiembre de 1939 no se borrará nunca de mi recuerdo: era el primer viernes de mes. Había ido a Wawel para confesarme. La catedral estaba vacía. Fue, quizás, la última vez que pude entrar libremente en el templo. Después fue cerrado. El castillo real de Wawel se convirtió en la sede del Gobernador General Hans Frank. El P. Figlewicz era el único sacerdote que podía celebrar la Santa Misa, dos veces por semana, en la catedral cerrada y bajo la vigilancia de policías alemanes. En aquellos tiempos difíciles fue aún más claro lo que significaban para él la catedral, las tumbas reales, el altar de San Estanislao, obispo y mártir. El P. Figlewicz fue hasta la muerte fiel custodio de aquel particular santuario de la Iglesia y de la Nación, inculcándome un amor grande por el templo del Wawel, que un día llegaría a ser mi catedral episcopal.

Debo nuevamente volver atrás, al período anterior a la entrada en el seminario. En efecto, no puedo omitir el recuerdo de un ambiente y, en éste, de un personaje de quien recibí verdaderamente mucho en ese período. El ambiente era el de mi parroquia, dedicada a San Estanislao de Kostka, en Debniki, Cracovia. La parroquia estaba dirigida por los Padres Salesianos, los cuales un día fueron deportados por los nazis a un campo de concentración. Únicamente quedaron un viejo párroco y el inspector provincial, pues todos los demás fueron internados en Dachau. Creo que el ambiente salesiano ha tenido un papel importante en el proceso de formación de mi vocación. En el ámbito de la parroquia había una persona que se distinguía sobre las demás: me refiero a Jan Tyranowski. Era empleado de profesión, aunque había decidido trabajar en la sastrería de su padre. Afirmaba que su trabajo de sastre le hacía más fácil la vida interior. Era un hombre de una espiritualidad particularmente profunda. Los Padres Salesianos, que en aquel período difícil habían reemprendido con valentía la animación de la pastoral juvenil, le encargaron la tarea de establecer contactos con los jóvenes del círculo del llamado "Rosario vivo''. Jan Tyranowski llevó a cabo esta tarea no ciñéndose únicamente al aspecto organizativo, sino preocupándose también de la formación espiritual de los jóvenes que entraban en contacto con él. Aprendí así los métodos elementales de autoformación que se vieron después confirmados y desarrollados en el proceso educativo del seminario. Tyranowski, que se estaba formando en los escritos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila, me introdujo en la lectura, extraordinaria para mi edad, de sus obras.

Después, pasados los años de la primera juventud, la cantera de piedra y el depurador de agua en la fábrica de bicarbonato en Borek Falecki se convirtieron para mí en seminario. No se trataba ya únicamente del pre-seminario, como en Wadowice. La fábrica fue para mí, en aquella etapa de mi vida, un verdadero seminario, aunque clandestino. Había comenzado a trabajar en la cantera en septiembre de 1940; un año después pasé al depurador de agua en la fábrica. Fue en aquellos años cuando maduró mi decisión definitiva. En otoño de 1942 comencé los estudios en el seminario clandestino como ex alumno de filología polaca, siendo obrero en la Solvay. No me daba cuenta de la importancia que todo ello tendría para mí. Únicamente más tarde, ya sacerdote, durante los estudios en Roma, conociendo a través de mis compañeros del Colegio Belga el problema de los sacerdotes obreros y el movimiento de la Juventud Obrera Católica (JOC), comprendí que lo que había llegado a ser tan importante para la Iglesia y para el sacerdocio en Occidente -el contacto con el mundo del trabajo- yo lo había ya adquirido en mi experiencia de vida.

La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal, como he dicho, tuvo lugar en el período de la segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi. ¿Fue una simple coincidencia temporal? o ¿había un nexo más profundo entre lo que maduraba dentro de mí y el contexto histórico? Es difícil responder a tal pregunta. Es cierto que en los planes de Dios nada es casual. Lo que puedo afirmar es que la tragedia de la guerra dio un tinte particular al proceso de maduración de mi opción de vida. Me ayudó a percibir desde una nueva perspectiva el valor y la importancia de la vocación. Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra era cada vez más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo.

El estallido de la guerra me alejó de los estudios y del ambiente universitario. En aquel período perdí a mí padre, la última persona que me quedaba de los familiares más íntimos. También esto suponía, objetivamente, un proceso de alejamiento de mis proyectos precedentes; en cierto modo era como desarraigarse del suelo en el cual hasta ese momento había crecido mi humanidad.

Pero no se trataba de un proceso únicamente negativo. En efecto, en mi conciencia contemporáneamente se manifestaba cada vez más una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación. Y esta conciencia me llenó de gran paz interior.

(El 6 de mayo de 1968 durante una visita a la fabrica de Borek Falecki volveria a admitirlo) :

Esta gran fabrica – la planta química – fue también mi lugar de trabajo por cuatro años durante la ocupación nazi. Durante estos años de ocupación fue aquí que se formo mi llamado al sacerdocio. Primero mi llamado fue formado en la cantera de piedra y más tarde, finalmente, aquí en esta planta de soda, a pasos de esta iglesia.  Y digo “esta” pensando en realidad en “aquella” pues era una pequeña iglesia de madera, en realidad una barraca. Siempre que paso por esta fabrica, y especialmente cuando lo  hago cerca de la sala de calderas lo recuerdo.   

Me pregunto a veces qué papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto. Adam Chmielowski -éste era su nombre- no era sacerdote. En la historia de la espiritualidad polaca Fray Alberto ocupa un lugar especial. Para mí su figura fue determinante, porque encontré en él un particular apoyo espiritual y un ejemplo en mi alejamiento del arte, de la literatura y del teatro, por la elección radical de la vocación al sacerdocio. 

(…)

Se me ahorró mucho del grande y horrendo theatrum de la segunda guerra mundial. Cada día hubiera podido ser detenido en casa, en la cantera o en la fábrica para ser llevado a un campo de concentración. A veces me preguntaba: si tantos coetáneos pierden la vida, ¿por que yo no? Hoy sé que no fue una casualidad. En el contexto del gran mal de la guerra, en mi vida personal todo llevaba hacia el bien que era la vocación. No puedo olvidar el bien recibido en aquel difícil período de las personas que el Señor ponía en mi camino, tanto de mi familia como conocidos y compañeros.

(..)

La Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por eso es aún más grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así como también hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de nación o de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal.

 

SACERDOTE!


Mi ordenación tuvo lugar en un día insólito para este tipo de celebraciones: fue el 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, cuando la liturgia de la Iglesia se dedica totalmente a celebrar el misterio de la comunión de los Santos y se prepara a conmemorar a los fieles difuntos. El Arzobispo eligió ese día porque yo debía partir hacia Roma para proseguir los estudios. Fui ordenado sólo, en la capilla privada de los Arzobispos de Cracovia. Mis compañeros serían ordenados el año siguiente, en el Domingo de Ramos.

 

Había sido ordenado subdiácono y diácono en octubre. Fue un lunes de intensa oración, marcado por los Ejercicios Espirituales con los que me preparé a recibir las Ordenes Sagradas: seis días de Ejercicios antes del subdiaconado, y después tres y seis días antes del diaconado y del presbiterado respectivamente. Los últimos Ejercicios los hice solo en la capilla del seminario. El día de Todos los Santos me presenté por la mañana en la residencia de los Arzobispos de Cracovia, en la calle Franciszkanska 3, para recibir la Ordenación sacerdotal. Asistieron a la ceremonia un pequeño grupo de parientes y amigos. El 1 de noviembre de 1946 fui ordenado sacerdote. 

(cripta san Leonardo)

El día siguiente, en la "Primera Santa Misa" celebrada en la catedral, en la cripta de San Leonardo, el P. Figlewicz, estaba a mi lado y me hacía de asistente. El piadoso Prelado falleció hace algunos años. Sólo el Señor puede compensarlo por todo el bien que de él recibí.

(Fuente: Don y Misterio) 

 


 

jueves, 30 de octubre de 2025

Juan Pablo II y el Rosario

 


Terminando el mes dedicado al Rosario es oportuno recordar algunas palabras de Juan Pablo II sobre el Rosario cuando el último domingo de octubre de 1978primer mes de su pontificado, le dedicó el momento del Angelus al Rosario.


El Rosario es mi oración predilecta – decía - . ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera.


Se puede decir que el Rosario es en cierto modo un comentario oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos,  (*) y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ―se puede decir― del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana.”

Y exhortaba a todos a recitar “esta plegaria tan sencilla y tan rica fervorosamente


(*) Posteriormente y mediante la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre del 2002 el Papa Juan Pablo II “Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»” de la vida de Cristo instituía estos misterios:  “1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.”

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