Capítulo
1 del libro Para Comprender a Karol Wojtyla. Una introducción a su filosofía
(BAC, Madrid 2014)
1.3
Amor y responsabilidad (1960)
Los estudios técnicos sobre la ética se fueron engarzando en la
reflexión filosófica de Wojtyla con el análisis del amor humano, una cuestión
que siempre le apasionó y que nunca abandonaría de modo definitivo. En su
reflexión, su experiencia personal siempre jugó un papel fundamental que le
permitió afirmar, por ejemplo, que “el concepto de persona, ‘única’ en su
identidad, y del hombre, como tal, centro del Universo, nació de la experiencia
y de la comunicación con los demás en mayor medida que de la lectura”[18].
Pero, a mi juicio, esto es particularmente válido para el tema del amor humano,
como él mismo explica en Cruzando
el umbral de la esperanza. “En aquellos años, lo más importante
para mí se había convertido en los jóvenes, que me planteaban no tanto
cuestiones sobre la existencia de Dios, como preguntas concretas sobre cómo vivir, sobre el modo de
afrontar y resolver los problemas del amor y del matrimonio, además de los
relacionados con el mundo del trabajo (…). De nuestra relación, de la participación
en los problemas de su vida nació un estudio, cuyo contenido resumí en el libro
titulado Amor y responsabilidad”[19].
Este texto supone un avance muy importante en la reflexión
wojtyliana por dos motivos. En primer lugar porque aborda un tema nuevo y original,
la relación interpersonal entre hombre y mujer, y en segundo lugar porque lo
hace desde una perspectiva ya estructuralmente personalista, aunque no tan
consolidada como la de Persona y acción.
Apuntaremos ahora solo algunas perspectivas específicas que introduzcan el
análisis del capítulo 3.
Ante todo, el punto de partida: la persona. Los estudios sobre
la castidad en la ética cristiana habían estado generalmente condicionados por
su perspectiva negativa, casuística y actualista[20]. En esa época la moral
sexual había acabado reducida al conjunto de acciones que no se debían realizar y sobre
los que la casuística daba todos los detalles necesarios. Pero este
planteamiento, para Wojtyla, era insatisfactorio e insuficiente. Estaba
centrado únicamente en el objeto: la sexualidad, la acción sexual, y olvidaba
al sujeto. Las acciones quedaban sin referencia y se convertían en entidades
autónomas justificadas por normas tendencialmente heterónomas incapaces de
motivar a la persona. Y, consecuentemente, se rechazaban o se cumplían solo por
temor: ¿por qué cumplir acciones regidas por leyes extrañas y ajenas a las
propias vivencias?, ¿por sumisión a una ley externa?, ¿por pura obediencia a la
Iglesia?
Wojtyla era consciente de que se trataba de un problema grave
porque afectaba a una dimensión vital para la persona y para los fundamentos de
la familia, pero tuvo la lucidez de advertir que sólo se podía superar con un
replanteamiento global de la perspectiva ética. La comprensión de la sexualidad
como una realidad objetivada y objetivante le confería automáticamente un
carácter instrumental y externo, con el agravante de que los criterios morales
que esa perspectiva generaba eran casi siempre negativos y contrarios a las
tendencias del sujeto, lo cual los hacía aún más odiosos. Wojtyla entendía, por
el contrario, que la moral sexual solo podría ser acogida por los hombres si la
encontraban en su propio interior como un principio positivo, estimulante e
integrador, no como un mero freno externo a sus tendencias. Su solución, muy
original en su momento, consistió en integrar la sexualidad en la perspectiva
global de las relaciones interpersonales entre el hombre y la mujer.
Planteadas las cosas de este modo, la sexualidad dejaba de ser
automáticamente un mero impulso biológico, un instrumento al servicio de la
reproducción, para convertirse en una tendencia humana capaz de relacionar del
modo más profundo a dos personas: el hombre y la mujer. Este es, para Wojtyla,
el marco adecuado para entender las relaciones sexuales: la complementariedad
personal entre el hombre y la mujer, no el instinto de procreación o el mero
deseo de satisfacer los impulsos sexuales. El hedonismo utilitarista, una de
las corrientes éticas más extendidas, admite que el hombre y la mujer pueden
“usarse” recíprocamente si esto les proporciona placer sexual. Pero para
Wojtyla esta postura es degradante y destructiva. La dignidad humana, como ya
señalara Kant, es contraria a cualquier tipo de instrumentalización; pero no
basta con quedarse aquí porque este principio es negativo y no hace justicia a
lo que realmente merece la persona. Por eso, Wojtyla eleva y transforma este
imperativo negativo en una regla positiva de inspiración cristiana: la norma personalista, que
sostiene que “la persona es un bien tal que sólo el amor puede dictar la
actitud apropiada y valedera respecto de ella”[21].
Para Wojtyla, en definitiva, la moral sexual sólo puede
entenderse en el marco de la relación interpersonal entre el hombre y la mujer
regida por la ley del amor. De esa base sí puede surgir una teoría de la
sexualidad comprensible, justificable e incluso estimulante. Y esa es
justamente la tarea que afronta en Amor y responsabilidad. Baste decir aquí que Wojtyla
–utilizando el método fenomenológico- recorre las etapas, modalidades y
deformaciones del amor (concupiscencia, benevolencia, amistad, emoción, pudor,
continencia, templanza, ternura, etc.) y sienta unas bases sólidas, aunque
ampliables y mejorables, de una teoría personalista del amor sexual que debe
confluir en el matrimonio como expresión plena de ese amor. Es de reseñar, por
último, que su particular visión del matrimonio y de la familia –ahondada y
reelaborada- acabaría teniendo ámbitos de aplicación tan relevantes como la
Constitución Gaudium et spes,
en cuya elaboración Wojtyla influyó de manera significativa, o las catequesis
sobre el amor humano, predicadas por Juan Pablo II al comienzo de su
pontificado, pero que corresponden en realidad a un texto escrito antes de ser
elegido Sumo Pontífice.
[18] A. Frossard, No tengáis miedo,
cit., p. 16.
[19]
Juan Pablo II, Cruzando
el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona 1994, p.
198.
[20]
Cfr. K. Wojtyla, La
experiencia religiosa de la pureza (1953), en El don del amor. Escritos sobre
la familia (5ª ed.), Palabra, Madrid 2006, pp. 69-81. Este
volumen recoge sus escritos significativos sobre la familia previos al
pontificado.
[21]
K. Wojtyla, Amor
y responsabilidad, Palabra, Madrid 2011, p. 53 (en adelante AyR).
Sobre el tema véase U. Ferrer, La conversión del imperativo categórico
kantiano en norma personalista, en J. M. Burgos, La filosofía personalista de
Karol Wojtyla (2ª ed.), Palabra, Madrid 2011.
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