“Estas
tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos rodea, con este
inmenso mar de fondo, nos ayuda a comprender mejor la vivencia que los
apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también nosotros, estamos invitados a vivirla.
Me alegra saber que han venido desde distintos lugares del norte peruano para
celebrar esta alegría del Evangelio.
Los discípulos de ayer, como tantos de
ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de
ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como
ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos
de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y
darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.
Esta «laguna con peces dorados», como la
han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas
generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes, al igual que los apóstoles,
conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como
ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el
duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están
presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron
reconstruir sus hogares. También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes.
A esta eucaristía traemos también ese
momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe.
Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos
los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere
estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a
levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro
camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y
sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.
Estos sacudones cuestionan
y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más
elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos
sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo...
…El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse
para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la
esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico. El Señor nos
dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que
se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Porque la fe nos abre a tener
un amor concreto, no de ideas, concreto, de obras, de manos tendidas, de
compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo
se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos
describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de
sus hijos. Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre
busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que nos puede
hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has
secado hoy?...”
(Papa
Francisco Homilia Explanada de la playa de Huanchaco (Trujillo), 20 de enero
2018)
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A CHILE Y PERÚ
(15-22 DE ENERO DE 2018)
(15-22 DE ENERO DE 2018)
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