“Una
de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad.
Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, idénticos; ya que la unidad
no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es
un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora. La
riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir
su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace
normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una
separación que no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida
por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en
esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera
que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias.
Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado
la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores. Un
bello «chamal» requiere de tejedores que sepan el arte de armonizar los
diferentes materiales y colores; que sepan darle tiempo a cada cosa y a cada
etapa. Se podrá imitar industrialmente, pero todos reconoceremos que es una
prenda sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama
auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los «talleres» de
los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes. No es un arte de
escritorio la unidad, ni tan solo de documentos, es un arte de la escucha y del
reconocimiento. En eso radica su belleza y también su resistencia al paso del
tiempo y de las inclemencias que tendrá que enfrentar.
La unidad que nuestros pueblos necesitan
reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no
significa tan sólo «recibir información sobre los demás… sino recoger lo que el
Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros»[3].
Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la
unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos lleva a
decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga
siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la «deforestación» de la
esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad.”
(De
la Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa por el progreso de los pueblos, aeródromo Maquehue, Temuco – 17 de
enero de 2018)
(15-22 DE ENERO DE 2018)
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