“Queridos
hermanos, lo primero que me gustaría transmitirles —y lo quiero hacer con
fuerza— es que ¡esta no es una tierra huérfana, es la tierra de la Madre! Y, si
hay madre, hay hijos, hay familia y hay comunidad. Y donde hay madre, familia y
comunidad, no podrán desaparecer los problemas, pero seguro que se encuentra la
fuerza para enfrentarlos de una manera diferente.
Es doloroso constatar cómo hay algunos
que quieren apagar esta certeza y volver a Madre de Dios una tierra anónima,
sin hijos, una tierra infecunda. Un lugar fácil de comercializar y explotar.
Por eso nos hace bien repetir en nuestras casas, comunidades y en lo hondo del
corazón de cada uno: ¡Esta no es una tierra huérfana! ¡Tiene Madre! Esta buena
noticia se va transmitiendo de generación en generación gracias al esfuerzo de
tantos que comparten este regalo de sabernos hijos de Dios y nos ayuda a
reconocer al otro como hermano.
En varias ocasiones me he referido a la
cultura del descarte. Una cultura que no se conforma solamente con excluir,
como estábamos acostumbrados a ver, sino que avanzó silenciando, ignorando y
desechando todo lo que no le sirve a sus intereses; pareciera que el consumismo
alienante de algunos no logra dimensionar el sufrimiento asfixiante de otros.
Es una cultura anónima, sin lazos y sin rostros, la cultura del descarte. Es
una cultura sin madre que lo único que quiere es consumir. Y la tierra es
tratada dentro de esta lógica. Los bosques, ríos y quebradas son usados,
utilizados hasta el último recurso y luego dejados baldíos e inservibles. Las
personas son tratadas también con esta lógica: son usadas hasta el cansancio y
después dejadas como «inservibles». Esta es la cultura del descarte, se
descarta a los chicos, se descarta a los ancianos. Allí, saliendo, cuando hice
el recorrido hay una abuela de 97 años, ¿vamos a descartar a la abuela, qué les
parece? No, porque la abuela es la sabiduría de un pueblo. ¡Un aplauso a la
abuela de 97 años!
Pensando en estas cosas permítanme
detenerme en un tema doloroso. Nos acostumbramos a utilizar el término «trata
de personas». Al llegar a Puerto Maldonado, en el aeropuerto vi un cartel que
me llamó la atención gratamente: “Está atento contra la trata”. Se ve que están
tomando conciencia. Pero en realidad deberíamos hablar de esclavitud:
esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro. Duele
constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la Madre de Dios,
tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y expuestas a un sinfín de
violencias. No podemos «naturalizar» la violencia, tomarla como algo natural.
No, no se naturaliza la violencia hacia las mujeres, sosteniendo una cultura
machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras
comunidades. No nos es lícito mirar para otro lado, hermanos, y dejar que
tantas mujeres, especialmente adolescentes sean «pisoteadas» en su dignidad.
Varias personas han emigrado hacia la
Amazonia buscando techo, tierra y trabajo. Vinieron buscando un futuro mejor
para sí mismas y para sus familias. Abandonaron sus vidas humildes, pobres pero
dignas. Muchas de ellas, por la promesa de que determinados trabajos pondrían
fin a situaciones precarias, se basaron en el brillo prometedor de la
extracción del oro. Pero no olvidemos que el oro se puede convertir en un falso
dios que exige sacrificios humanos.
Los falsos dioses, los ídolos de la
avaricia, del dinero, del poder lo corrompen todo. Corrompen la persona y las
instituciones, también destruyen el bosque. Jesús decía que hay demonios que,
para expulsarlos, exigen mucha oración. Este es uno de ellos. Los animo a que
se sigan organizando en movimientos y comunidades de todo tipo para ayudar a
superar estas situaciones; y también a que, desde la fe, se organicen como
comunidades eclesiales de vida en torno a la persona de Jesús. Desde la oración
sincera y el encuentro esperanzado con Cristo podremos lograr la conversión que
nos haga descubrir la vida verdadera. Jesús nos prometió vida verdadera, vida
auténtica, vida eterna. No vida ficticia, como las falsas promesas
deslumbrantes que, prometiendo vida, terminan llevándonos a la muerte.”
(Papa
Francisco en su encuentro con la población, Instituto Jorge Basadre Grohmann,
Puerto Maldonado 19 de enero 2018)
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